El juego estético de la vida:
“Lo
Uno primordial en Nietzsche”
Introducción:
La
vida transcurre ante nuestros ojos como un fluir de la existencia individual en
el tiempo, el mundo en el que vivimos, el suelo que pisamos, todo aquello que
conforma nuestra realidad, que es la materia misma de la reflexión filosófica,
se vuelve un terreno peligroso al momento de querer buscar el fundamento de
donde se apoya, el suelo debajo del suelo. ¿Cómo podemos estar seguros de que
el suelo que pisamos, el mundo en el que vivimos, es la verdadera realidad?
¿Qué pasaría si toda nuestra existencia no fuera más que una mera apariencia,
una representación de alguna fuerza que se proyecta a través de nosotros? Estas
son las dudas que llevan al filósofo alemán Friedrich Nietzsche a indagar en
las profundidades de la existencia, penetrando incluso en el fondo mismo de la
realidad, tarea que todo filósofo debe procurar, ya que “el hombre filosófico
tiene el presentimiento de que detrás de la realidad en que existimos y
vivimos, hay otra completamente distinta, y que, por consiguiente, la primera
no es más que una apariencia; y Schopenhauer llega a decir que el signo
distintivo de la aptitud filosófica es la facultad que algunos tienen de
representarse a veces los hombres y las cosas como meros fantasmas, como
imágenes de sueño.” (Niezsche, Terramar, p.25) Debemos tener siempre en cuenta
que Nietzsche sigue los planteamientos de Schopenhauer acerca del mundo como
apariencia y representación de la Voluntad, es decir, que todo lo real no es
más que una mera apariencia, una ilusión de la única realidad verdadera que es
la Voluntad, el ser primordial que es lo único verdaderamente existente detrás
del telar ilusorio de lo real. Esto lo deduce Schopenhauer de sus estudios de
la sabiduría hinduista y nos menciona que “en los Vedas y los Puranas la
comparación con el ensueño, del conocimiento del mundo a que llaman , es frecuente. Platón afirma varias veces que los hombres
viven so ñando y
que sólo el filósofo trata de despertar” (Schopenhauer, 2009, p. 34) Y es
justamente así como concibe Nietzsche al mundo, como una especie de sueño o
representación de la Voluntad, como un juego estético en el cual el Uno
primordial se re-crea a sí mismo eternamente y de su necesidad de liberación de
esta insoportable contradicción infinita, surge el arte.
1.- Apolo y las múltiples formas de
individuación
Nietzsche
entiende el arte como la más alta actividad humana, puesto que desprende al
hombre de su individualidad y lo hace identificarse con la fuerza creadora de
todo lo existente. El arte cumple la función del desenvolverse fugaz del
devenir eterno, que en su contradicción interna busca manera de liberarse hacia
el mundo de las apariencias, el mundo de los hombres. Pero el arte fluctúa sus
fuerzas creativas entre dos potencias que rigen su actividad, por lo que su
aparecer en el mundo fenoménico se encuentra ya inspirado por una fuerza o la
otra, fuerzas antagónicas que luchan entre sí por el dominio de la realidad.
Así pues, “el despliegue progresivo del arte es el resultado del y el , de la misma manera que la
dualidad de los sexos engendra la vida en medio de luchas perpetuas y donde la
conciliación es sólo periódica.” (Niezsche, Terramar, p.24) Estas dos fuerzas
creadoras, que modelan el fluir artístico de la humanidad, son también los
instintos arquetípicos de una misma sustancia primordial, unidad absoluta que
engloba todos los cauces por donde se desenvuelve la realidad. La lucha eterna
entre lo apolíneo y lo dionisíaco, son el reflejo de la profunda contradicción
interna de ese ser paradójico que es el uno primordial. A pesar de la
multiplicidad de imágenes, de formas, de individualidades; en el fondo, todo
cuanto existe, no es más que la misma cosa, la unidad absoluta que envuelve todas
las diversidades. Por ello, la aparente realidad de lo múltiple se puede
considerar como mera ilusión, ya que “lo verdaderamente existente, lo Uno
primordial, en cuanto agobiado por eternos sufrimientos y lleno de
contradicciones irreductibles, tiene necesidad para su perpetua liberación, a
la vez, de la visión extasiante y de la alegría de la apariencia; y que
absoluta e íntegramente comprendidos en esta apariencia y constituidos por
ella, estamos obligados a concebirla como el no-ser absoluto, es decir, como un
perpetuo devenir en el tiempo, el espacio y la causalidad; en otras palabras,
como realidad empírica.” (Niezsche, Terramar, p.36) Y siendo la única realidad
verdadera aquella masa de confusión en el Todo, ¿Por qué percibimos la
separación como realidad fenoménica? Esta es la función del principio apolíneo
de la creación, que se encarga de dar orden, mesura y forma a la caótica
realidad del devenir. Así pues, en la imagen de la divinidad griega que lleva
por nombre Apolo, se entiende esta necesidad de lo Uno primordial de escindirse
del sufrimiento mediante la confortante apariencia. Los griegos representaron
bajo la figura de su dios Apolo este deseo gozoso del sueño: Apolo en cuanto
dios de todas las fuerzas creadoras de formas (…) ,
la divinidad de la luz, reina también sobre la apariencia plena de belleza del
mundo interior de la imaginación.” (Niezsche, Terramar, p.26) Y es esa cualidad
formadora de imágenes de apolo la que lo vuelve una de las fuerzas primordiales
mediante el cual lo Uno puede tomar forma, puede regocijarse en la aparente
individualidad separada del Todo caótico y desordenado, para dar la apariencia
de un orden, de mesura, que sirva como la liberación momentánea de esta
contradictoria existencia primigenia que habita en todo lo existente. Nos dice
Nietzsche que “Apolo se nos aparece de nuevo como la imagen divinizada del Principio de individuación, en el cual
únicamente se realizan los fines eternos del Uno primordial, su liberación por
la visión, por la apariencia; con gestos sublimes nos hace ver que el mundo del
sufrimiento es necesario para que él, el individuo, se lance a la creación de
la visión liberadora.” (Niezsche, Terramar, p.37)
Pero
el instinto apolíneo no es el único que se desata con las fuerzas creadoras del
artista, pues, aunque este instinto se satisface en el arte expresado como
escultura, como pintura y como lírica, existen otras formas de arte, como la
música, la danza y el canto, en el que ya no es la forma la que rige la
expresión artística, sino que es la inmersión del sujeto en el instante, y por
ende, una disolución momentánea del , y sumersión en el fondo de la
realidad primigenia, identificación con lo Uno primordial. A este otro tipo de
arte, que en vez de crear formas, las destruye, Nietzsche le llama el
.
2.- Dionisio y la disolución en lo Uno
primordial
Nos
relata Nietzsche, que el hombre, al entrar en contacto con aquellas expresiones
artísticas que estimulaban el desenfreno caótico, “el individuo con todos sus
límites y su mesura, cayó en el olvido de sí mismo propio del estado
dionisíaco y olvidó los preceptos
apolíneos. Lo desmesurado se reveló
como verdad; el conflicto, el éxtasis nacido del dolor, brotó espontáneamente
del corazón de la naturaleza. Y así es como por dondequiera que penetró el
espíritu dionisíaco la influencia apolínea fue destruida y aniquilada.”
(Niezsche, Terramar, p.38) Dionisio es el dios del vino y de la embriaguez, que
con su caótico comportamiento rompe todas las estructuras sociales y morales, y
más aún, rompe incluso aquella unidad interna con la cual podemos emitirnos
como un . “El éxtasis del estado dionisíaco, aboliendo las trabas y
los límites ordinarios de la existencia, produce un momento letárgico, en el que se desvanece todo
recuerdo personal del pasado” (Niezsche, Terramar, p.51) Y en ese romperse,
desmembrarse y disolverse del individuo en el olvido de sí, entra nuevamente en
la memoria arcaica de su más profundo y verdadero ser, pues detrás de toda
apariencia, se encuentra siempre la única realidad verdadera, y así, bajo la
embriagante influencia dionisíaca, nosotros “somos verdaderamente, por breves
instantes, el ser primordial, y sentimos su ansia y su alegría desenfrenada de
vivir; la lucha, la tortura, el aniquilamiento de las apariencias se nos
manifiestan ahora como cosas necesarias ante la sobreabundante profusión de
formas de vida que se presentan y luchan, en presencia de la fecundidad
desbordante de la Voluntad universal.” (Niezsche, Terramar, p.95) Por ello,
Nietzsche considera el enga ño de
la forma apolínea como una especie de trampa, una de red de ilusiones, que
dotan mediante el principio de individuación, la apariencia de estar separado
del Todo, del Uno primordial que es la única realidad verdadera. La
individualidad, como falsa apariencia construida por el instinto apolíneo, se
vuelve entonces un obstáculo, una prisión del espíritu que desea romperse para
volver al fondo mismo de lo real, puesto que en la absurda mascarada de la vida
separada, de la individualidad, “el único ser verdaderamente real, Dioniso,
aparece en una pluralidad de figuras, bajo la máscara de un héroe que combate y
que se encuentra al mismo tiempo atrapado en los restos de la voluntad
individual. El dios se manifiesta entonces, por sus actos y sus palabras, como
individuo expuesto al error, presa del deseo y del sufrimiento” (Niezsche,
Terramar, p.64) Y en cuanto el arte apolíneo domine sobre la conciencia humana,
Dionisio se esforzará por destrozar los límites que lo enjaulan, para abrirse
paso hacia el torrente caótico de la existencia liberada de las apariencias.
3.- El mundo como juego artístico
Tenemos
entonces dos fuerzas antagónicas, dos instintos primordiales que luchan
eternamente entre sí como expresión de la contradicción interna e insostenible
de la única existencia real: el Uno primordial. En el arte, la batalla infinita
acontece bajo la influencia de esta dualidad creativa, por lo que Nietzsche
señala que “como fuente de vida necesaria de toda obra de arte, contemplo esas
dos divinidades de los griegos, Apolo y Dioniso, y reconozco en ellas los
representantes vivos y patentes de dos
mundos artísticos que difieren esencialmente en su naturaleza y en sus fines
respectivos. Apolo se eleva ante mí como el genio del principio de
individuación, único que puede realmente suscitar la felicidad liberadora en la
apariencia; mientras que al grito de la alegría mística de Dioniso, el yugo de
la individuación se rompe y se abre el camino hacia las Madres del ser, hacia
el fondo más secreto de las cosas.” (Niezsche, Terramar, p.90) Por eso, ha de
concebirse el devenir como primordialmente un devenir creativo, una explosiva
necesidad de liberación constante de aquella fuerza caótica e irracional de lo
Uno primordial. Es el arte el medio mediante el cual esa sustancia primigenia
busca su liberación, pues al entrar en el mundo fenoménico de la representación,
de la apariencia, se puede escindir momentáneamente del sufrimiento de contener
dentro de sí todas las contradicciones posibles. Así, el Uno primordial penetra
en el mundo, toma forma mediante el artista, que se deshace de su voluntad
individual para volverse en receptáculo del caótico flujo del devenir, y por
ello, “en cuanto artista, el sujeto está emancipado ya de su voluntad
individual y se ha transformado, por decirlo así, en un médium, por el cual y a través del cual, el verdadero sujeto, el único
ente real existente, triunfa y celebra su liberación en la apariencia”
(Niezsche, Terramar, p.43) Pero precisamente porque el artista se arroja a sí
mismo hacia la vacuidad del ser y pierde momentáneamente su individualidad,
justamente por esto, el artista se convierte entonces en una extensión misma de
lo Uno primordial, y sus manos son las manos del mundo, su creación es la
creación misma de la única fuerza creadora del universo. La eterna fluencia del
devenir trascurre y se desborda por sobre el mundo mediante su propio acto
creador. El cosmos respira ese aire de liberación en la forma por medio del
artista. Y en ello se puede encontrar la verdadera función del arte, que sirve
como vehículo de contemplación del cosmos para consigo mismo. “Sólo el genio,
en el acto de la creación artística y en cuanto se identifica con este artista
primordial del mundo, sabe algo de la eterna esencia del arte, pues entonces,
como por milagro, se ha hecho semejante a la turbadora figura de la leyenda,
que tenía la facultad de volver sus ojos hacia sí misma para contemplarse;
ahora es a la vez sujeto y objeto, poeta, actor y espectador.” (Niezsche,
Terramar, p.43)
Con
esto encontramos el verdadero significado de nuestra realidad como individuos,
como fragmentos infinitesimales de aquella realidad suprema y absoluta que es
el devenir eterno. Pues toda liberación de lo Uno primordial en la forma, es
una expresión de la íntima necesidad del ser de contemplarse a sí mismo como
obra de arte. El mundo es representación, ya lo decía Schopenhauer, y la
ilusoria idea de nuestra individualidad, se justifica como el propósito de lo
Uno de representarse a sí mismo en su multiplicidad cambiante, como obras de
arte que danzan en la eternidad para la contemplación de sí mismo. Es por esto
que Nietzsche nos asevera que “para el verdadero creador, somos imágenes y
proyecciones artísticas, y que nuestra más alta dignidad es nuestra
significación de obras de arte –únicamente como fenómeno estético puede justificarse
eternamente la existencia y el mundo-.” (Niezsche, Terramar, p.43)
Conclusión:
Con
esta breve revisión de la concepción Nietzscheana acerca del fondo último de la
realidad, nos damos cuenta de la irrefutable importancia del arte en cuanto
expresión misma de la voluntad primigenia. Y a pesar de que la visión de
Nietzsche se nos presenta como sombría y aterradora, sus mismos preceptos nos
pueden conducir a una liberación de nuestras falsas creencias en torno a la
realidad y por lo tanto, a una mejor apreciación de la vida y nuestro papel en
el mundo. Así, haciendo un recuento de lo que hemos revisado, “poseemos ya
todos los elementos de una idea del mundo pesimista y profunda, y al mismo
tiempo también la doctrina de los
Misterios de la Tragedia: la concepción fundamental de la unidad de todo lo
existente, la consideración de la individuación como causa primera del mal, el
arte, en fin, como la esperanza jubilosa de una emancipación del yugo de la
individuación y el presentimiento de una unidad restablecida”. (Niezsche,
Terramar, p.65) Y esa unidad restablecida, lo Uno primordial que se permea por
sobre todo lo existente, es el legado cósmico que Nietzsche nos otorga al
mencionarnos que nosotros somos una expresión, una lúdica liberación de los
impulsos contradictorios del ser, que en su eterno acaecer desfilan un torrente
de imágenes y de apariencias que sirven como vehículo de su expresión
artística. “El mundo y la existencia no pueden parecer justificados sino en
cuanto fenómeno estético; y en este sentido el mito trágico tiene,
precisamente, por objeto, convencernos de que aún lo horrible y lo monstruoso
no son más que un juego estético, que la Voluntad juega con ella misma en la
plenitud eterna de su alegría” (Niezsche, Terramar, p. 132)
Bibliografía:
NIETZSCHE,
Friedrich. El origen de la tragedia.
Ed. Terramar.
SCHOPENHAUER, Arthur. El
mundo como representación. Ed. Porrúa, colección “Sepan cuantos…” 2009.
No comments:
Post a Comment