Sunday, July 27, 2014

El retorno de los dioses del abismo: Una mirada al caos que se acerca



Terror Cósmico - Rufino Tamayo

El retorno de los dioses del abismo:
Una mirada al caos que se acerca

“¡Ah, el horror! ¡El horror!”
-Kurtz, en El corazón de las tinieblas.

Introducción a las tinieblas

Entre el horror y el terror existe una diferencia abismal. Mientras que en el terror uno padece de la angustia de ser afligido por una fuerza explicable dentro de los límites de la razón, perfectamente asequible y evitable (como una bomba, un animal salvaje, un asesino, etc.) en el horror el abismo se asoma de una manera imposible, fuera de toda posible explicación, fracturando nuestra existencia y borrando en nosotros toda huella de realidad. En otras palabras, el terror se encuentra sometido a un régimen de lo diurno, lo racional, el orden y lo natural. En cambio, el horror se muestra bajo las máscaras del régimen nocturno, lo irracional, el caos y lo sobrenatural. La contemplación de lo horroroso nos deja siempre sin palabras, o incluso nos puede llevar a la locura. Pero ¿qué implicaciones tiene la existencia de una emoción tal en la gama anímica del ser humano? Sin duda, la psicología analítica tiene mucho que decir al respecto, pero mucho más la literatura, que se presenta como un laberinto del alma humana, una exploración de las profundidades de la imaginación colectiva y de la psique.  Un primer ejemplo lo podemos ver en El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, cuando Kurtz un hombre icónico de la civilización occidental, emisario de la luz del progreso y la racionalidad humanista se sumerge en las profundidades de la selva africana, aquella cruda realidad primigenia habitada por los salvajes e incivilizados. La naturaleza, descrita por Conrad en dicha novela, aparece como la exposición de las entrañas del caos, una especie de orden inhumano, incomprensible para la razón. En medio de la modernidad, se percibe a la ciudad como un fragmento de naturaleza domesticada, y se concibe al hombre como desprendido de las supersticiones y de las creencias en los dioses. El hombre moderno se concibe a sí mismo como el artífice de un orden habitable, un cosmos humano. Pero la selva, ¡ah, la selva! Aquella apertura al caos y el desorden primordial, a la vez un pedazo de naturaleza externa y símbolo de la naturaleza interior, de lo salvaje de adentro. En el corazón de las tinieblas, “aquella zona parecía sobrenatural. Estamos acostumbrados a observar como espectadores la sagon encadenada de un monstruo domado, pero allí… allí podía verse algo monstruoso y libre.” Y esa envolvente creatura misteriosa, muda e inefable que es la naturaleza, penetró en los laberintos cerebrales de Kurtz, haciéndolo bailar la danza macabra, la oscura mirada al abismo que hace perder la cordura. Por ello, Marlowe, el narrador de la historia, es enviado para rescatar al general Kurtz, perdido en la demencia de la selva primordial, pues había contemplado las regiones oscuras del alma humana y la selva le había regresado la mirada. Marlowe lo encuentra en el Congo, adorado por los nativos como si fuese un dios, “pero su alma estaba loca. Al quedarse solo en la selva, había mirado dentro, y,¡Cielos! Os lo aseguro, había enloquecido”[1]

1.- Los gritos profundos de la locura

Volverse loco parece ser la consecuencia necesaria de contemplar el horror absoluto, de saberse in-significante (fuera del orden del signo, como diría Foucault) ante el abismo de lo inabarcable, de la Otredad radical, a la que no podemos responder más que por medio de la demencia. Tal parece ser también el tema recurrente de las historias de Lovecraft, cuyas monstruosidades escapan siempre al lenguaje y hacen de sus protagonistas dirigirse en un camino espiral hacia la locura. El horror que los protagonistas de sus historias encuentran, es un horror cósmico, inasequible, puesto que aquellas monstruosidades sobre pasan la capacidad lingüística y conceptual del hombre para poder nombrarlos, eluden el sometimiento al sistema sígnico; son criaturas que trasgreden los límites de lo decible y por tanto, indescriptibles e incontrolables. Además, estas horripilantes criaturas amenazan no sólo el orden racional del individuo, sino que destruyen por completo el panorama cósmico humano total, ya que su existencia misma es una contradicción contra el orden de las cosas, haciéndole ver al hombre que el universo en el que ha creido hasta ahora, no es más que una ilusión confortable, una falsa estructura de creencias acerca de una realidad estable, ordenada y asequible, que se sostiene sobre un abismo insoslayable y que no se corresponde con la desbordada realidad de los dioses primordiales, entidades supra-cósmicas de la mitología Lovecraftiana que han existido mucho antes que la humanidad y que parecen amenazar con volver a irrumpir de manera violenta en el cosmos humano. Uno de los más famosos de los dioses primordiales de las novelas de Lovecraftes, es el descomunal octopoide Cthulhu, que duerme en un sueño profundo, en la perdida ciudad de R'lyeh. La experiencia estética del horror cósmico en Lovecraft, se asemeja a la experiencia de lo sublime que mencionan Kant y Schopenhauer, aquella en la que la contemplación de lo inconmensurable hace sentir al hombre la disolución de la individualidad y la fatalidad de lo inabarcable, lo inhumano, lo supra-cósmico. El horror Lovecraftiano nos muestra que inevitablemente aquellas irracionales y amorales criaturas primigenias despertarán algún día y sacudirán por completo a todas las formas de vida que actualmente habitan el planeta. Podríamos entender de manera simbólica a estos dioses primordiales como el anuncio del retorno de un régimen nocturno, un reino de oscuridad en el que se trasgreden todas las normas morales y sociales, el caos originario en donde domina lo deforme, lo indefinible, lo extraño, lo diferente, lo Otro. El miedo a lo desconocido es enfatizado en esta forma de horror cósmico, como el miedo a que una realidad mucho más extraña e inconmensurable, que sobrepasa los límites de la racionalidad humana y cuya contemplación implica un ineludible huir hacia las montañas de la locura, en donde los amorfos shoggoths gritan incesantemente desde sus subterráneas cuevas los distintos nombres de la locura: “¡Tekeli Li! ¡Tekeli Li!”

2.- El sueño dela razón y el destierro de los dioses

Pareciera como si todo el proyecto de la modernidad consistiera en establecer un orden rígido y estructurado de la racionalidad, que permita explicar todas las experiencias humanas dentro del sistema de significantes, el régimen diurno. El racionalismo material-cientificista ha procurado desterrar a todos esos miedos irracionales, los dioses, los monstruos y los fantasmas, los trances místicos y las experiencias oníricas al discurso de lo Otro, al terreno de la locura, a los sanatorios mentales. Tal sistemática desterritorialización de lo Otro por la racionalidad moderna, ha sido ya muy bien explorada por autores como MichelFoucault[2]Guille Deleuze y Félix Guattari[3]. El mundo de lo sagrado ha sido arrojado a un oscuro abismo en donde yace enterrado hasta el momento, sin embargo, dicho abismo persiste aún en la interioridad del alma humana, en su imaginario colectivo. Pero el sueño de la razón produce monstruos, y dichos monstruos nos han llevado a comprender que los dioses y las creaturas amorfas no se han marchado de la realidad humana, tan sólo han cambiado de nombre. Ahora les llamamos Transtornos psicológicos, Pulsiones, Neurosis, Super-yo, Ello, etc. Con el advenimiento del psicoanálisis, el hombre moderno ha podido asomarse nuevamente a ese abismo interno del inconsciente, esa fuerza caótica e irracional que opera desde las entrañas del inframundo humano, lo que se escapa de la consciencia moral y racional del hombre civilizado. Jung menciona que el inconsciente se expresa en motivos mitológicos, como fuerzas instintivas e irracionales que someten al a sus dramas delirantes, como entidades autónomas, fuera del control de la consciencia racional. En ese sentido, los impulsos del inconsciente son como los dioses primigenios, entidades amorfas que duermen en las profundidades del mar (el inconsciente) y que amenazan con resurgir y destrozar todo el esquema racional que el hombre moderno ha edificado en torno a la instancia psíquica del yo humano.  Justamente eso es lo que sucede en la locura, cuando el yo racional se fragmenta y las distintas fuerzas del inconsciente toman control de su existencia, arrastrándo a su huesped humano, en el que ahora habitan, a cometer actos irracionales que atentan contra todo el orden establecido. El sueño moderno de la razón, con sus bombas atómicas, fascismos desenfrenados, masacres justificadas bajo el nombre del progreso y de la libertad, lejos de ser una utopía luminosa, se ha revelado como una pesadilla, y es la labor de la psicología profunda el entablar una relación nuevamente con los dioses del inframundo, entender los susurros delirantes que provienen del abismo.

3.-La pesadilla y el inframundo.

El mayor representante contemporáneo de la psicología analítica, James Hillman, encuentra precisamente que el régimen diurno de la razón, con su obsesiva necesidad de someter toda experiencia al orden del significante, le ha cerrado el paso a las emanaciones poéticas del inconsciente, con su lenguaje mitológico, sus fantasías arquetípicas y sus ensoñaciones cósmicas. Por ello, el inconsciente es ahora imaginado como una especie de inframundo, un reino psíquico que invierte el sentido literal de la racionalidad consciente y en donde ahora habitan los dioses subterráneos de la mitología inconsciente. Los instintos reprimidos martillean la consciencia diurna y se escapan durante la noche, en nuestros sueños, o más precisamente en nuestras pesadillas. La experiencia más directa de lo inconsciente, dice Hillman, se encuentra en la pesadilla, que nos retrotrae a las arcaicas formas del pensamiento humano, nos pone nuevamente en contacto con los dioses primigenios, nos sumerge de vuelta en la experiencia del horror cósmico, en el que el caos primordial suplanta al orden racional del cosmos humano. “La pesadilla”, dice Hillman, “nos ofrece la llave para una nueva aproximación a la naturaleza perdida, muerta. En la pesadilla regresa la naturaleza reprimida, (…) la reacción inmediata es una emoción demoniaca”[4]. El instinto que sale a flote en el horror provocado por las pesadillas, es el pánico, cuyo nombre nos remite a la divinidad caprina de la mitología griega, el dios cabra de la sexualidad, de los instintos, de la naturaleza salvaje y del desorden, que con la instauración del cristianismo como religión oficial, su imagen se convirtió justamente en la entidad que encarna todos los males y las contradicciones de la racionalidad humana: el diablo. El pánico y el horror son estados anímicos que nos hacer regresar de manera instintiva a una realidad arcaica, más allá de la cosmovisión humanista, en donde entramos en contacto con una naturaleza salvaje, desbordada y peligrosa, cuyas fauces se aparecen en nuestro imaginario como los monstruos primordiales, amorales y frenéticos. 

Conclusión:

La literatura ha sido siempre un vehículo para la exploración de los profundos mares del imaginario colectivo. La realidad imaginal, está repleta de imágenes primordiales y fantasías arquetípicas, que nos recuerdan que en el fondo de nuestra alma, en el inconsciente, todavía se encuentran ocultos aquellos dioses de antaño. La modernidad nos ha procurado un mundo desencantado, una realidad en la que la naturaleza se encuentra sometida a nuestros designios, en donde el hombre se siente protegido de las fuerzas irracionales de lo Otro, que sin embargo se suele seguir manifestando por medio de la pesadilla y la locura.  El mundo de los dioses y las monstruosidades está muerto y enterrado, o al menos eso nos hace creer el régimen diurno del significante. Pero en todas las artes que se aproximan a la experiencia estética del horror, como la literatura, el cine, la poesía, el teatro, y las artes plásticas, se asoma de nuevo el abismo de la naturaleza viva y caótica. El análisis psicológico  del imaginario colectivo, nos indica que la locura originaria es una realidad próxima, pues los dioses del inframundo no podrán ser contenidos por mucho tiempo, y sus susurros ya se escuchan cada vez más cercanos. El horror cósmico es una ventana hacia aquella realidad invisible, en la que se asoma la visión de un mundo Otro¸ un mundo vivo y reptante. “El mundo vivo es, por supuesto, animismo. Que este mundo sea divino e imaginado por diferentes dioses con sus atributos y características es panteísmo politeísta. El que el miedo, el terror y el horror sean naturales es sabiduría.(…) Naturaleza viva significa Pan, y el pánico abre una puerta hacia esa realidad”[5].

Acerca del autor:

Mario Alonso Martínez Cordero es una entidad ficticia cuya existencia ha sido soñada por un eterno narrador de ficciones llamado Oneiros. El personaje de Mario Alonso es un licenciado en Filosofía y Humanidades. Escritor, cuenta-cuentos y onironauta, Alonso toma como su campo de interés los temas de lo sagrado, la locura, los sueños, la identidad y la ficción. También ha incursionado en la crítica y la curaduría de arte, y actualmente escribe en un fanzine  en “elprograma.net”. Se dice que a veces disuelve las barreras entre la realidad y la ficción y se le permite escribir algún artículo para un mundo imaginario llamado “realidad”.

Bibliografía:

-CONRAD, Joseph. El corazón de las tinieblas. Ed.Clásicos universales, 2006
-LOVECRAFT, Howard Phillip. Los mitos de Cthuluh. Ed. Tomo.
-FOUCAULT, Michel. La historia de la locura en la épocaclásica. Ed. Fondo de cultura económica.
- HILLMAN, James. Pan y la pesadilla. Ed. Atalanta, 2007.


[1] CONRAD, Joseph. El corazón de las tinieblas. Ed. Clásicos universales, 2006, p. 106
[2] En Las palabras y las cosas, y en historia de la locura en la época clásica.
[3] Capitalismo y esquizofrenia, cartografías esquizoanalíticas, la lógica del sentido, etc.
[4] HILLMAN, James. Pan y la pesadilla. Ed. Atalanta, 2007, p. 45.
[5] Ibidem. P. 59

No comments: