Estados alterados de consciencia:
Una aproximación psiconautica a
las realidades internas
Resumen:
La ciencia y la filosofía se han
ocupado de entender la realidad “objetiva” como el único ámbito de experiencia
que vale la pena explorar. La consciencia subjetiva, como una experiencia
enteramente personal, privada e intransferible se ha desechado como un mero
subproducto de la “verdadera realidad”, pues lo real se considera que debe estar
siempre bajo un consenso, un acuerdo entre las distintas subjetividades para
llegar a aquello que se considera fuera de todas ellas: la “objetividad”. Este
paradigma que se establece con base en la supuesta objetividad, es una
estructura de pensamiento, un modelo mental que se socializa a través de las
distintas consciencias y se construye un modelo de realidad que concuerde con
la mayoría de las consciencias. Pero existen experiencias que amenazan con
desmantelar esta construcción colectiva de la realidad, pues son experiencias enteramente subjetivas que nos
muestran otros aspectos de la realidad y que se experimentan bajo otros estados
de consciencia que no se consideran dentro de la norma establecida. Los estados
alterados de consciencia nos hablan de realidades en que los preceptos básicos
de la realidad de consenso suelen colapsar. La meditación, los sueños, los
trances chamánicos, las experiencias místicas, la posesión, la locura y las
substancias psicodélicas son ventanas hacia otros ámbitos de realidad que nos
indican que la visión occidental racionalista es un paradigma demasiado
estrecho que no nos permite percibir aspectos fundamentales de la realidad y
que en vez de ello, escinde nuestra percepción de lo real, acotando la
experiencia bajo su propio modelo que se justifica a sí mismo en un proceso
auto-regulativo y auto-evaluativo. Los estados alterados de consciencia vienen
a desmentir dicho modelo y por ello se les considera peligrosos y subversivos.
Es por eso que es pertinente para la filosofía explorar estos ámbitos de
realidad psíquica, en donde sujeto y objeto parecen ser tan sólo dos
polaridades de una misma sustancia y entonces surge una nueva figura de
investigador, el llamado “Psiconauta”.
1.- Normalidad y realidad de consenso
La vida diaria acontece ante nuestra
consciencia como un continuo de experiencias regulares que entendemos bajo una
serie de conceptos y nociones que hemos heredado o adquirido a lo largo de un
proceso de desarrollo vital y de una inmersión en la cultura que nos rodea. A simple
vista aquello que llamamos la “realidad” está ahí presente, de manera asequible
y normalizada, con una claridad que nos hace tener una certeza casi absoluta de
que lo que vemos y lo que vivimos es “real” y no nos detenemos a cuestionar la
validez de nuestros esquemas para validar lo real. Pero estos esquemas, estos
modelos mentales con los cuales medimos y designamos lo real, son parte de un
paradigma heredado que opera en nuestras consciencias de manera automática,
pues aunque no seamos conscientes de aquellos esquemas mentales con los que
medimos la realidad, éstos esquemas existen y conglomeran la experiencia y la
percepción de nuestra vida diaria, ajustando dicha experiencia dentro de los
modelos mentales que llevamos con nosotros. Pero hay que aclarar exactamente
qué son estos modelos mentales y para ello tomaré una cita de uno de los
representantes de la Psicología Transpersonal, Roger Walsh, que en su
compilación de textos “Más allá del ego” nos menciona que: “Los modelos son
representaciones simbólicas que describen los principales rasgos o dimensiones
de los fenómenos que representan. Como tales, son sumamente útiles para
descomponer fenómenos complejos en representaciones más simples y más
fácilmente comprensibles. (…)cuando son implícitos, se dan por supuestos o se
aceptan sin cuestionarlos, los modelos llegan a funcionar como organizadores de
la experiencia que modifican la percepción, sugieren ámbitos a la
investigación, le dan forma y determinan la interpretación de datos o
experiencias de modo tal que se vayan
obteniendo los resultados que los mismos modelos profetizan. La naturaleza auto-realizadora
y auto-profética de este proceso indica que los modelos se auto-validan. (…)
Configuran la percepción de manera congruente consigo mismos.” [1]
Pero, ¿De dónde vienen estos modelos? ¿Cómo es que se logran interiorizar en la
consciencia? Podríamos decir que dichos modelos se van integrando a la
consciencia a través de todo un proceso de culturización que comienza desde la
familia nuclear, se estimula con la educación y se confirma con la inmersión
del individuo en una dinámica social que se perpetúa por medio de las
instituciones dominantes. Tanto el gobierno, el trabajo, la escuela, la
religión, la televisión, el entretenimiento y demás instituciones formadoras de
la identidad, van bombardeando al individuo con estos esquemas mentales que
penetran en el inconsciente colectivo de toda una sociedad y que moldean la
realidad de consenso para establecer parámetros de objetividad y ámbitos de
experiencia válidos. Es por medio de la cultura, que lleva implícito un
paradigma, una esquematización de la realidad y de las posibilidades de
experiencias que el sujeto puede vivenciar dentro de ella. Hemos de tener bien
claro que los paradigmas culturales son ordenaciones arbitrarias que tienen una
historia particular y no podemos asegurar que dicho paradigma sea un reflejo
fiel de la verdadera realidad. Aún sin tener la certeza absoluta de que nuestro
paradigma racional occidental explique en su totalidad lo que es real, las
teorías que lo sustentan se han aceptado como una respuesta terminada y se ha
socializado dicho paradigma para establecer normativas que movilicen a la
sociedad hacia ciertas actividades que reflejan las necesidades de dicho
paradigma de auto-afirmarse. Nuevamente Walsh nos da cierta luz al respecto: “cuando
las teorías son eficaces se tiende, finalmente, a darlas por sentadas. Estos
se convierten en marcos de referencia y filtros
conceptuales que condicionan la manera de ver las
cosas.”[2]
Por medio de estos marcos normativos de referencia que compartimos con las
demás consciencias dentro de nuestra cultura, se establece un ámbito de
“objetividad”. Lo real se considera que debe estar siempre bajo un consenso, un
acuerdo entre las distintas subjetividades para llegar a aquello que se
considera fuera de todas ellas: la “objetividad”. Este paradigma que se
establece con base en la supuesta objetividad, es una estructura de
pensamiento, un modelo mental que se socializa a través de las distintas
consciencias y se construye un modelo de realidad que concuerde con la mayoría
de las consciencias.
Así, tenemos que la manera “normal”
de entender la realidad, es ya una construcción normativa de un paradigma que
establece las normas para designar como verdadera dicha realidad. Pero dicha
supuesta “realidad” no es más que un consenso, un acuerdo que se realiza dentro
de una comunicad cultural establecida. “La realidad” dice Goleman, otro
psicólogo transpersonal “queda configurada por el tono estructurado y el ethos de la sociedad. Los grupos humanos
construyen una realidad acorde con innumerables supuestos implícitos.”[3]
Y toda esta serie de supuestos implícitos que moldean nuestra percepción de la
realidad y nos configuran para actuar de tal o cual manera, se establecen con
el propósito de satisfacer los valores imperantes dentro de una comunidad
cultural dada, valores, que se consideran prioritarios y por tanto la sociedad
se configura alrededor de éstos. Goleman, utilizando la terminología del
epistemólogo Thomas Kuhn, afirma junto con él, que los paradigmas se vuelven
entonces en islas de realidad, estructuras compartidas que establecen un
consenso sobre lo que es real, pero que dicho consenso es tan arbitrario como
cualquier otro consenso, cualquier otro paradigma. “Kuhn usa el término
en un sentido que denota . En este sentido –como un conjunto de construcciones compartidas- un
paradigma científico pertenece al mismo orden de otras cosmovisiones
compartidas comunitariamente, como puede serlo el budismo. Los medios por los
cuales se perpetúan y transmiten los paradigmas son afines al proceso de
socialización tal como se da en cualquier realidad grupal específica.”[4]
Los paradigmas establecen dentro de sus propios estándares lo que ha de ser
llamado la realidad “objetiva”. Este paradigma dominante, el de un occidente
racional-capitalista posee sus propios valores imperantes que movilizan a la
sociedad en función de la producción económica, la fama, la acumulación de
riquezas, el consumo ininterrumpido, la competencia y la irresponsabilidad
social. Aunque no seamos conscientes de ello, estos son algunos de los valores que
solemos portar día con día, los portamos en nuestra consciencia, los
trasmitimos en nuestras expresiones y los experimentamos en nuestros pensamientos dentro de la forma
“normal” de consciencia. Pero esta conciencia “normal”, la que experimentamos
diariamente cuando estamos despiertos y cuando experimentamos el mundo
“objetivo”, no es el único estado de consciencia que podemos experimentar, pues
existen toda una serie de estados alterados de consciencia que nos reflejan una realidad totalmente diferente a la
establecida por la norma, realidades en las que los preceptos básicos de la
realidad de consenso suelen colapsar. La meditación, los sue ños, los
trances chamánicos, las experiencias místicas, la posesión, la locura y las
substancias psicodélicas son ventanas hacia otros ámbitos de realidad,
experiencias eminentemente subjetivas que nos indican que la visión occidental
racionalista es un paradigma demasiado estrecho que no nos permite percibir
aspectos fundamentales de la realidad y que en vez de ello, escinde nuestra
percepción de lo real, acotando la experiencia bajo su propio modelo que se
justifica a sí mismo en un proceso auto-regulativo y auto-evaluativo.
2.- Los estados alterados de consciencia
y el sentimiento oceánico
Recapitulando un
poco, sabemos ahora que la estructura paradigmática normativa establece dentro
de las sociedades los valores dominantes, las normas de conducta, los
estándares de objetividad y los parámetros de realidad y sabiendo también que
dicha estructura paradigmática busca auto-perpetuarse por medio de la cultura y
desarticular cualquier forma de expresión que amenace con desmentir o sacudir
los cimientos sobre los cuales la estructura total se sostiene, entonces
podemos tener por cierto que el paradigma buscará regular las consciencias
adaptándolas a el estado óptimo de funcionamiento dentro de la cultura y
protegiendo sus propios intereses contra aquellas otras formas de cultura que
sean incompatibles con el paradigma dominante.
Dicho en otras palabras, la consciencia “normal”, cotidiana y diurna, es
tan sólo un constructo ideológico que sostiene el paradigma occidental
racional-capitalista, y cualquier alteración de dicha consciencia “normal” es
una ruptura con las normas establecidas. Esto mismo nos dice Goleman, percatándose
que nuestra consciencia occidental, comparada con otras culturas, se encuentra
petrificada en un proceso normativo que nos evita experimentar con otras formas
de pensamiento, otros estados de consciencia. “El sistema de valores culturales, que ha condicionado
la preeminencia del estado de vigilia y la exclusión de los estados alterados
de la norma cultural, ha demostrado su funcionalidad en lo que se refiere,
digamos, al desarrollo económico; pero estos mismos valores han formado en
nosotros una cultura relativamente ingenua en lo que se refiere a los estados
alterados de consciencia. Otras culturas y tradicionales,
aun siendo materialmente menos productivas que la nuestra, son mucho más
expertas que nosotros en el conocimiento de los vericuetos de la conciencia.”[5]
Entendemos entonces que nuestro estado “habitual” de consciencia, el estado de
vigilia, es una estructura normativizada, envuelta en una serie de políticas
que nos prohíben modificar nuestra propia consciencia. A estas mismas conclusiones
llega el psicólogo Charles Tart en su ensayo sobre un enfoque sistémico de los
estados de consciencia. “Nuestro estado de conciencia habitual no es algo
natural o dado, sino una construcción sumamente compleja, un instrumento
especializado para hacer frente a nuestro medio y a las gentes que en él se
encuentran.”[6]Teniendo
en cuenta, que para el paradigma dominante, la consciencia normal es el
vehículo adecuado para transmitir los modelos reguladores de la experiencia,
entonces salirse de ese estado de consciencia “normal” implica ir en contra de
dicho sistema de pensamiento, pues “en
la medida en que la es una convención validada por consenso,
pero arbitraria, un estado alterado de conciencia puede suponer un modo de ser
antisocial y rebelde”[7].
El paradigma entero se ve amenazado por la alteración de la consciencia de
normalidad. Todo acceso a los estados alterados de consciencia, es ya una
subversión contra el régimen de la consciencia diurna. Pero, ¿Qué son estos estados alterados de
consciencia? ¿Cómo es que operan en nuestra mente? ¿Poseen en sí una realidad o
son subproductos de una ontología de lo diurno? ¿Cuál es la realidad que los
estados alterados de consciencia nos muestran?
Podríamos hablar de los innumerables
testimonios de las experiencias místicas que han expresado monjes y
sacerdotes de diversas culturas y
tradiciones religiosas, con personajes tales como Plotino, Eckhart, San Juan de
la Cruz y Henri Bergson, por tan solo mencionar algunos místicos de la
tradición cristiana, que nos hablan de una experiencia de fusión total, de la
disolución de las barreras entre sujeto particular y el objeto absoluto, de
captación inmediata de la totalidad inefable. Esto ha sido estudiado a fondo
por muchos autores y en particular, Juan Martin Velasco, un fenomenólogo nos
habla de la experiencia mística como “una experiencia radical,
idéntica en todas las religiones y que constituiría su núcleo esencial: la
experiencias de un contacto directo, de unión estrecha, del hombre con la
verdadera realidad, representada bajo formas diferentes como lo Absoluto, lo
Divino, el Uno, el Brahman, por las diferentes doctrinas religiosas o
teológicas. Esa experiencia constituiría la esencia de la mística que la
comparación de los diferentes fenómenos místicos permitiría captar con
facilidad”[8]
O bien,
podríamos examinar las investigaciones del psiquiatra Stanilav Grof, quien
conduce estudios acerca de la consciencia y las substancias psicodélicas,
especialmente el LSD, que según Grof, puede llevar a estados alterados de
consciencia en el que se trasciende la individualidad y la consciencia
ordinaria se sumerge en lo que Grof llama “Mente Universal” y que “al
identificarse con la consciencia de la Mente universal el individuo siente que
ha alcanzado la realidad subyacente en todas las realidades y se ve ante el
principio fundamental y supremo que representa la totalidad del ser. (…) La
comunicación verbal y la estructura simbólica de nuestro lenguaje cotidiano se
muestran como medios ridículamente inadecuados para captar y transmitir su
naturaleza y cualidad. La experiencia del mundo de los fenómenos y de lo que
llamamos estados habituales de conciencia se muestra, en este contexto, como
aspectos muy limitados, idiosincrásicos y parciales de la conciencia general de
la Mente universal.”[9]
Lo mismo podríamos decir de la meditación profunda, de los trances chamánicos y
de ciertos cuadros de esquizofrenia, que en todos estos casos se presenta aquel
sentimiento de unión con la totalidad, de disolución de las fronteras del yo y
de inmersión en aquello que Freud describió como “Sentimiento Oceánico[10]”
en el cual la consciencia se identifica con el todo. Por supuesto que cada uno
de estos temas, es en sí un territorio muy basto y la exploración de su
psicogeografía requeriría un estudio especializado, por lo que optaré por
analizar más bien otro estado alterado de consciencia con el cual estamos todos
familiarizados: los sueños.
3.- Los sueños y las profundidades de la
psique
El pensamiento racional-occidental
erigía su cosmovisión, su explicación del universo con bases en la racionalidad
inherente al estado de consciencia diurno, la vigilia. La totalidad del mundo y
de sus instituciones se fundamentan en los preceptos de que el hombre es un ser
racional y que la consciencia de vigilia es la totalidad de la dimensión
psíquica del hombre. Pero alrededor de 1920, Freud descubre que por debajo de
la consciencia ordenada y diurna, se encuentra una profunda realidad oculta,
una dimensión psíquica que se esconde detrás de la pantalla de realidad
racional. Freud denomina como aquella realidad que subyace
tras las estructuras del pensamiento consciente. Aunque para Freud esta
plataforma de impulsos irracionales y caóticos es una especie de receptáculo en
donde las pulsiones incompatibles con la consciencia se reprimen y se ocultan,
Jung un discípulo de Freud va todavía más al fondo de las regiones nocturnas de
la consciencia y enuncia una segunda capa del inconsciente que no solamente es
personal, sino que también posee otra capa todavía más profunda detrás del
inconsciente personal, y es el inconsciente colectivo, de donde emanan las
imágenes arcaicas de las fantasías arquetípicas. Tanto para Freud como para
Jung, los sue ños se convierten en la via regia de acceso al contenido de lo inconsciente. Jung expresa
que no debemos caer en el error de que los sueños son un subproducto de la
conciencia de vigilia, pues en sí, el inconsciente tiene su propio ámbito de
realidad, en donde “lo
inconsciente es real, puesto que tiene efectos reales. Pero tiene en todo caso
una clase de realidad distinta a la del mundo exterior, a saber, una realidad
psíquica. Es en consecuencia, como si nuestra consciencia estuviera entre dos
mundos o realidades. (…) Una mitad de las percepciones fluye hasta ella a
través de los sentidos; la otra mitad, a través de la intuición, esa
contemplación de procesos interiores estimulados por lo inconsciente. La imagen
del mundo exterior nos permite entender todo como efecto de las fuerzas
impulsadoras físicas y fisiológicas; en cambio, la imagen del mundo interior
nos hace entender todo como efecto de seres espirituales. La imagen del mundo
que nos proporciona lo inconsciente es de índole mitológica. En vez de leyes
naturales tenemos intenciones de dioses y demonios; en lugar de los impulsos
naturales actúan almas y espíritus.”[11]
La realidad subjetiva del sueño nos muestra que la consciencia puede
deambular por regiones psíquicas cuyas estructuras de pensamiento y modos de
desenvolverse son distintas a las leyes de la física y las reglas de la lógica
que operan en la realidad “despierta”. El hecho de que nuestra cultura
occidental y racional nos impida tomar atención a aquellas realidades internas,
nos ha afectado en nuestra comprensión total del universo en el que vivimos.
Concluye Jung de ello que “hay muchas cosas de las que no somos consciente porque nuestra
cosmovisión no les concede espacio alguno, porque la educación y la formación
que recibimos jamás las han estimulado y, si acaso han desaparecido en la
consciencia como ocasionales fantasías, son inmediatamente reprimidas. La
frontera entre lo consciente y lo inconsciente la determina en gran medida
nuestra cosmovisión.”[12]
En oriente, en cambio, las culturas
ancestrales del hinduismo y el budismo han coexistido milenariamente con el
conocimiento de que el sueño es un estado de consciencia esencial
dentro del ser humano, un ámbito de realidad en el cual el hombre puede
desarrollarse mental y espiritualmente.
Esto nos explica Ragú en su libro “¿Qué es el hombre?”’, en el que nos
habla de los conocimientos sobre el sueño que posee oriente. Para el hinduismo
y el budismo, el sueño es tan solo una de las dos polaridades en las que oscila
la consciencia, mediante la experiencia del sueño los budistas confirman sus
creencias de que las polaridades de sujeto y objeto son creaciones de un mismo
principio, a saber, la mente. “El hombre, o algo dentro del hombre, es capaz de bipolarizarse en el
sueño, en el sujeto y sus objetos. El Upanishad
dice que es la fuerza psíquica (tejas)
la que crea el mundo de los sueños y que esta fuerza psíquica incluye, en
formas sutiles, los sentidos, los órganos de acción y sus objetos
correspondientes. (…) el cuerpo del hombre, en el sueño, es cuerpo sutil. (…)
Los sueños son un testimonio de la interioridad del ser del hombre, que incluye
los polos subjetivo y objetivo”[13]
Pero también nos habla de que de la mezcla de ambas polaridades,
del sueño y la vigilia,
surge un tercer estado de consciencia que se le denomina sueño
profundo, que implica un contacto íntimo con la realidad absoluta al que se le
denomina “Brahman”. “Cuando
se suprimen los velos y la inconsciencia dominante, el es
considerado como el Atman brillando
en su pureza. Es en esta etapa cuando el hombre conoce, directamente y sin
referencia a ninguna otra cosa, su ser consciente original. Es una etapa que
trasciende a la subjetividad y la objetividad. (…) La subjetividad sólo dura
mientras dura la objetividad. Pero ambas son trascendidas cuando la mente, los
sentidos y sus objetos correspondientes se retiran. Éste es el límite de la
interioridad del hombre, en el que entra nuevamente en contacto con el Supremo
Brahman, que es lo mismo para todos.”[14]
Así, nos damos cuenta de que esta separación del ser en sujeto y objeto, se
muestra como ilusoria gracias a la experiencia onírica. Algo existe dentro de
la consciencia que permite este desoblamiento entre el observador y lo
observado, revelando que en realidad ambas cosas son polaridades de una sola
realidad. “En el estado onírico, el sujeto asume las formas del propio cuerpo y
las formas de los propios objetos. Por esa razón el es calificado
como auto-revelador. La luz con la que el hombre ve los objetos es la suya
propia. En este estado, crear los objetos y percibirlos es una y la misma cosa
y el principio de Berkeley es válido. Porque el objeto
onírico existe sólo mientras es visto. Desde el momento en que no se ve deja de
existir y se sumerge en la fuerza psíquica del ego (tejas) como las olas se pierden en el mar.”[15]
He de notar, que para los monjes tibetanos, existe un vasto conocimiento sobre
la psicogeografía onírica y las leyes que la rigen, y han desarrollado toda una
metodología de conscientización de los sue ños, el Yoga Nidra o yoga de los sueños, en el cual los monjes tienen que aprender a
volverse conscientes dentro del estado onírico, controlar ese otro estado de
consciencia y a partir de ello ejercitar su mente para disolver las barreras
que escinden al ser en sujeto y objeto, hasta eventualmente fusionarse con la
vacuidad o el Brahman. En occidente este fenómeno de volverse consciente dentro
de los sueños se le conoce como Sueño
Lucido, es decir, un sueño en el soñador se vuelve consciente de que está
soñando y permanece dentro del sueño. Este es un fenómeno poco aceptado dentro
del racionalismo occidental, pero el psicofisiólogo de Stanford, Stephen
LaBerge ha demostrado mediante el encefalograma que se puede tomar consciencia
dentro del estado onírico. Personalmente afirmo la realidad de dicho fenómeno
pues yo mismo he experimentado en variadas ocasiones el sueño lúcido. Pero esa,
es otra historia.
4.- El observador que se observa a sí
mismo
Hasta el momento, hemos considerado
que el estado “normal” de consciencia, es tan solo una adaptación
socio-cultural a un determinado paradigma que sostiene una cosmovisión
racionalista. Hemos aprendido también que los distintos estados alterados de
consciencia conducen a la destrucción de los cimientos racionales con los
cuales se sostiene dicha cosmovisión. Pero lo que nos están diciendo los
estados alterados de consciencia, no son tan solo visiones erráticas y
arbitrarias, pues también desde el ámbito de la ciencia física se está
demostrando que el universo es mucho más complejo y caótico de lo que creíamos.
Ken Wilber nos relata esta ruptura de la física cuántica con el paradigma
cosmológico newtoniano, “la revolución cuántica fue tan cataclísmica por que no
atacaba una o dos conclusiones de la física clásica, sino su piedra angular, el
cimiento sobre el cual se había construido todo el edificio, que era
precisamente el dualismo sujeto-objeto. Los físicos vieron con absoluta
claridad que la medición y la
verificación objetiva ya no podían ser el sello de la realidad absoluta, porque
el objeto medido jamás podía ser completamente separado del sujeto que lo
medía; en este nivel, lo medido y lo que mide, lo verificado y lo que lo
verifica, son una y la misma cosa.”[16]
Pero si el observador y lo observado
son uno mismo y la separación entre sujeto y objeto no son más que una ilusión.
¿Por qué seguimos percibiendo la realidad escindida? ¿Será que nuestro estado
de conciencia habitual contiene
alguna estructura cognoscitiva que divide lo real? Y de ser esto así, ¿Qué
podemos decir de la naturaleza del conocimiento y de los medios para conocer la
verdadera realidad? Pareciera como si nuestra manera de conocer se encontrara
viciada o fragmentada, o que la estructura de nuestra consciencia habitual se
encuentra en el dilema de que para poder conocer la realidad, tiene que ignorar
un aspecto de la misma, a saber, la misma consciencia. El ojo puede ver, pero
no puede verse así mismo en su proceso de ver la realidad. Esta es la paradoja
a la que nos conducen los nuevos descubrimientos de la física cuántica. “Además
de renunciar a la división ilusoria entre sujeto y objeto, entre ondas y
partículas, entre mente y cuerpo, entre lo mental y lo material, la nueva
física (…) abandonó el dualismo del espacio y tiempo, de la energía y la materia,
incluso del espacio y los objetos. (…) el conocimiento dualista era inadecuado
reconociendo (…) la posibilidad de otro
modo de conocer la realidad.”[17]
Es evidente de que para nuestro estado habitual de consciencia, cuando estamos
despiertos, la realidad nos aparece como el contacto de un sujeto (es decir, el
Yo) y el objeto (el No-Yo). El conocimiento en este estado de consciencia, es
dual y esquematizado en signos lingüísticos que designan cada cosa como un
objeto separado e independiente del sujeto que lo percibe. Pero los estados
alterados de consciencia, nos muestran una realidad que se encuentra
íntimamente ligada con el sujeto que conoce: el observador y lo observado son
polaridades de una misma sustancia y no existe la división entre sujeto y objeto,
por lo cual la realidad se presenta de manera directa, sin intermediarios. En
“el conocimiento no dual (…) parte de su naturaleza es ser uno con aquello que
conoce, lo que evidentemente trae consigo un cambio en la propia sensación de
identidad.”[18]
Así tenemos que los modos de conocer están ligados a distintos estados de la
conciencia con su consecuente identificación con algún aspecto específico de la
percepción. “Disponemos, pues, de dos
modos de conocer básicos, como descubrieron los físicos: uno que ha
recibido los nombres diversos de conocimiento simbólico, por mapas, inferencial
o dualista; en tanto que el otro se ha considerado conocimiento íntimo, directo
o no dual.”[19] Y
cada modo particular de conocer, depende intrínsecamente de una forma o un
estado distinto de consciencia, pues cuando estamos en la conciencia de
vigilia, las estructuras cognoscentes nos muestran una realidad escindida entre
sujeto y objeto, mientras que distintos estados alterados de consciencia nos
indican la unidad entre el observador y lo observado. Entonces, “los diferentes
modos de conocer corresponden a diferentes niveles de la conciencia, a bandas
distintas y fácilmente reconocibles del espectro de la consciencia. (…) un
cambio en nuestro modo de conocer da por resultado un cambio en nuestro
sentimiento de identidad básico. Mientras estemos utilizando solamente el modo
de conocer simbólico y dualista, que separa al sujeto cognoscente del objeto
conocido y después alude al objeto conocido con un símbolo o nombre apropiado,
nos sentiremos asimismo fundamentalmente distintos del universo y ajenos a él.”[20]
Nada más terrible para la filosofía es esta realización de que la razón,
instrumento por excelencia del pensador de universos, es una cualidad
cognoscitiva viciada, pues la razón nos llevará siempre a concebir el universo
en su separación, en su escisión ontológica entre sujeto y objeto. Si la razón
ya no nos puede llevar por el camino de la verdad, entonces habremos de
abandonar la filosofía. No son terrenos para el filósofo aquellas grutas de la
psicogeografía, puesto que navegar los estados alterados de consciencia implica
abandonar la estructura racional del conocimiento, entonces habrá que llamar a
una nueva figura de exploradores de la consciencia, es decir, los psiconautas.
Conclusiones
La consciencia diurna posee un
régimen cognoscitivo racional, que escinde la realidad en sujeto y objeto. Esta
estructura cognoscitiva, el sistema habitual de consciencia, es un estado
normativizado, construido en función de un paradigma socio-cultural que se
auto-valida y que mide la realidad en términos de efectividad, certeza y
objetividad. Ante esta estructura de pensamiento, los estados alterados de
consciencia son rupturas con dicho paradigma, subvierten el sistema de
consciencias y desarticulan los patrones culturales de expresión, conducta y
valorización establecidos. En el sistema de pensamiento de la vigilia, el
estado de consciencia habitual, la realidad se explica a través de un modo de
conocer racional, simbólico y esquematizado que reflejan una realidad dual, de
sujetos y objetos. Mientras que los estados alterados de consciencia y los
nuevos descubrimientos de la física cuántica, nos revelan un universo
interconectado, en donde aquello que conocemos es parte de nosotros mismos. “Puesto
que los modos del conocer se corresponden con niveles de la conciencia, y
puesto que la realidad es un modo
particular del conocer, de ello se sigue que La realidad es un nivel de conciencia.”[21]
Es pertinente recordar las limitaciones de la filosofía ante estos reinos de la
psique, y por ello es al psiconauta al que le pertenece la misión de trazar
rutas para la traslación hacia esos nuevos continentes de la consciencia.
Hemos de entender que debido a que
nuestra cultura occidental-racionalista cimentada en el régimen diurno de la consciencia
ha moldeado todo nuestro entendimiento del universo y de nosotros mismos, nos
hemos identificado con una imagen errónea de nuestro ser y en consecuencia,
desconocemos nuestro verdadero potencial y nuestra esencia original. Pues si
borramos las barreras ontológicas entre sujeto y objeto, nos daremos cuenta de
que todos nosotros no somos más que una sola consciencia, la consciencia del
universo entero, que se conoce a sí mismo a través de las múltiples subjetividades.
“La prueba de que existen territorios más vastos de la experiencia, la
identidad y la conciencia nos permiten tener nuevas visiones de lo que podemos
llegar a ser y es posible que movilice nuestros esfuerzos, individuales y
colectivos, por concretar tales visiones. El reconocimiento de que somos
co-creadores activos de la forma en que nos percibimos a nosotros mismos y de
nuestra percepción de la realidad nos impide seguir percibiéndonos como
víctimas pasivas de datos psicodinámicos y existenciales y nos convierte en
co-creadores activos, en verdaderos dioses dentro de nuestro propio universo.”[22]
Y teniendo en cuenta que nuestra consciencia no se separa sustancialmente de
aquello de lo que percibe, toda nuestra percepción de lo real, es en realidad
una forma de creación, o de ordenamiento, así pues, podemos identificar nuestra
consciencia con Dios mismo, o al menos con la de un demiurgo que moldea la
sustancia de lo real de una forma activa, tal como cuando soñamos, pues aquello
que vemos y aquello que somos, es una misma cosa. “No podemos examinar los
fenómenos aisladamente, sin introducir en ellos deformaciones y dualidades
artificiales. Además no somos observadores objetivos y desapegados, sino
participantes activos en el universo. No podemos medir sin cambiar; las
preguntas que hacemos y las respuestas que recibimos sin funciones de nuestras
creencias y de nuestros modelos, y en última instancia, de nuestra conciencia;
la dicotomía subjetivo/objetivo ya no puede seguir manteniéndose (…) al mismo
tiempo somos y creamos la realidad que investigamos.”[23]
[1] Varios.
Más allá del ego. Ed. Kairos 2008. P.
16
[2] Ibid.
P. 31
[3] GOLEMAN,
Daniel. Enfoques de la psicología, la
realidad y el estudio de la conciencia. Ed. Kairos 2008. P. 38
[4]
Ibidem. P. 39
[5]
Ibid. P. 42
[6]
TART, Charles. Enfoque sistémico de los
estados de la conciencia. Ed. Kairos 2008. P. 169
[7]
Ibid. P. 42
[8] VELASCO,
Juan Martin. El fenómeno Místico, Ed.
Trolla, Madrid, 2003. p 36
[9]
GROF, Stalinav. Dominios del inconsciente
humano: observaciones a partir de la investigación con lsd. Ed. Kairos,
2008. P. 142
[10] FREUD,
Sigmund. El malestar en la cultura.
[11] JUNG,
C. G. Civilización en transición. Ed. Trotta, 2001. P. 17
[12] Ibid. P. 27
[14] Ibid. P. 287
[15] Ibid. P. 293
[16] Ibid. P. 366
[17] Ibid. P. 367
[18] Ibid. P. 369
[19] Ibid. P. 368
[20] Ibid. P. 369
[21] Ibid. P. 370
[22] MASLOW, Abraham. Más allá del ego. Ed. Kairos 2008. P.
405
[23] Ibid.
P. 406
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