Sunday, July 27, 2014

El juego estético de la vida: “Lo Uno primordial en Nietzsche”




El juego estético de la vida:
“Lo Uno primordial en Nietzsche”

Introducción:

La vida transcurre ante nuestros ojos como un fluir de la existencia individual en el tiempo, el mundo en el que vivimos, el suelo que pisamos, todo aquello que conforma nuestra realidad, que es la materia misma de la reflexión filosófica, se vuelve un terreno peligroso al momento de querer buscar el fundamento de donde se apoya, el suelo debajo del suelo. ¿Cómo podemos estar seguros de que el suelo que pisamos, el mundo en el que vivimos, es la verdadera realidad? ¿Qué pasaría si toda nuestra existencia no fuera más que una mera apariencia, una representación de alguna fuerza que se proyecta a través de nosotros? Estas son las dudas que llevan al filósofo alemán Friedrich Nietzsche a indagar en las profundidades de la existencia, penetrando incluso en el fondo mismo de la realidad, tarea que todo filósofo debe procurar, ya que “el hombre filosófico tiene el presentimiento de que detrás de la realidad en que existimos y vivimos, hay otra completamente distinta, y que, por consiguiente, la primera no es más que una apariencia; y Schopenhauer llega a decir que el signo distintivo de la aptitud filosófica es la facultad que algunos tienen de representarse a veces los hombres y las cosas como meros fantasmas, como imágenes de sueño.” (Niezsche, Terramar, p.25) Debemos tener siempre en cuenta que Nietzsche sigue los planteamientos de Schopenhauer acerca del mundo como apariencia y representación de la Voluntad, es decir, que todo lo real no es más que una mera apariencia, una ilusión de la única realidad verdadera que es la Voluntad, el ser primordial que es lo único verdaderamente existente detrás del telar ilusorio de lo real. Esto lo deduce Schopenhauer de sus estudios de la sabiduría hinduista y nos menciona que “en los Vedas y los Puranas la comparación con el ensueño, del conocimiento del mundo a que llaman , es frecuente. Platón afirma varias veces que los hombres viven soñando y que sólo el filósofo trata de despertar” (Schopenhauer, 2009, p. 34) Y es justamente así como concibe Nietzsche al mundo, como una especie de sueño o representación de la Voluntad, como un juego estético en el cual el Uno primordial se re-crea a sí mismo eternamente y de su necesidad de liberación de esta insoportable contradicción infinita, surge el arte.

1.- Apolo y las múltiples formas de individuación

Nietzsche entiende el arte como la más alta actividad humana, puesto que desprende al hombre de su individualidad y lo hace identificarse con la fuerza creadora de todo lo existente. El arte cumple la función del desenvolverse fugaz del devenir eterno, que en su contradicción interna busca manera de liberarse hacia el mundo de las apariencias, el mundo de los hombres. Pero el arte fluctúa sus fuerzas creativas entre dos potencias que rigen su actividad, por lo que su aparecer en el mundo fenoménico se encuentra ya inspirado por una fuerza o la otra, fuerzas antagónicas que luchan entre sí por el dominio de la realidad. Así pues, “el despliegue progresivo del arte es el resultado del y el , de la misma manera que la dualidad de los sexos engendra la vida en medio de luchas perpetuas y donde la conciliación es sólo periódica.” (Niezsche, Terramar, p.24) Estas dos fuerzas creadoras, que modelan el fluir artístico de la humanidad, son también los instintos arquetípicos de una misma sustancia primordial, unidad absoluta que engloba todos los cauces por donde se desenvuelve la realidad. La lucha eterna entre lo apolíneo y lo dionisíaco, son el reflejo de la profunda contradicción interna de ese ser paradójico que es el uno primordial. A pesar de la multiplicidad de imágenes, de formas, de individualidades; en el fondo, todo cuanto existe, no es más que la misma cosa, la unidad absoluta que envuelve todas las diversidades. Por ello, la aparente realidad de lo múltiple se puede considerar como mera ilusión, ya que “lo verdaderamente existente, lo Uno primordial, en cuanto agobiado por eternos sufrimientos y lleno de contradicciones irreductibles, tiene necesidad para su perpetua liberación, a la vez, de la visión extasiante y de la alegría de la apariencia; y que absoluta e íntegramente comprendidos en esta apariencia y constituidos por ella, estamos obligados a concebirla como el no-ser absoluto, es decir, como un perpetuo devenir en el tiempo, el espacio y la causalidad; en otras palabras, como realidad empírica.” (Niezsche, Terramar, p.36) Y siendo la única realidad verdadera aquella masa de confusión en el Todo, ¿Por qué percibimos la separación como realidad fenoménica? Esta es la función del principio apolíneo de la creación, que se encarga de dar orden, mesura y forma a la caótica realidad del devenir. Así pues, en la imagen de la divinidad griega que lleva por nombre Apolo, se entiende esta necesidad de lo Uno primordial de escindirse del sufrimiento mediante la confortante apariencia. Los griegos representaron bajo la figura de su dios Apolo este deseo gozoso del sueño: Apolo en cuanto dios de todas las fuerzas creadoras de formas (…) , la divinidad de la luz, reina también sobre la apariencia plena de belleza del mundo interior de la imaginación.” (Niezsche, Terramar, p.26) Y es esa cualidad formadora de imágenes de apolo la que lo vuelve una de las fuerzas primordiales mediante el cual lo Uno puede tomar forma, puede regocijarse en la aparente individualidad separada del Todo caótico y desordenado, para dar la apariencia de un orden, de mesura, que sirva como la liberación momentánea de esta contradictoria existencia primigenia que habita en todo lo existente. Nos dice Nietzsche que “Apolo se nos aparece de nuevo como la imagen divinizada del Principio de individuación, en el cual únicamente se realizan los fines eternos del Uno primordial, su liberación por la visión, por la apariencia; con gestos sublimes nos hace ver que el mundo del sufrimiento es necesario para que él, el individuo, se lance a la creación de la visión liberadora.” (Niezsche, Terramar, p.37) 

Pero el instinto apolíneo no es el único que se desata con las fuerzas creadoras del artista, pues, aunque este instinto se satisface en el arte expresado como escultura, como pintura y como lírica, existen otras formas de arte, como la música, la danza y el canto, en el que ya no es la forma la que rige la expresión artística, sino que es la inmersión del sujeto en el instante, y por ende, una disolución momentánea del , y sumersión en el fondo de la realidad primigenia, identificación con lo Uno primordial. A este otro tipo de arte, que en vez de crear formas, las destruye, Nietzsche le llama el .

2.- Dionisio y la disolución en lo Uno primordial

Nos relata Nietzsche, que el hombre, al entrar en contacto con aquellas expresiones artísticas que estimulaban el desenfreno caótico, “el individuo con todos sus límites y su mesura, cayó en el olvido de sí mismo propio del estado dionisíaco  y olvidó los preceptos apolíneos. Lo desmesurado se reveló como verdad; el conflicto, el éxtasis nacido del dolor, brotó espontáneamente del corazón de la naturaleza. Y así es como por dondequiera que penetró el espíritu dionisíaco la influencia apolínea fue destruida y aniquilada.” (Niezsche, Terramar, p.38) Dionisio es el dios del vino y de la embriaguez, que con su caótico comportamiento rompe todas las estructuras sociales y morales, y más aún, rompe incluso aquella unidad interna con la cual podemos emitirnos como un . “El éxtasis del estado dionisíaco, aboliendo las trabas y los límites ordinarios de la existencia, produce un momento letárgico, en el que se desvanece todo recuerdo personal del pasado” (Niezsche, Terramar, p.51) Y en ese romperse, desmembrarse y disolverse del individuo en el olvido de sí, entra nuevamente en la memoria arcaica de su más profundo y verdadero ser, pues detrás de toda apariencia, se encuentra siempre la única realidad verdadera, y así, bajo la embriagante influencia dionisíaca, nosotros “somos verdaderamente, por breves instantes, el ser primordial, y sentimos su ansia y su alegría desenfrenada de vivir; la lucha, la tortura, el aniquilamiento de las apariencias se nos manifiestan ahora como cosas necesarias ante la sobreabundante profusión de formas de vida que se presentan y luchan, en presencia de la fecundidad desbordante de la Voluntad universal.” (Niezsche, Terramar, p.95) Por ello, Nietzsche considera el engaño de la forma apolínea como una especie de trampa, una de red de ilusiones, que dotan mediante el principio de individuación, la apariencia de estar separado del Todo, del Uno primordial que es la única realidad verdadera. La individualidad, como falsa apariencia construida por el instinto apolíneo, se vuelve entonces un obstáculo, una prisión del espíritu que desea romperse para volver al fondo mismo de lo real, puesto que en la absurda mascarada de la vida separada, de la individualidad, “el único ser verdaderamente real, Dioniso, aparece en una pluralidad de figuras, bajo la máscara de un héroe que combate y que se encuentra al mismo tiempo atrapado en los restos de la voluntad individual. El dios se manifiesta entonces, por sus actos y sus palabras, como individuo expuesto al error, presa del deseo y del sufrimiento” (Niezsche, Terramar, p.64) Y en cuanto el arte apolíneo domine sobre la conciencia humana, Dionisio se esforzará por destrozar los límites que lo enjaulan, para abrirse paso hacia el torrente caótico de la existencia liberada de las apariencias.

3.- El mundo como juego artístico

Tenemos entonces dos fuerzas antagónicas, dos instintos primordiales que luchan eternamente entre sí como expresión de la contradicción interna e insostenible de la única existencia real: el Uno primordial. En el arte, la batalla infinita acontece bajo la influencia de esta dualidad creativa, por lo que Nietzsche señala que “como fuente de vida necesaria de toda obra de arte, contemplo esas dos divinidades de los griegos, Apolo y Dioniso, y reconozco en ellas los representantes vivos y patentes de dos mundos artísticos que difieren esencialmente en su naturaleza y en sus fines respectivos. Apolo se eleva ante mí como el genio del principio de individuación, único que puede realmente suscitar la felicidad liberadora en la apariencia; mientras que al grito de la alegría mística de Dioniso, el yugo de la individuación se rompe y se abre el camino hacia las Madres del ser, hacia el fondo más secreto de las cosas.” (Niezsche, Terramar, p.90) Por eso, ha de concebirse el devenir como primordialmente un devenir creativo, una explosiva necesidad de liberación constante de aquella fuerza caótica e irracional de lo Uno primordial. Es el arte el medio mediante el cual esa sustancia primigenia busca su liberación, pues al entrar en el mundo fenoménico de la representación, de la apariencia, se puede escindir momentáneamente del sufrimiento de contener dentro de sí todas las contradicciones posibles. Así, el Uno primordial penetra en el mundo, toma forma mediante el artista, que se deshace de su voluntad individual para volverse en receptáculo del caótico flujo del devenir, y por ello, “en cuanto artista, el sujeto está emancipado ya de su voluntad individual y se ha transformado, por decirlo así, en un médium, por el cual y a través del cual, el verdadero sujeto, el único ente real existente, triunfa y celebra su liberación en la apariencia” (Niezsche, Terramar, p.43) Pero precisamente porque el artista se arroja a sí mismo hacia la vacuidad del ser y pierde momentáneamente su individualidad, justamente por esto, el artista se convierte entonces en una extensión misma de lo Uno primordial, y sus manos son las manos del mundo, su creación es la creación misma de la única fuerza creadora del universo. La eterna fluencia del devenir trascurre y se desborda por sobre el mundo mediante su propio acto creador. El cosmos respira ese aire de liberación en la forma por medio del artista. Y en ello se puede encontrar la verdadera función del arte, que sirve como vehículo de contemplación del cosmos para consigo mismo. “Sólo el genio, en el acto de la creación artística y en cuanto se identifica con este artista primordial del mundo, sabe algo de la eterna esencia del arte, pues entonces, como por milagro, se ha hecho semejante a la turbadora figura de la leyenda, que tenía la facultad de volver sus ojos hacia sí misma para contemplarse; ahora es a la vez sujeto y objeto, poeta, actor y espectador.” (Niezsche, Terramar, p.43)

Con esto encontramos el verdadero significado de nuestra realidad como individuos, como fragmentos infinitesimales de aquella realidad suprema y absoluta que es el devenir eterno. Pues toda liberación de lo Uno primordial en la forma, es una expresión de la íntima necesidad del ser de contemplarse a sí mismo como obra de arte. El mundo es representación, ya lo decía Schopenhauer, y la ilusoria idea de nuestra individualidad, se justifica como el propósito de lo Uno de representarse a sí mismo en su multiplicidad cambiante, como obras de arte que danzan en la eternidad para la contemplación de sí mismo. Es por esto que Nietzsche nos asevera que “para el verdadero creador, somos imágenes y proyecciones artísticas, y que nuestra más alta dignidad es nuestra significación de obras de arte –únicamente como fenómeno estético puede justificarse eternamente la existencia y el mundo-.” (Niezsche, Terramar, p.43)

Conclusión:

Con esta breve revisión de la concepción Nietzscheana acerca del fondo último de la realidad, nos damos cuenta de la irrefutable importancia del arte en cuanto expresión misma de la voluntad primigenia. Y a pesar de que la visión de Nietzsche se nos presenta como sombría y aterradora, sus mismos preceptos nos pueden conducir a una liberación de nuestras falsas creencias en torno a la realidad y por lo tanto, a una mejor apreciación de la vida y nuestro papel en el mundo. Así, haciendo un recuento de lo que hemos revisado, “poseemos ya todos los elementos de una idea del mundo pesimista y profunda, y al mismo tiempo también la doctrina de los Misterios de la Tragedia: la concepción fundamental de la unidad de todo lo existente, la consideración de la individuación como causa primera del mal, el arte, en fin, como la esperanza jubilosa de una emancipación del yugo de la individuación y el presentimiento de una unidad restablecida”. (Niezsche, Terramar, p.65) Y esa unidad restablecida, lo Uno primordial que se permea por sobre todo lo existente, es el legado cósmico que Nietzsche nos otorga al mencionarnos que nosotros somos una expresión, una lúdica liberación de los impulsos contradictorios del ser, que en su eterno acaecer desfilan un torrente de imágenes y de apariencias que sirven como vehículo de su expresión artística. “El mundo y la existencia no pueden parecer justificados sino en cuanto fenómeno estético; y en este sentido el mito trágico tiene, precisamente, por objeto, convencernos de que aún lo horrible y lo monstruoso no son más que un juego estético, que la Voluntad juega con ella misma en la plenitud eterna de su alegría” (Niezsche, Terramar, p. 132)

Bibliografía:
NIETZSCHE, Friedrich. El origen de la tragedia. Ed. Terramar.
SCHOPENHAUER, Arthur. El mundo como representación. Ed. Porrúa, colección “Sepan cuantos…” 2009.

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