El mal y lo sagrado:
Ensayo sobre arte, perversión y muerte
Introducción a la putrefacción del arte
El
día 21 de junio del 2014, se realizó en la ciudad de monterrey un evento
titulado “Pervertere: Arte, perversión y muerte”, en el que se expusieron
dibujos, pinturas, collage y demás piezas de arte plástico, pero además, se
realizaron tres performance alusivos al tema de dicho evento. Todo esto en el
marco de despedida de un artista de la ciudad de monterrey al que se le conoce
como “Charlie Chamuko”. Con este ensayo pretendo dilucidar mi experiencia al
respecto de los performance ahí presentados.
El
arte contemporáneo parece mostrarse como una entidad sumamente bizarra y
misteriosa. Quien se hace llamar artista en la actualidad, se ve obligado a
confrontar a esa oscura fuerza que impulsa al creador a someterse a los
designios de aquello que llamamos “arte”. En particular, el fenómeno artístico
del performance, presenta una serie de características bastante heterodoxas,
que por lo general suelen transportar al espectador a un estado de pánico[1],
de terror, de vértigo, y algunas veces, de éxtasis. En este evento realizado en
la ciudad de monterrey, los espectadores fuimos partícipes del misterioso abismo
que rodea al arte contemporáneo. En una época en la que los artistas han
presenciado la ruptura de todos los absolutos, anunciada por la consigna de
Nietzsche de que “Dios ha muerto”, y posteriormente, la que anuncia que “el
arte ha muerto”, como menciona Danto; así pues, el arte actual deambula como
una entidad en proceso de putrefacción,
por la que prolifera la estética de lo no-muerto (el zombie, el vampiro, el
fantasma, etc.) En ese ambiente fúnebre se produce la obra de arte
contemporáneo y la experiencia de los espectadores ante el suceso
creador/destructor que implica el performance, nos lleva a modo de ritual
religioso a un sacramento del misterio innombrable, en el que en vez de la
ostia, devoramos la carne muerta de lo sagrado.
1.- Sadomasoquismo y arte
El
primer performance aconteció alrededor de las 8:30pm. En él se pudo apreciar al
artista local Jaziel Contreras, quien acompañado de una criptica música abismal
procedía a amarrar todo su cuerpo. Los nudos que ataban su cuello y sus
extremidades, eran nudos clásicos de las prácticas del bondage y del sadomasoquismo. Parecía estar ligeramente asfixiado
por los amarres, cortando un poco la circulación de la sangre por sus brazos y
piernas. Después de este auto-sometimiento, tomó unos globos negros, sostenidos
por unas agujas que encajó en distintas partes de su cuerpo. Tras ello, comenzó
a meter, en un movimiento similar a la felación, su mano a la garganta, empujándola cada vez
más profunda hacia su boca, con lo que parecía estarse provocando un vómito,
del cual tan sólo salió algo de tinta negra. Al final, desamarró las sogas que
le asfixiaban y comenzó a decir algo como: “Por
un momento, dejar de ser yo, por un momento…” Aquí terminó su presentación, dejando a los
espectadores como perplejos ante aquella expresión que se hacía llamar “arte”.
Escuché de algunos que les provocó asco, a otros un “no sé qué” que le provocaron nauseas, otros simplemente
enmudecieron y se quedaron sus opiniones. Sea lo que sea que intentaba expresar
el artista, lo que aconteció ante nuestros ojos, fue la devastadora presencia
del arte.
El
arte parece rechazar toda tipo de explicaciones racionales, elude la
enunciación definitiva y se sacude todas las teorizaciones y especulaciones que
se hacen al respecto de su presencia. El arte, al igual que la experiencia
religiosa, “puede llevar a la embriaguez, al arrobo, al éxtasis. Se presenta en
formas feroces y demoniacas”[2]. Es decir, se corresponde
al concepto del Mysterium Tremendum del que nos habla el
fenomenólogo de la religión Rudolf Otto, para quien el “misterio no significa otra cosa que lo oculto y secreto, lo que no
es público, lo que no se concibe ni entiende, lo que no es cotidiano y
familiar.”[3] Y bajo esta óptica, el
arte intenta captar y expresar aquel enigma, que se presenta como lo numinoso[4], lo que trasciende las
capacidades racionales de entenderlo mediante la palabra y el raciocinio. Lo
numinoso, para Rudolf Otto, equivale a lo sagrado, como realidad inasequible
por el intelecto humano. En este sentido, el arte cumple una función de
acercarnos a lo sagrado. El misterio se presenta ante el artista y exige ser
expresado. En particular, el performance implica un sometimiendo del artista
hacia aquella fuerza misteriosa, que toma su cuerpo y lo convierte en expresión
misma de lo numinoso. El artista, al momento de realizar un performance, se
anula como sujeto y permite el ingreso de lo numínico, de lo que excede al
hombre, lo sagrado. Por ello mismo, el artista se auto-aniquila, se sacrifica
simbólicamente ante la poderosa energía simbólica que opera en su cuerpo y que
le hace desarrollar las acciones de su propia muerte momentánea. Muere la
voluntad del yo, y el performance es el funeral que realiza la memoria de su
propio cuerpo, su fantasma. Una fuerza inescrutable toma posesión del artista,
quien se deja tomar por la locura y permite la emergencia del caos. Debido a esa inaccesibilidad absoluta del
arte ante el artista, la actitud que toma éste último ante aquellos oscuros
impulsos, es el de sometimiento. Un dios sádico atrapa al artista y éste se
doblega y se humilla de manera masoquista ante las exigencias del arte.
2.- La violación del espectador
Ante
este ritual fúnebre, el espectador contempla por unos momentos lo sagrado, y le
produce un terror inexplicable, ¡temor y
temblor!, como diría el filósofo danés Soren Kierkegaard. Algo muy similar
menciona Antonin Artaud, cuando nos dice que “Como la peste, el teatro es el
tiempo del mal, el triunfo de las fuerzas oscuras”[5], pero el mal que produce,
es “el equilibrio supremo que no se alcanza sin destrucción. Invita al espíritu
a un delirio que exalta sus energía”.[6] Por supuesto, la idea que
tiene Artaud del teatro, se asemeja más al performance, que a la representación
teatral, puesto que es una anárquica irrupción poética del espacio, una puesta
en escena de la metafísica del momento. Así pues, aquella presencia del mal, a
la que acude el espectador frente al performance, se corresponde una reacción
instintiva en la que se entra a un estado de pánico. El pánico tiene también
una dimensión arquetípica, nos dice James Hillman, que provoca un retorno a los
instintos primarios, a la profunda animalidad del ser humano. Ese oscuro
impulso inconsciente, esa reacción instintiva, se puede encontrar en la mítica
figura del dios Pan. James Hillman escribe en su libro Pan y la pesadilla acerca del dios-cabra, dios del instinto, la
pasión, la naturaleza, la sexualidad salvaje y la violación. Para la psicología
arquetipal que desarrolla Hillman, Pan es “el dios de la naturaleza
, se trata entonces de nuestro instinto.”[7] Por ello, entrar en
pánico, es ser violado por esta realidad imaginal de los instintos, ser raptado
por un momento hacia aquellas regiones salvajes de la psique, donde lo
inconsciente toma control y comenzamos a percibir la realidad como una especie
de pesadilla. La pesadilla es también una instancia psíquica, una manifestación
del sue ño en donde se presentan
las fuerzas instintivas del inconsciente bajo las imágenes del miedo. “En la
pesadilla regresa la naturaleza reprimida, tan cercana, tan real que sólo
podemos reaccionar de un modo natural ante ella, esto es, nos volvemos
totalmente físicos, somos poseídos por Pan, gritando, pidiendo a gritos luz,
consuelo, contacto. La reacción inmediata es una emoción demóniaca. El instinto
nos devuelve al instinto”.[8]
Recordemos que para la cosmovisión cristiana, el instinto sexual es una
manifestación de las fuerzas del diablo, ese ser cornudo con patas de cabra que
representa el mal. El dios Pan, adorado en la grecia antigua, se convirtió en
el diablo, cuando el cristianismo sometió a las religiones paganas, condenando
así las oscuras fuerzas de la sexualidad y del instinto. Por ello, las energías
que se evocan en el performance, tienden a liberar los instintos reprimidos,
aunque no de manera gratuita, sino por medio de una violación simbólica. “La
violación constituye el paradigma de la penetración y fecundación divina del
resistente mundo de la materia”[9] Así pues, el arte llega como una especie de
irrupción de la efímera realidad de las imágenes y de lo sagrado, sobre la
materialidad y corporeidad de lo profano: “La violación de Pan, (…) constituye
un encuentro cara a cara con la fuerza animal del cuerpo.”[10]
Se trata de la unión del impulso monstruoso de la realidad y la inocencia
herida de una falsa confianza en la instancia psíquica del yo. En otras
palabras, el es violado para abrirla a la experiencia de la realidad
supra-racional, o en otros términos, de lo sagrado.
3.- La santidad del artista.
Alix
Patiño nos ofreció la
segunda presentación. El escenario era el techo del espacio de exposición. Ahí
había una especie de vitrina, que asemejaba una capilla en donde se guardan los
santos. Una foto de la artista se posaba sobre la vitrina y debajo de ella, una
veladora prendida. Del cuello de Alix colgaba un collar con otra fotografía
suya; se quitó la blusa y se quedó en calzones rosas. Después sacó de una bolsa
una gran cantidad de chile piquín, y comió algunos cuantos, acto seguido, leyó
un texto mientras una asistente repartió en una charolita un fragmento de texto
y unos chiles a los asistentes. El fragmento decía:
“Más allá de la aniquilación que
vendrá y que caerá con todo
su peso sobre el ser que soy, que espera seguir siendo, y cuyo sentido mismo
es, más que ser, el de esperar ser (como si yo no fuera la presencia que soy,
sino el porvenir que espero y que no obstante no soy), la muerte anunciará mi
retorno a la secreción de la vida. Así puedo presentir —y vivir en la espera—
esa secreción multiplicada que celebra en mí anticipadamente el triunfo de la
náusea.”[11]
Al
terminar de leer el texto, se dirigió hacia atrás de la vitrina, donde tendió
una manta blanca, se quitó el collar con su imagen y la colocó sobre la manta.
Se desnudó por completo y se sentó de espaldas a cantar una canción norteña.
Después de ello, una asistente tomó un tomate de una caja que se encontraba
detrás de Alix y se lo lanzó con fuerza a la espalda, diciendo una palabra al
final de su acto. Algunos de los que asistimos y que estábamos más cerca,
hicimos lo mismo; lanzarle un tomate y emitir una palabra. Después de unos
cuántos tomatazos, ya nadie pasó y hubo un silencio incómodo, nadie se movía.
Tras un tiempo que duró con pesadez, Alix volteó a ver a los espectadores y les
dijo: “Sobres banda, fusílenme”. Poco a poco se fueron acercando más participantes,
quienes se volvieron ahora actores del drama sacramental que estábamos
contemplando. La violencia desatada por el chocar de los tomates sobre la
espalda de la artista, que salpicaba rojos fluidos como una orgía de sangre,
detonó los instintos violentos de los espect-actores, quienes lanzaban los
tomates con una agresividad cada vez más despiadada. Al terminar la masacre
orgánica, Alix se paró y le lanzó alcohol a la manta donde se encontraba su
foto. Encendió la manta, y el fuego consumió su imagen como en un ritual
litúrgico. Después de ello, enunció algunas otras palabras y terminó el
performance.
Todos los
simbolismos utilizados en esta pieza, llevaban impresos los signos culturales
de la mexicaneidad: el chile, el tomate, la música norteña, las actitudes
religiosas, los santos y la agresividad machista. Pero más allá de este traer a colación los
iconos del imaginario regiomontano, el acto performático se llevó a cabo como
en una especie de conversión religiosa, en donde la artista fue martirizada y
su imagen consumida en el fuego sacramental, con lo que alcanzó un devenir de
la santidad. Lo Santo, según Rudolf
Otto, “contiene un elemento específico, singular, que se sustrae a la razón,
(…) y que es inefable; es decir, completamente inaccesible a la comprensión por
conceptos”. Y en ello consiste el acto de obediencia del artista hacia su arte,
en buscar una relación directa con el misterio, convertirse en un fiel devoto
de la revelación del arte. El arte como religión, como acceso a lo eterno y lo
divino. Divinidad como vida, vida como arte.
En
su ensayo sobre el erotismo, George Bataille analiza la violencia implícita en
el erotismo, que nos abre a la muerte. Es decir, vivimos como seres aislados,
separados unos de otros, cerrados, es decir, discontinuos. La continuidad sólo se da cuando no hay distinción
entre lo uno y lo otro. Así, el acto erótico tiende a disolver la
discontinuidad de los individuos, que significa una muerte momentánea del ser
separado, y un retorno a la continuidad abierta de la vida. “Toda la operación
erótica” – nos dice Bataille- “tiene como principio una destrucción de la
estructura cerrado que es, en su estado normal, cada uno de los participantes
del juego”[12]. En ese juego de sacar a flote las energías
sexuales, los instintos animales de la vida orgánica, el performance aquí
mencionado provoca una ruptura con la discontinuidad y nos muestra el camino a
la muerte, disolución del individuo. “La desnudez” –continúa Bataille- “es un
estado de comunicación, que revela un ir en pos de una continuidad posible del
ser, más allá del repliegue sobre sí.”[13] En esa desnudez, el
artista se abre ante el espectador, lo invita a desvestirse de sus límites, sus
bordes, su discontinuidad, de sí mismo. Para aquel que se afirma como individuo
separado y en posesión de sí mismo, la desnudez le aparece como una obscenidad,
una violencia, una violación. Ciertamente el erotismo del arte es violento y
trasgresor, pues nos conduce a la muerte del individuo separado, nos conduce a
una íntima relación con aquello que nos supera. Nos comunica aquello que a la
vez nos aterra y nos fascina: la mortalidad del individuo y la eternidad del
ser continuo. El carácter ritual de este tipo de performance, en el que el artista
se conduce como en un via crucis,
donde se martiriza, se mutila, se ejerce una violencia a sí-mismo, no es sino
una especie de ascetismo estético, un sacrificio de la individualidad profana
del hombre mortal, que lo aproxima a la sagrada inmortalidad del arte. El
artista adquiere el carácter de santidad, mientras que su beatitud solemne hace
que el espectador sensible experimente ese mismo sentimiento de eternidad. “En
el sacrificio, no solamente hay desnudamiento, sino que además se da muerte a la víctima (…) y entonces los asistentes
participan de un elemento que esa muerte les revela” es decir, lo sagrado. Y
dice Bataille que lo sagrado es “justamente la continuidad del ser revelada a
quienes prestan atención, en un rito solemne, a la muerte de un ser
discontinuo”[14].Así
pues, en este tipo de performance, el artista se sacrifica para alcanzar la
experiencia mística, la que introduce en él mismo y algunos cuantos
espectadores, lo que Freud llamaría el sentimiento oceánico, de unión, fusión
con la totalidad. “La víctima, a la que se daba muerte colectivamente, adquirió
el sentido de lo divino. El sacrificio la consagraba, la divinizaba.”[15]
4.- La transgresión caníbal y los
excesos del arte.
El
último acto performático, fue el de “Charlee Chamuko”. El acto comenzó con una
breve explicación de la palabra “canibalismo” y luego nos ofreció en la parte
superior de un cráneo humano, una especie de polvito color negro, rugoso y con
olor amargo. Tras repartirlo a sus espectadores, nos explicó que eran trozos de
su carne muerta, piel que se ha caído de su cuerpo. Nos invitó a comer parte de
su cuerpo, como una ofrenda sacramental, y proyectó sobre una pantalla una
serie de imágenes que mostraban pinturas acerca del canibalismo, escenas reales
de humanos comiendo carne de su estirpe, fotografías de caníbales famosos,
esculturas antiguas que muestran las arcaicas prácticas de la antropofagia y
demás imágenes que aludían al acto caníbal y su aparición en las distintas
culturas. Al mismo tiempo, de las bocinas salía una música ridículamente
graciosa, que ciertamente provocó algunas risas nerviosas, mientas Charlee
comía pedazos de su carne muerta, y alguno que otro espectador bizarro (como
yo) se atrevía a consumir el sacramento. Al terminar Charlee de comer su
porción, se terminó la música y la exposición había terminado. Sin duda, el
artilugio transgresor del tabú del canibalismo cumple la función de violentar
los límites y rechazar las prohibiciones en un acto sagrado en el que hace
participar a la comunidad humana de un acto que lo lleva a ingerir la realidad
de la mortalidad del hombre. En ese acto de consumo humano, el caníbal se
vuelve más que humano, pues incrementa su consciencia acerca del misterio de la
muerte, como manifestación más cruda de lo sagrado.
El
arte, en la actualidad, se sirve del exceso como una vía a lo infinito. La
desnudez, la masturbación pública, las auto-mutilaciones, y demás rupturas de
tabúes, no son sino un medio que el artista usa con el fin de alcanzar una
experiencia extática, tanto en sí mismo, como en sus espectadores. Lo que se
pone en juego con estas trasgresiones a la cultura “civilizada”, es la destrucción de las ilusiones
modernas acerca de la racionalidad humana, la individualidad del sujeto, y la
autonomía del yo. Descorrer el velo de manera agresiva, supone una eclosión de
la naturaleza instintiva e irracional inherente al hombre. Hacer resurgir
aquella fuerza primigenia y voraz que la modernidad ha encadenado y reprimido en
lo profundo del inconsciente. El ser racional que suponemos ser, es agredido,
violado por el artista contemporáneo, quien nos muestra que en el fondo, existe
una oscura realidad que hemos negado durante tanto tiempo, la realidad de lo
sagrado. “Hay en la naturaleza, y subsiste en el hombre, un impulso que excede
los límites (…) no podemos dar cuenta de ese impulso (…) pero sensiblemente
vivimos en su poder.”[16] La fiesta, el juego y el
arte, nos hacen sacar a flote aquellas fuerzas reprimidas, liberan energías que
conducen a los excesos que se ponen de manifiesto donde la violencia supera a
la razón. Las prohibiciones, sirven al propósito de contener las destructivas
fuerzas de la naturaleza primigenia, con el afán de mantener a raya el terror
que implica para el individuo la destrucción de su existencia única y separada.
El artista contemporáneo se propone a trasgredir las prohibiciones que
sostienen a una cultura, a violentar las normas que reprimen la vitalidad
humana, para liberar aquellas energías de lo inexplicable, otorgarle un espacio
a lo sagrado. “El mecanismo de la transgresión aparece en este
desencadenamiento de la violencia. El hombre quiso, y creyó, poder apremiar a
la naturaleza oponiéndole de manera general el rechazo de lo prohibido.”[17] La trasgresión inyecta un
brote de violencia, en este caso simbólica, que permite la emergencia del
exceso, y el exceso nos lleva a la experiencia de lo sagrado. “El mundo profano es el de las prohibiciones. El
mundo sagrado se abre a unas
trasgresiones limitadas. Es el mundo de la fiesta, de los recuerdos y de los
dioses.”[18]
La constitución del mundo profano, está entonces fundamentada sobre las bases
racionales de una realidad normalizada, regulada y ordenada según los designios
de los seres discontinuos que lo conforman; los hombres. Los hombres prohíben
aquello que fascina, que abre la puerta al desorden, al caos, a la muerte. Se
vuelve tabú lo que cuestiona el orden establecido. La prohibición erige velos
sobre la realidad, para construir un mundo controlable, habitable por los
humanos. La trasgresión levanta los velos, para revelarnos la oscura
irracionalidad de la naturaleza, la insoportable inhumanidad de lo sagrado. No
por nada llega Foucault a derivar de la muerte de dios, la muerte del hombre.
El hombre, es tan sólo una idea, una construcción del lenguaje que estructura
nuestro pensamiento y ordena nuestro mundo. La transgresión del arte, abre de
vuelta a la locura originaria, a la divina demencia en la que se disuelve el
hombre con lo sagrado.
Conclusiones
En
el mórbido juego del arte contemporáneo, el arte se presenta como una entidad
siniestra que exige de los artistas la confrontación con el misterio, el abismo
que llevamos por dentro, que nos somete a sus caprichos, nos devora con el
tiempo y nos carcome hasta la muerte. El espectador es llamado hacia la trampa
del arte como una fuerza que le supera, que lo atrae hacia ese mismo poder
oscuro que viola sus sentidos, sus expectativas, su visón de sí mismo y de la
realidad que le rodea. El espectador acude al llamado del mal, y experimenta en
sí mismo las energías diabólicas del pánico, sucumbe ante las pesadillas que le
recuerdan de aquella realidad subyacente, de la oculta multiplicidad de dioses
que rigen nuestras vidas desde el inconsciente, el inframundo. El artista es
aquel que sigue el misterio hasta sus últimas consecuencias, se santifica en el
sacrificio de su vida y se vuelve
inmortal, adquiriendo vida eterna. Lo sagrado está ahí, esperando a reaparecer
sobre la superficie del mundo, pero para ello necesita trasgredir los límites
de la razón humana, violentar las estructuras sociales que mantienen al
individuo como un ser aislado, desconectado y cerrado. La prohibición debe ser
desnudada para permitir el retorno de lo sagrado. Quizás el arte contemporáneo
sea aquel exceso, aquella transgresión caníbal que nos impulsa a devorar lo que
resta de la humanidad, llevarlo a la muerte y hacer resurgir de sus cenizas, lo
sagrado en nosotros.
Bibliografía:
OTTO,
Rudolf. Lo santo, lo racional y lo
irracional en la idea de Dios. Ed. Alianza, 1991
ARTAUD,
Antonin. El teatro y su doble. Ed.
Debolsillo, 2006
HILLMAN,
James. Pan y la pesadilla. Ed.
Atalanta, 2007
BATAILLE,
George. El erotismo. Ed. Tusquets,
2008
[1] El
pánico, como un estado en el que acudimos a las fuerzas arquetípicas del dios
Pan, un terror que nos remite a la animalidad del cuerpo, a la violenta
realidad de la naturaleza. Infra.
[2] OTTO,
Rudolf. Lo santo, lo racional y lo
irracional en la idea de Dios. Ed. Alianza, 1991, p. 23.
[3] Ibidem.
[4]
Kant hacia una distinción entre la realidad fenoménica, que es captable por
nuestros sentidos y asequible por la racionalidad humana, y la realidad
nouménica, que se escapa a toda posible captación, pues trasciende nuestras
facultades racionales. En ese sentido, el númen, lo numinoso, es aquel
excedente de realidad que nos rodea y que nos envuelve de una manera
incomprensible. El númen, es lo sagrado.
[5] ARTAUD,
Antonin. El teatro y su doble. Ed.
Debolsillo, 2006, p. 32.
[6] Ibídem.
[7] HILLMAN,
James. Pan y la pesadilla. Ed.
Atalanta, 2007, p. 46.
[8] Ibidem.
P. 45
[9] Ibid.
p. 69
[10] Ibid.
p. 77
[11] Aunque
el papel donde se nos entregó este texto no venía el autor, reconocí la frase
del libro sobre el erotismo de George Bataille.
[12] BATAILLE, George. El erotismo. Ed. Tusquets, 2008, p. 22.
[13] Ibidem.
[14] Ibid. p. 27
[15] Ibid. 87
[16] Ibid. p. 44
[17] Ibid. p. 71
[18] Ibid.
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