La visión demoníaca en la estética de Benedetto Croce y Soren
Kierkegaard:
“El arte y la seducción
erótico-espiritual”
1.- Visión supra-racional
¿Qué es el arte?
Esa es la pregunta que nos plantea en un inicio Benedetto Croce en su analásis
sobre la estética. Sin duda asume que el arte es la expresión máxima o más pura
de la belleza, en cuanto que concibe el arte como una visión que capta una
realidad supra-racional, más allá de las explicaciones lógicas y formales, que
no puede ser recibido o expresado en palabras y que su esencia se define en
imagen. “El arte es visión o intuición” nos dice Croce, “el artista produce una imagen o fantasma, y
quien gusta del arte dirige la mirada al sitio que el artista le ha señalado
con los dedos y ve por la mirilla que éste le ha abierto, y reproduce la imagen
dentro de sí mismo.”[1]
Así, lo bello supra-racional es sólo expresado por medio del arte, que escapa
toda reflexión y argumentación lógica, elude al lenguaje. Kierkegaard expresa
algo similar, en el sentido en que la música emite movimientos del alma los
cuales él llama estadios, que
despiertan el deseo, la pasión y la llevan hacia las regiones internas que se
escapan de la racionalidad lineal y reflexiva. Para Kierkegaard, existen
ámbitos de la conciencia, regiones subterráneas a las cuales el lenguaje no
puede acceder, pues “el estado de alma correspondiente no puede expresarse en
palabras, porque es demasiado pesado y denso para que la palabra lo capte. Sólo
la música es capaz de rebotarlo”[2].
Pero a diferencia de Croce, Kierkegaard concibe esta intuición de lo bello en
distintos estadios sucesivos, pues el arte no se capta en un instante, sino que
el goce estético se va desenvolviendo lentamente, pues la obra musical va
despertando el deseo mediante la presentación de momentos arquetípicos del
alma, expresión de fuerzas inefables que operan en la interioridad del ser
humano. Y Kierkegaard nos recuerda que en la interioridad se encuentran objetos
de deseo particulares, en el sentido en que el alma posee la capacidad de
satisfacer una necesidad deseante del mismo deseo. En la ópera de Mozart “Don
Giovanni”, Kierkegaard percibe el paradigma de toda pieza musical, pues cumple
con los variados estadios del despertar del deseo. “Este despertar del deseo o,
si se prefiere, este choque brusco que despierta el deseo, lo separa del objeto
y al mismo tiempo le da un objeto. Es preciso captar bien esta típica
determinación dialéctica: el deseo sólo existe mientras haya objeto, y el
objeto sólo existe mientras haya deseo.”[3]
Este objeto que se capta en el goce estético, es para Croce la captación
inmediata de una imagen cargada de idealidad, y esta captación del objeto
predilecto del arte, no es captado por la racionalidad diurna que establece su
objeto de captación como realidad, sino que se mueve por otro ámbito, que
fácilmente podríamos juzgar como irrealidad, pero que más bien es otra
categoría del entendimiento que se capta únicamente en la imagen, pues la
imagen es el objeto predilecto de la intuición y para Croce, esta “intuición
quiere decir precisamente indistinción de realidad e irrealidad, la imagen en
su valor de mera imagen, la pura idealidad de la imagen. Al contraponer el
conocimiento intuitivo y sensible al conceptual o inteligible, la estética a la
ética, se trata de reivindicar la autonomía de esta forma de conocimiento, más
sencilla y elemental, que ha sido comparada al sueño, al sueño y no al sonido,
de la vida teórica, respecto de la cual la filosofía ha sido comparada a la
vigilia”[4]
2.- Sentimiento y simbolismo
Ahora, esta
intuición que hace empatar al deseo con su objeto supra-racional, no es una intuición
traducible al intelecto, sino que es más bien un sentimiento, una emoción, que
como diría Kierkegaard, seduce al
espectador y lo envuelve en estos movimientos
del alma. Nos dice Croce que “lo que da coherencia y unidad a la
intuición es el sentimiento. La intuición es verdaderamente tal por que
representa un sentimiento, pudiendo surgir éste al lado o sobre la intuición.
No es la idea, sino el sentimiento, lo que presta al arte la aérea ligereza del
símbolo.”[5]
Y suena también el canto poético de Kierkaard enunciando que “el deseo está
apuntando hacia el objeto y, además, está íntimamente emocionado; el corazón
late sano y jovial; y los objetos aparecen y desaparecen como por ensalmo, mas
antes de desaparecer siempre hay un instante de gozo, un instante de intensa
emoción, corto pero feliz.”[6]
Pero esta no es una emoción descarrilada, erotizada sin un propósito, sino que
es una emoción en respuesta a una idea intraducible al lenguaje, “se
comprenderá la enorme importancia de la música cuando ésta se muestra como la
expresión absoluta de la idea, una idea que, en consecuencia, es inmediatamente
musical.”[7]
Precisamente por ser inexpresable en palabras, esa idealidad se convierte en
arte, necesita del arte para respirar, para existir, pues removiendo aquel
elemento artístico, la idea se deshace, se disuelve en la nada. Esto mismo nos
recuerda Benedetto Croce cuando dice que “[la idealidad] es la virtud íntima
del arte. El arte se disipa y muere cuando de la idealidad se extraen la
reflexión y el juicio.”[8]
Debido a que el arte refleja ese otro aspecto de la realidad, intangible,
invisible, impronunciable, no puede más que ofrecerse como una ventana, como un
símbolo que equilibra la percepción entre lo racional y lo irracional, lo
sensible y lo suprasensible, lo material y lo espiritual. “Todo el arte es
símbolo y que está henchido de significación”[9]
nos revela Croce que desapegado de las obras de arte particulares, nos dice que
toda obra expresa aquello que se encuentra detrás del espejo de la historia,
pero que se percibe dentro de la misma historia. Lo mismo podemos decir del
concepto de arte en los estadios eróticos musicales de Kierkegaard, pues aunque
analiza una obra particular, la considera como vehículo de lo universal, pues
Don Juan no es tan solo un individuo, sino que es el reflejo de una idea que no
puede ser expresada en su totalidad por palabras, sino que es más bien un
símbolo: “cuando se concibe a Don Juan dentro de la música y en la música, ya
no tenemos delante un determinado individuo particular, sino más bien la fuerza
de la naturaleza y lo demoníaco, que nunca se cansará ni nunca cesará de seducir
y seducir.”[10]
3.- Erotismo e inmoralidad
El arte,
entonces nos muerta otra dimensión de lo real, un ámbito espiritual que
solamente es captado por esta intuición producida en el goce estético o en la
creación misma. “En este reino no pueden instalarse ni el lenguaje, ni la
circunspección del pensamiento, ni ninguno de los logros tan laboriosos de la
capacidad reflexiva. Porque en él sólo se escucha la voz elemental de la
pasión, el juego de los deseos y la zarabanda brutal de la embriaguez.”[11]
De alguna manera, el arte nos intenta transportar a otro plano de lo real, a
una región del alma que se escapa de la corporeidad racionalizada y ante el
arte sólo sucumbimos si nos dejamos erotizar, si dejamos que su sensualidad
permanezca como tal y no se contamine con el acto de racionalización, pues a
pesar de que en el viaje se nos presenta como erótico y demoníaco, este goce
“sólo empezará a mostrarse como reino del pecado en el instante en que haga
acto de presencia la reflexión”[12].
El artista, de alguna manera realiza pactos con estas fuerzas supra-racionales,
a través de sus manos conduce al espíritu a tomar materialidad y canaliza la
idealidad de lo espiritual, escucha los designios del alma y utiliza su cuerpo
como mediador, intuyendo al objeto en imagen y encarnándolo en la obra, de
manera que “[El arte] no nace por obra
de la voluntad (…) nada tiene que ver con el artista. Y como no nace por obra
de voluntad, se substrae también a toda reflexión moral.”[13]
Lo cual no quiere decir que el arte sea inmoral, “es una insensatez decir que
la ópera es inmoral”[14],
nos dice Kierkegaard tan pronto como intuye en el lector un atisbo de duda
sobre la moralidad de esta seducción erótica y demoníaca de Don Juan, y más
bien nos ofrece la respuesta contraria, pues en aquellas regiones del alma, la
sensualidad con la que se embriaga el espíritu pertenece a otra índole, al
terreno de lo supra-sensorial. “La verdad es que la tendencia definitiva de la
ópera es altamente moral y, por otra parte, la impresión que recibimos es
plenamente saludable, porque todo es grandioso y encierra un pathos auténtico y sin mixtificaciones,
todo está lleno de pasión.”[15]
Es precisamente en este despertar de la pasión que hace ensoñar al hombre, que
lo eleva hacia otros planos de la conciencia, que se ejerce la función
liberadora del arte. Dejar fluir el corazón, hacerle vibrar de emoción mediante
la obra, es el arma espiritual con la que el artista apunta hacia la
sensibilidad del espectador, esperando evadir los obstáculos racionales y
penetrar en lo profundo del alma. El arte, es entonces un artificio divino, es
creación de puentes hacia las realidades supra-racionales y como tal, es una
magia sagrada, una alquimia espiritual. Concluye Croce que “así como el poeta
salva, en la liberación de otras pasiones, la pasión por el arte, así salva
también en ésta la conciencia del deber –deber hacia el arte-. Todo poeta es
moral, en el acto creador, por que realiza una función sagrada.”[16]
[1] CROCE,
Benedetto. Brevario de estética. Ed.
Fondo de Cultura Económica. P. 16
[2] KIERKEGAARD,
Soren. Estadios erótico musicales. Ed.
Fondo de Cultura Económica. P. 138
[3] Ibidem.
P. 140
[4] CROCE,
Benedetto. Brevario de estética. Ed.
Fondo de Cultura Económica. P. 23
[5] Ibidem.
P. 34
[6] KIERKEGAARD,
Soren. Los estadios erótico musicales. Ed.
Fondo de Cultura Económica. P. 141
[7] Ibidem.
P. 143
[8] CROCE,
Benedetto. Brevario de estética. Ed.
Fondo de Cultura Económica. P. 24
[9] Ibidem.
P. 32
[10] KIERKEGAARD,
Soren. Los estadios erótico musicales. Ed.
Fondo de Cultura Económica. P. 159
[11] KIERKEGAARD,
Soren. Los estadios erótico musicales. Ed.
Fondo de Cultura Económica. P. 155
[12] Ibid.
P. 151
[13] CROCE,
Benedetto. Brevario de estética. Ed.
Fondo de Cultura Económica. P. 21
[14] KIERKEGAARD,
Soren. Los estadios erótico musicales. Ed.
Fondo de Cultura Económica. P. 195
[15] Ibidem. P. 195
[16] Ibid. P. 69
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