La Abuelita Ayahuasca:
El tejido mágico de la madre cósmica
Introducción a la selva primigenia:
Recientemente asistí a una ceremonia
de la llamada “Ayahuasca”. Ésta es una mezcla de la liana y algunas hojas de árboles que portan dentro de sus componentes una
fuerte carga de la molécula de la Dimetil-Triptamina (DMT). En cuanto a la
liana, sabemos que crece en las profundidades de la selva amazónica y es esta a
esta liana a la que se le conoce como ayahuasca,
que se puede traducir como “la soga del muerto”, haciendo alusión a la conexión
con el mundo de los muertos, los espíritus y los dioses. El DMT es un compuesto
químico que se encuentra presente en muchísimas plantas y animales y, más notoriamente,
en el cerebro del ser humano. El psiquiatra estadounidense Rick Strassman
realizó estudios con respecto a la dimetiltriptamina, y escribió un libro
titulado “DMT: la molécula del espíritu”[1]
en el cual menciona que el cerebro
humano segrega una gran cantidad de DMT en tres momentos particulares de su
vida: cuando nace, cuando sueña y cuando muere. La región cerebral donde se
efectúa la producción de dimetiltriptamina, es en la glándula pineal[2],
que se encuentra en una zona intermedia entre el lóbulo izquierdo y el derecho
del cerebro y está asociada a la regulación de los ciclos de vigilia y sueño.
Esta mezcla de la liana y las hojas de árbol, ha sido utilizada de manera
religiosa, ritual y ceremonial por tradiciones ancestrales alrededor de las selvas
amazónicas de Brasil, Perú, Colombia, Venezuela, Bolivia y Ecuador. Los nativos
de dichas regiones han practicado las ceremonias de ayahuasca de manera
milenaria, siendo regularmente los Taitas
(Chamanes o curanderos) quienes dirigen las ceremonias con fines curativos y
espirituales. Dentro de estas tradiciones, se considera a la Ayahuasca como una
abuela, por la sensación casi maternal de estar siendo cuidado y guiado por una
fuerza amorosa y comprensiva, una diosa que nos recuerda nuestra conexión con
la madre tierra.
Antes de comenzar la ceremonia, nos
presentamos cada uno de los participantes; éramos alrededor de 20 personas, de
muy diversas edades, desde un chico de alrededor de 18 años, hasta una señora
de como 60. Después, uno de los organizadores nos platicó un poco sobre el uso
tradicional de la Ayahuasca, junto con algunas indicaciones con respecto a las
cosas que podríamos sentir o experimentar durante el “viaje” (como vómito,
eructos, risa, llanto, convulsiones, pánico, éxtasis, confusión y,
paradójicamente, mucha claridad mental). Dentro del charla introductoria, nos
platicó que tradicionalmente se considera que existen tres ámbitos de
experiencia con la ayahuasca: la serpiente, que representa los aspectos más oscuros
de uno mismo, el jaguar, que representa el terreno de la vida cotidiana y las
vivencias terrenales, y el águila, que nos muestra los aspectos más elevados,
sublimes y espirituales del ser humano. Además de la ayahuasca, tendríamos
disponible algunos cigarros de tabaco negro, como una planta “aliada”, que nos
ayudaría a despertar las sensaciones, o a bajar la intensidad en caso de que la
experiencia sea demasiado fuerte. Posterior a esto, pusieron algo de música, y
comenzó la ceremonia. Los participantes bebían un vasito de este brebaje, cuyo
sabor era extremadamente amargo, por lo que al poco tiempo la gente comenzaba
vomitar. Después de una hora, nos trajeron la segunda ronda de ayahuasca y en
una hora más, la tercera. En mí, los efectos se empezaron a sentir tras los
primeros 30 minutos de la primera toma, en donde diversas representaciones
mentales comenzaron a tomar vida, aunque se mostraban algo tenues. Con la
segunda toma se incrementaron un poco; mi sensibilidad, imaginación y capacidad
de introspección se agudizaron un tanto más, pero no sentía aún algún cambio
drástico. Con la tercera toma, la abuelita ayahuasca se detonó en todo mi
cuerpo y muy pronto me vi sumergido en las profundidades de lo que a mi psique
parecía como una selva primigenia, una jungla de imágenes, sensaciones, colores
y “fuerzas naturales” que emanaban desde las profundidades del inconsciente.
1.-La serpiente y la constricción racional
Las primeras
sensaciones que experimenté fueron un tanto débiles, y habiendo escuchado yo
sobre lo extraordinariamente fuerte que es la ayahuasca, me sentí un poco
decepcionado. Comencé a querer forzar la experiencia, tratando de imaginar que
la “madre tierra” me abrazaba y me enseñaba cosas; pero esto se sentía de
alguna manera sobre-actuado y terminé aceptando que me estaba mintiendo a mí
mismo. Fumé un poco de tabaco, para ver si con esto aumentaba mi percepción,
pero… lo mismo. Tras un tiempo, me trajeron el segundo vaso, y algo muy
parecido sucedió, nada más que una imaginación y sensibilidad aumentada. Con el
tercer vaso, seguí sintiendo lo mismo por un rato, y de hecho me rendí y abrí
los ojos, diciéndome a mí mismo que esto no era lo que esperaba, que la
ayahuasca no había funcionado, o que la gente exagera al respecto de sus
efectos. En fin, me percaté que estaba teniendo una mente muy utilitarista, que
percibía a la ayahuasca como una especie de droga que automáticamente detonaría
algunos efectos extravagantes en mi conciencia y que me haría ver aquello que
dentro del marco teórico del análisis psicológico se llama
. En cambio, me encontraba sintiéndome nada más un poco
extraño, con náuseas y una
imaginación muy vivida ¡que decepción!
Pero al poco tiempo llegó una de las organizadoras y me dijo suavemente que es
mucho más sugerible mantener los ojos cerrados, observar mi respiración y no
racionalizar al respecto. Seguí su sugerencia, me senté tan sólo a respirar,
aceptando mi derrota y sometiéndome a las simples[3]
sensaciones corporales. Casi inmediatamente, como si hubiera presionado un
switch o cambiado de canal, comencé a sentir cada vez más intensas las
sensaciones corporales, que ahora tomaban una cualidad mucho más vivas, más
frescas, más cambiantes. Sensaciones difíciles de describir, como una sacudida
interna, como unas olas energéticas, vibraciones, colores que envolvían y
movían mi cuerpo. Una sensación como de estar enroscado, ondulando con una
energía infinitamente extensa, y poco a poco tomaba forma, cobraba vida y se
manifestaba ante mi visión interna como una serpiente envolviendo mi cuerpo.
Era morada y oscura, una serpiente imaginaria tomó control de mi cuerpo y yo
empecé a contorsionarme y sacudirme como loco, arrastrándome y siseando
mientras, sorprendido, comenzaba un dialogo interno. Algo había en mí que
dinamizaba todo mi cuerpo, una fuerza extraña e irracional que yo me representaba con una serpiente. Intenté comprender
lo que estaba pasando, trataba de pensar, de racionalizar el asunto, pero una
especie de voz, por llamarle de
alguna manera, me susurraba suavemente que me dejara llevar, que dejara de
pensar, que no me resistiera. Esa otra voz, aunque parecía venir de mí mismo,
tenía una cualidad radicalmente distinta al pensamiento racional. Parecía
hablarme en un lenguaje mudo, en un idioma hecho de sensaciones, imágenes y
emociones, que parecían bastante confusas y nublosas para mi pensamiento
racional, pero que al dejar de pensar; comprendía. Finalmente me dejé llevar,
me rendí ante la serpiente y esta suavemente me fue soltando, y poco a poco la
veía serpenteando entre mares cósmicos de estrellas y planetas, de la oscura
inmensidad del espacio infinito. La serpiente me soltó, y con ella se fue mi pensamiento
racional, dejando espacio para que se abrieran las puertas de la percepción.
2.- El Jaguar y la tribu humana
Inmediatamente
después de que la serpiente me soltara, comencé a percibir una rica variedad de
figuras animales en un paisaje de selva infinitamente colorida. Pájaros,
venados, insectos, plantas, cascadas, árboles, flores. Había entrado en la
selva primigenia, y mi mente estaba dispersa en la inmensa pluralidad de
formas. Ya no había un claro y uniforme; la unidad que me sostenía
como individuo parecía ahora algo borroso y los límites que me definían
parecían expandirse para formar toda una flora y una fauna de seres
imaginarios, todos habitando la misma . Pero todavía había un
cierto sentido de identidad, y ésta fue tomando forma de un movimiento veloz,
un correr en cuatro patas por entre las ramas laberínticas de la selva. Ahora
era un jaguar negro, y mi cuerpo entero se movía como tal, (acostado en el
suelo, por supuesto) y hacía gesticulaciones salvajes, lanzando zarpazos,
gruñendo, mostrando mis colmillos, contrayendo mis músculos, sientiendo un
hambre atroz, una ira desenfrenada que buscaba devorar a la presa a la que
estaba persiguiendo: yo mismo. , siendo un jaguar, perseguía al
humano. El humano huía de esta fiera, pero había una presencia
cantándome, diciéndome que está bien, que me dejara morir, que ese es el ciclo
de la vida. Sentía esa presencia como un anciano indígena, un sabio
norteamericano, con plumas en la cabeza, que comenzó a entonar algunos cantos
guturales para tranquilizarme. Estos cantos se efectuaban dentro de mi garganta
y yo los entonaba tal y como los recibía de aquel sabio guía. Me tranquilicé y
dentro de la visión solté mi cuerpo, que cayó como exhausto en la densa
vegetación de la selva, tras lo cual el jaguar lanzó un mordisco a mi garganta
y una gran cantidad de animales[4]
llegaron a devorar mi cuerpo, despedazándolo, consumiéndolo y dispersándolo por
todas partes. Tras la muerte, seguía observando el extraño paisaje, y una figura que parecía una
especie de reno, con numerosos cuernos y majestuoso pelaje. En su rostro se
observaban muchos ojos, que me miraban con una humildad y comprensión eterna,
dándome la bienvenida al mágico mundo de los espíritus. En esta parte no
recuerdo con mucha claridad el proceso, pues ya no había como tal un
unificado en el que se almacenaran las memorias y los conocimientos recibidos.
La sabiduría cósmica que atravesaba mi cuerpo era demasiada como para
contenerla. Una infinidad de sensaciones, visiones, ideas y emociones
explotaron en todas las direcciones y tan sólo recuerdo cómo aquel indio
anciano me enseñaba mi animal totémico, mi figura de poder, como un regalo del
universo, como el reflejo de una parte de mi ser. Este animal que me
obsequiaron era un cocodrilo. No comprendí muy bien por qué, pero algo había en
el fondo de esta imagen de arquetípico[5].
El cocodrilo representó para mí el donde la paciencia, símbolo de una sabiduría
ancestral que se me revelaba en esos momentos. El cocodrilo es un animal
antiquísimo, que puede esperar en el interior del agua (de lo inconsciente) y
observar hacia el exterior, hacia la tierra (la conciencia). Pero esta es una
reducción interpretativa de un marco teórico racional que no le hace justicia a
la verdadera experiencia. El Cocodrilo, en mi visión, fue más que un símbolo.
Fue, así lo considero, realmente un espíritu. Pero, ¿qué es un espíritu? Por supuesto, nuestra
cosmovisión racionalista no le da cabida a este tipo de realidades que van más
allá de una reducida explicación materialista. Sin embargo, la conciencia, lo
inconsciente y sus contenidos internos, parecen escapar a esa cosificación
cientificista del racionalismo contemporáneo. Pero este es un tema demasiado
amplio para tratar en un escrito tan modesto[6]
como mi experiencia subjetiva de esta visión accedida por medio de la
ayahuasca.
3.- El Águila y la familia celestial.
Regresando a mi
narración, después de ser , iniciado al mundo de los
espíritus, contemplé el cosmos como un multiverso que se abría eternamente en
su belleza floresciente, burbujas de realidad flotando por todas partes,
creándose espontáneamente y disolviéndose tras instantes en la noche cósmica,
en el misterio sin nombre. El universo entero estaba lleno de vida, vibrante en
su júbilo habitado por miles de rostros, los rostros del ayer, los rostros del
mañana, los infinitos rostros que danzan con el ritmo de las estrellas. Todos.
, la multiplicidad del nosotros cósmico. La temporalidad subía como una escalera sin
principio ni final que avanzaba en espiral hacia el infinito. Ahí, en el
instante eterno, fui recibido por mi familia cósmica. Vi a mi madre y a mi
abuela, lloré y reí con ellas, con su amor maternal, con su dulzura femenina,
con su abrazo y comprensión de mujer profunda. Mujer, madre, abuela, tierra,
vientre. Todo eso es . Ahí estaba la Abuelita Ayahuasca, con su
cariño espiritual, guiándome
a través de las mujeres de mi vida. Con su tejido mágico de cuentos y
ficciones, la madre cósmica arropaba mi ser como a un niño amado. El universo
entero se me antojaba como una fantasía, una historia que me narraba la
abuelita universal, un manto multicolor[7]
en el que se arropaba mi existencia. Con ese ropaje me disfrazaba de todos los
hombres y todas las mujeres, todos los animales y todas las plantas. Las
múltiples máscaras de la divinidad se espejeaban y se reflejaban en la imagen
del . Toda identidad y toda otredad no eran más que un juego de
máscaras. Un juego cósmico[8]
en el que y nos encontramos jugando eternamente. Ahí en
la eternidad, en nuestro hogar cósmico, nos encontramos tú y yo, como pájaros
del cielo. Salir del cascarón, emprender el vuelo, la libertad de bailar con el
universo y re-crear nuestra propia existencia. Imaginar, soñar, y tejer el cuento, sabiendo que somos también
lo imaginado, lo soñado y lo tejido. Un cuento que se cuenta a sí mismo. Y esta
es la historia que me narró la abuelita ayahuasca, acerca del lugar de donde
vengo, el lugar a donde voy, el lugar en donde estoy. La abuela ayahuasca, y el
abuelo tabaco, me enseñaron a recordar, a seguir el hilo de Ariadna en el
laberinto de la memoria. Ahí, en las profundidades de uno mismo, se encuentra
una llave que nos permite regresar de nuevo con nuestra familia cósmica.
Conclusión de la realidad subjetiva:
La experiencia
con la abuelita ayahuasca es bastante intensa, clara y lúcida. Una comprensión
bastante profunda te envuelve de manera suave y cariñosa, como el manto de amor
de una madre. Seguramente cada persona vive su experiencia de una manera
diferente, única y personal, puesto que la abuela ayahuasca te habla a ti
personalmente, te habla a tu intimidad, con un lenguaje personal, que sólo tú
entiendes. Al ser personal la experiencia, la vivencia se presenta precisamente
como una persona. Por cierto, la
palabra persona viene del griego que significa máscara y alude
a las representaciones teatrales que se realizaban en la antigua grecia, donde
los dioses se aparecían en las obras como visitantes de otras realidades. En ese momento no hay duda de que estás
siendo visitado por espíritus, por entidades autónomas que tienen personalidad
propia, y no solamente como contenidos de la conciencia o la imaginación. Por
supuesto, nuestra racionalidad occidental nos prohíbe pensar en estas fuerzas
autónomas como entidades reales, puesto que todo lo medimos a la luz del mundo
exterior y objetivo y desechamos la experiencia interior y subjetiva como una
instancia psíquica carente de verdadera realidad. Pero, ¿qué es la realidad?
Para no abrir aquí un inmenso debato filosófico con respecto a la naturaleza de
lo real, contentémonos por ahora con la idea de la experiencia. Una experiencia
es real en cuanto que la experimentas, sea objetiva o subjetiva, exterior o
interior, la realidad se nos presenta únicamente como experiencia. Ahora bien,
la experiencia visionaria que te permite la Ayahuasca, sucede dentro de la
psique[9]
y como tal, sucede dentro del mundo interior, al menos como realidad psíquica.
Jung nos habla precisamente de lo inconsciente, como aquella realidad psíquica
que se encuentra dentro de nosotros, pero que como es una instancia instintiva
e irracional, no nos es comprensible para la conciencia diurna. Así pues, nos
dice Jung que “la imagen del mundo
exterior nos permite entender todo como efecto de las fuerzas impulsadoras
físicas y fisiológicas; en cambio, la imagen del mundo interior nos hace
entender todo como efecto de seres espirituales. La imagen del mundo que nos
proporciona lo inconsciente es de índole mitológica. En vez de leyes naturales
tenemos intenciones de dioses y demonios; en lugar de los impulsos naturales
actúan almas y espíritus.”[10] Y, para
poder entablar un dialogo con las profundidades de nuestro ser interior, habría
que considerar tratar a estas imágenes, estos símbolos y estas fantasías no
desde el lenguaje racional de la mente consciente, sino tal y como se nos
aparecen a nuestra psique dentro de esa experiencia; como espíritus, de la
misma manera que la Abuelita Ayahuasca nos trata a nosotros tal y como somos:
personas.
[1] Rick Strassman, DMT: The Spirit
Molecule: A Doctor's Revolutionary Research into the Biology of Near-Death and
Mystical Experiences. Además, tiene algunos otros libros que
hablan acerca de las experiencias psicodélicas y el llamado ; en su libro “ Inner Paths to Outer Space: Journeys to
Alien Worlds through Psychedelics and Other Spiritual Technologies” habla
más al respecto.
[2]
El filósofo René Descartes mencionaba que la glándula pineal es la región
cerebral donde se sitúa el alma, como mediadora entre la res extensa (el cuerpo y el mundo exterior) y la res cogitans (la conciencia, lo que
conoce).
[3]
Pongo esta palabra en itálicas para resaltar mis procesos de pensamiento en ese
momento. Siempre me ha parecido que la experiencia sensorial es bastante
inferior en comparación a los sublimes
pensamientos. La experiencia de ayahuasca me mostró la sabiduría del cuerpo, un
conocimiento silencioso, no-racional, en el que se aloja parte de nuestro ser.
Es decir, no sólo somos cuerpo, no sólo somos mente, no sólo somos espíritu;
somos una mezcla de muchos elementos, y hacer caso omiso, o disminuir uno de
estos aspectos de la totalidad, es dejar de escuchar parcialmente a nuestro
propio ser.
[4]
Curiosamente, estos eran animales a los que normalmente no se asocian hábitos
carnívoros, como venados, algunos monos, pájaros, jirafas, etc.
[5]
Para la psicología profunda de Carl
Gustav Jung, existen estructuras primordiales de la psique, que se encuentran
profundamente sumergidos en lo inconsciente y que las diversas culturas han
representado bajo distintas imágenes. Así pues, para el lenguaje del
inconsciente, las figuras de animales son símbolos, que representan alguna
parte de la totalidad de la psique. En este caso, el cocodrilo se me apareció
como representante de una parte ancestral de lo inconsciente.
[6] Modest proposal, with a laugh.
[7] Dentro del hinduismo a esto se le conoce
como el , el tejido de ilusión que crea la diosa para crear
un mundo encantado, el mundo fenoménico al que en occidente llamamos
.
[8] Nuevamente,
para las culturas hinduistas, tan fuertemente arraigadas a sus tradiciones
espirituales, existe un término para designar el tiempo fenoménico como un
juego cósmico, un universo ficticio que crea la divinidad para jugar consigo
mismo. A este universo-juego los hinduistas lo conocen como Lila.
[9]
Que se deriva del griego Psyche, y
que podríamos traducir como “Alma”.
[10] JUNG,
C. G. Civilización en transición. Ed. Trotta, 2001. P. 17
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