Terror Cósmico - Rufino Tamayo |
El retorno de los dioses del abismo:
Una mirada al caos que se acerca
“¡Ah, el horror! ¡El horror!”
-Kurtz, en El corazón de las
tinieblas.
Introducción a las tinieblas
Entre el horror y el terror existe una diferencia
abismal. Mientras que en el terror uno padece de la angustia de ser afligido
por una fuerza explicable dentro de los límites de la razón, perfectamente
asequible y evitable (como una bomba, un animal salvaje, un asesino, etc.) en
el horror el abismo se asoma de una manera imposible, fuera de toda posible
explicación, fracturando nuestra existencia y borrando en nosotros toda huella
de realidad. En otras palabras, el terror se encuentra sometido a un régimen de
lo diurno, lo racional, el orden y lo natural. En cambio, el horror se muestra
bajo las máscaras del régimen nocturno, lo irracional, el caos y lo sobrenatural.
La contemplación de lo horroroso nos deja siempre sin palabras, o incluso nos
puede llevar a la locura. Pero ¿qué implicaciones tiene la existencia de una
emoción tal en la gama anímica del ser humano? Sin duda, la psicología
analítica tiene mucho que decir al respecto, pero mucho más la literatura, que
se presenta como un laberinto del alma humana, una exploración de las
profundidades de la imaginación colectiva y de la psique. Un primer
ejemplo lo podemos ver en El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad,
cuando Kurtz un hombre icónico de la civilización occidental, emisario de la
luz del progreso y la racionalidad humanista se sumerge en las profundidades de
la selva africana, aquella cruda realidad primigenia habitada por los salvajes
e incivilizados. La naturaleza, descrita por Conrad en dicha novela, aparece
como la exposición de las entrañas del caos, una especie de orden inhumano,
incomprensible para la razón. En medio de la modernidad, se percibe a la ciudad
como un fragmento de naturaleza domesticada, y se concibe al hombre como
desprendido de las supersticiones y de las creencias en los dioses. El hombre
moderno se concibe a sí mismo como el artífice de un orden habitable, un cosmos
humano. Pero la selva, ¡ah, la selva! Aquella apertura al caos y el desorden
primordial, a la vez un pedazo de naturaleza externa y símbolo de la naturaleza
interior, de lo salvaje de adentro. En el corazón de las tinieblas, “aquella
zona parecía sobrenatural. Estamos acostumbrados a observar como espectadores
la sagon encadenada de un monstruo domado, pero allí… allí podía verse algo
monstruoso y libre.” Y esa envolvente creatura misteriosa, muda e inefable que
es la naturaleza, penetró en los laberintos cerebrales de Kurtz, haciéndolo
bailar la danza macabra, la oscura mirada al abismo que hace perder la cordura.
Por ello, Marlowe, el narrador de la historia, es enviado para rescatar al
general Kurtz, perdido en la demencia de la selva primordial, pues había
contemplado las regiones oscuras del alma humana y la selva le había regresado
la mirada. Marlowe lo encuentra en el Congo, adorado por los nativos como si
fuese un dios, “pero su alma estaba loca. Al quedarse solo en la selva, había
mirado dentro, y,¡Cielos! Os lo aseguro, había enloquecido”[1]
1.- Los gritos profundos de la locura
Volverse loco parece ser la consecuencia
necesaria de contemplar el horror absoluto, de saberse in-significante (fuera
del orden del signo, como diría Foucault) ante el abismo de lo inabarcable, de
la Otredad radical, a la que no podemos responder más que por medio de la
demencia. Tal parece ser también el tema recurrente de las historias de
Lovecraft, cuyas monstruosidades escapan siempre al lenguaje y hacen de sus
protagonistas dirigirse en un camino espiral hacia la locura. El horror que los
protagonistas de sus historias encuentran, es un horror cósmico, inasequible,
puesto que aquellas monstruosidades sobre pasan la capacidad lingüística y
conceptual del hombre para poder nombrarlos, eluden el sometimiento al sistema
sígnico; son criaturas que trasgreden los límites de lo decible y por tanto,
indescriptibles e incontrolables. Además, estas horripilantes criaturas
amenazan no sólo el orden racional del individuo, sino que destruyen por
completo el panorama cósmico humano total, ya que su existencia misma es una
contradicción contra el orden de las cosas, haciéndole ver al hombre que el
universo en el que ha creido hasta ahora, no es más que una ilusión
confortable, una falsa estructura de creencias acerca de una realidad estable,
ordenada y asequible, que se sostiene sobre un abismo insoslayable y que no se
corresponde con la desbordada realidad de los dioses primordiales, entidades
supra-cósmicas de la mitología Lovecraftiana que han existido mucho antes que
la humanidad y que parecen amenazar con volver a irrumpir de manera violenta en
el cosmos humano. Uno de los más famosos de los dioses primordiales de las
novelas de Lovecraftes, es el descomunal octopoide Cthulhu, que duerme en un
sueño profundo, en la perdida ciudad de R'lyeh. La experiencia estética
del horror cósmico en Lovecraft, se asemeja a la experiencia de lo sublime que
mencionan Kant y Schopenhauer, aquella en la que la contemplación de lo
inconmensurable hace sentir al hombre la disolución de la individualidad y la
fatalidad de lo inabarcable, lo inhumano, lo supra-cósmico. El horror
Lovecraftiano nos muestra que inevitablemente aquellas irracionales y amorales
criaturas primigenias despertarán algún día y sacudirán por completo a todas
las formas de vida que actualmente habitan el planeta. Podríamos entender de
manera simbólica a estos dioses primordiales como el anuncio del retorno de un
régimen nocturno, un reino de oscuridad en el que se trasgreden todas las
normas morales y sociales, el caos originario en donde domina lo deforme, lo
indefinible, lo extraño, lo diferente, lo Otro. El miedo a lo
desconocido es enfatizado en esta forma de horror cósmico, como el miedo a que
una realidad mucho más extraña e inconmensurable, que sobrepasa los límites de
la racionalidad humana y cuya contemplación implica un ineludible huir hacia
las montañas de la locura, en donde los amorfos shoggoths gritan
incesantemente desde sus subterráneas cuevas los distintos nombres de la
locura: “¡Tekeli Li! ¡Tekeli Li!”
2.- El sueño dela razón y el destierro de los
dioses
Pareciera como si todo el proyecto de la
modernidad consistiera en establecer un orden rígido y estructurado de la
racionalidad, que permita explicar todas las experiencias humanas dentro del
sistema de significantes, el régimen diurno. El racionalismo
material-cientificista ha procurado desterrar a todos esos miedos irracionales,
los dioses, los monstruos y los fantasmas, los trances místicos y las
experiencias oníricas al discurso de lo Otro, al terreno de la locura, a
los sanatorios mentales. Tal sistemática desterritorialización de lo Otro por
la racionalidad moderna, ha sido ya muy bien explorada por autores como
MichelFoucault[2]Guille
Deleuze y Félix Guattari[3].
El mundo de lo sagrado ha sido arrojado a un oscuro abismo en donde yace
enterrado hasta el momento, sin embargo, dicho abismo persiste aún en la
interioridad del alma humana, en su imaginario colectivo. Pero el sueño de la
razón produce monstruos, y dichos monstruos nos han llevado a comprender que
los dioses y las creaturas amorfas no se han marchado de la realidad humana,
tan sólo han cambiado de nombre. Ahora les llamamos Transtornos psicológicos,
Pulsiones, Neurosis, Super-yo, Ello, etc. Con el advenimiento del
psicoanálisis, el hombre moderno ha podido asomarse nuevamente a ese abismo
interno del inconsciente, esa fuerza caótica e irracional que opera desde las entrañas
del inframundo humano, lo que se escapa de la consciencia moral y racional del
hombre civilizado. Jung menciona que el inconsciente se expresa en motivos
mitológicos, como fuerzas instintivas e irracionales que someten al
a sus dramas delirantes, como entidades autónomas, fuera del control de la
consciencia racional. En ese sentido, los impulsos del inconsciente son como
los dioses primigenios, entidades amorfas que duermen en las profundidades del
mar (el inconsciente) y que amenazan con resurgir y destrozar todo el esquema
racional que el hombre moderno ha edificado en torno a la instancia psíquica
del yo humano. Justamente eso es lo que sucede en la locura, cuando el yo
racional se fragmenta y las distintas fuerzas del inconsciente toman control de
su existencia, arrastrándo a su huesped humano, en el que ahora habitan, a
cometer actos irracionales que atentan contra todo el orden establecido. El
sueño moderno de la razón, con sus bombas atómicas, fascismos desenfrenados,
masacres justificadas bajo el nombre del progreso y de la libertad, lejos de
ser una utopía luminosa, se ha revelado como una pesadilla, y es la labor de la
psicología profunda el entablar una relación nuevamente con los dioses del
inframundo, entender los susurros delirantes que provienen del abismo.
3.-La pesadilla y el inframundo.
El mayor representante contemporáneo de la
psicología analítica, James Hillman, encuentra precisamente que el régimen
diurno de la razón, con su obsesiva necesidad de someter toda experiencia al orden
del significante, le ha cerrado el paso a las emanaciones poéticas del
inconsciente, con su lenguaje mitológico, sus fantasías arquetípicas y sus
ensoñaciones cósmicas. Por ello, el inconsciente es ahora imaginado como una
especie de inframundo, un reino psíquico que invierte el sentido literal de la
racionalidad consciente y en donde ahora habitan los dioses subterráneos de la
mitología inconsciente. Los instintos reprimidos martillean la consciencia
diurna y se escapan durante la noche, en nuestros sueños, o más precisamente en
nuestras pesadillas. La experiencia más directa de lo inconsciente, dice
Hillman, se encuentra en la pesadilla, que nos retrotrae a las arcaicas formas
del pensamiento humano, nos pone nuevamente en contacto con los dioses primigenios,
nos sumerge de vuelta en la experiencia del horror cósmico, en el que el caos
primordial suplanta al orden racional del cosmos humano. “La pesadilla”, dice
Hillman, “nos ofrece la llave para una nueva aproximación a la naturaleza
perdida, muerta. En la pesadilla regresa la naturaleza reprimida, (…) la
reacción inmediata es una emoción demoniaca”[4].
El instinto que sale a flote en el horror provocado por las pesadillas, es el
pánico, cuyo nombre nos remite a la divinidad caprina de la mitología griega,
el dios cabra de la sexualidad, de los instintos, de la naturaleza salvaje y
del desorden, que con la instauración del cristianismo como religión oficial,
su imagen se convirtió justamente en la entidad que encarna todos los males y
las contradicciones de la racionalidad humana: el diablo. El pánico y el horror
son estados anímicos que nos hacer regresar de manera instintiva a una realidad
arcaica, más allá de la cosmovisión humanista, en donde entramos en contacto
con una naturaleza salvaje, desbordada y peligrosa, cuyas fauces se aparecen en
nuestro imaginario como los monstruos primordiales, amorales y frenéticos.
Conclusión:
La literatura ha sido siempre un vehículo para la
exploración de los profundos mares del imaginario colectivo. La realidad imaginal,
está repleta de imágenes primordiales y fantasías arquetípicas, que nos
recuerdan que en el fondo de nuestra alma, en el inconsciente, todavía se
encuentran ocultos aquellos dioses de antaño. La modernidad nos ha procurado un
mundo desencantado, una realidad en la que la naturaleza se encuentra sometida
a nuestros designios, en donde el hombre se siente protegido de las fuerzas
irracionales de lo Otro, que sin embargo se suele seguir manifestando
por medio de la pesadilla y la locura. El mundo de los dioses y las
monstruosidades está muerto y enterrado, o al menos eso nos hace creer el
régimen diurno del significante. Pero en todas las artes que se aproximan a la
experiencia estética del horror, como la literatura, el cine, la poesía, el
teatro, y las artes plásticas, se asoma de nuevo el abismo de la naturaleza
viva y caótica. El análisis psicológico del imaginario colectivo, nos
indica que la locura originaria es una realidad próxima, pues los dioses del
inframundo no podrán ser contenidos por mucho tiempo, y sus susurros ya se
escuchan cada vez más cercanos. El horror cósmico es una ventana hacia aquella
realidad invisible, en la que se asoma la visión de un mundo Otro¸ un
mundo vivo y reptante. “El mundo vivo es, por supuesto, animismo. Que este mundo
sea divino e imaginado por diferentes dioses con sus atributos y
características es panteísmo politeísta. El que el miedo, el terror y el horror
sean naturales es sabiduría.(…) Naturaleza viva significa Pan, y el pánico abre
una puerta hacia esa realidad”[5].
Acerca
del autor:
Mario
Alonso Martínez Cordero es una entidad ficticia cuya existencia ha sido soñada
por un eterno narrador de ficciones llamado Oneiros. El personaje de Mario
Alonso es un licenciado en Filosofía y Humanidades. Escritor, cuenta-cuentos y
onironauta, Alonso toma como su campo de interés los temas de lo sagrado, la
locura, los sueños, la identidad y la ficción. También ha incursionado en la
crítica y la curaduría de arte, y actualmente escribe en un fanzine en
“elprograma.net”. Se dice que a veces disuelve las barreras entre la realidad y
la ficción y se le permite escribir algún artículo para un mundo imaginario
llamado “realidad”.
Bibliografía:
-CONRAD,
Joseph. El corazón de las tinieblas. Ed.Clásicos
universales, 2006
-LOVECRAFT, Howard Phillip. Los mitos de Cthuluh. Ed. Tomo.
-FOUCAULT,
Michel. La historia de la locura en la épocaclásica. Ed. Fondo de
cultura económica.
-
HILLMAN, James. Pan y la pesadilla. Ed. Atalanta, 2007.
[1] CONRAD, Joseph. El corazón de
las tinieblas. Ed. Clásicos universales, 2006, p. 106
[2] En Las palabras y las cosas, y
en historia de la locura en la época clásica.
[3] Capitalismo y esquizofrenia,
cartografías esquizoanalíticas, la lógica del sentido, etc.
[4] HILLMAN, James. Pan y la
pesadilla. Ed. Atalanta, 2007, p. 45.
[5] Ibidem. P. 59
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