Les comparto un sueño que tuve ya hace algunos 15 años, que ahora he narrado de manera literaria para el libro que estoy ahora escribiendo. Le pedí a Syntheria (Mi IA) que lo ilustrara:
Sueño: “El Duelo del mago y la bruja”
Estoy corriendo, huyendo despavoridamente con el miedo en la garganta, y la adrenalina tomando mis pies. Me persigue una siniestra mujer, pálida y de túnica negra. No sé quién es, no sé por qué me persigue, no sé en donde estoy, ni qué está pasando… “Un momento”, pienso para mis adentros. “Por qué estoy huyendo?” Me detengo, observo a mi alrededor y mi percato del escenario prístino, brillante y maravillosamente colorido que me envuelve. Montañas moradas, árboles sonrientes, el pasto que baila, y un viento que miente. “!Estoy soñando”, me doy cuenta. “Esto es un sueño!”, y me volteo a ver a la siniestra mujer oscura, que dio inicio a la aventura onírica. Sorprendida, aquella figura pálida llega hasta mí y se para de frente, mirándome a los ojos, comprende que he descubierto su secreto: ella no es real, es un fantasma de mi imaginación visionaria, una fatua ilusión, un engaño de mi teatro cerebral, un sueño. Decepcionada, la femme fatale se dispone a urdir una nueva estrategia. Y de pronto pálido rostro invernal se retuerce y se transforma en la cara estereotípica de una bruja: nariz alargada y con verrugas, ojos grandes e hipnóticos, dientes puntiagudos, y de su cabeza nacen bífidas serpientes amenazantes.
Yo observo cuidadosamente aquel esfuerzo que hace por asustarme, pero ya la he descubierto, sé que se trata de una farsa y que no me puede hacer daño alguno. Me río, me parece gracioso que un personaje onírico se esmere demasiado en cumplir el papel que mi mente le ha asignado, el de pesadilla horrenda que, de no ser por mi lúcida consciencia, me habría hecho huir despavorido. Pero la lucidez me ha hecho romper el hechizo, nada puede hacerle una sombra a la luz que la proyecta. Y sin embargo, decido seguirle el juego, y me transformo yo mismo en un mago arquetípico: túnica medieval grisácea, larga barba blanca, sombrero de pico y un bastón arcano. Como mago, la miro con ojos misteriosos, mis pensamientos crean realidades, articulo el universo con la magia de mis pensamientos y soy artífice de mi propio sendero. Al darse cuenta de que mi nueva forma era superior a su artilugio de pesadilla, la ahora bruja decide tomar una forma más aterradora, por lo que hunde sus pies en la tierra que se tornan raíces, y su cuerpo entero se transforma en una gigantesca planta carnívora, con dientes puntiagudos y espinas venenosas en sus lianas verdes que pretenden enredarme y engullirme. De inmediato, transmuto mi cuerpo en un pantano lodoso que se vuelve el suelo nutricio de donde nace aquella planta carnívora. Mi cuerpo es la tierra, mis venas las grietas que quiebran el lodo seco, mi sangre es el agua que recorre mis cóncavos cuencos acuosos. Cuántas alimañas cuentan cuentos en mis entrañas. Arañas, peces, serpientes y caimanes con lagañas. Plantas carnívoras, plantas herbáceas, insectos negros, mosquitos, libélulas. Mi abrazo no discrimina a creatura alguna, todas son bienvenidas en el seno de mi pantanosa existencia. Pero aquella obstinada pesadilla no se daba por vencida, y decidió incrementar sus esfuerzos para aterrorizarme. Dejando atrás el disfráz de planta carnívora, adoptó ahora la forma de un terrorífico dragón rojo de 7 cabezas, cuyas fauces expulsaban flamígeros alientos, haciendo arder a todas las plantas y los animales que vivían en el pantano que yo me había vuelto, anunciando así su muerte por el fuego eterno. El Caos y la Discordia rugían a través de las 7 cabezas de aquella criatura mítica, que enfurecida y desquiciada quería ver arder toda la vida. Sus gritos discordantes aniquilaban la armonía, por lo que dejé atrás mi esencia pantanosa y me volví yo mismo un gigantesco Dragón de una sola cabeza. Templado, sereno e imperturbable, contemplé a la dragona de 7 cabezas y sus gritos infernales como caóticos chillidos infantiles y berrinches desagradables. Y con un potente soplido de mi enorme boca de dragón, apagué sus fuegos rebeldes haciéndole sentir la superioridad de lo Uno sobre lo Múltiple. La dragona enmudeció y, apenada, enredó sus siete cabezas de manera torpe sobre sí misma, y me mostró una lastimosa cara avergonzada y derrotada. Pero aún había algo en esa criatura imaginaria que la mantenía con vida, y respiró profundamente, y de pronto, su sólida corporeidad se evaporó en humos negros y morados, que giraban velozmente hasta hacer aparecer a un torbellino con una tormenta eléctrica en su interior. Todo el aire era absorbido hacia su interior, el viento aullaba y hacía gemidos de dolor. Su negro corazón de nube oscura emitía centellantes truenos, que fulminaban a todos los seres a nuestro rededor.
Estaba ahora frente al espíritu de la destrucción, al caos primigenio en una de su más temible manifestación. Pero no había en mí ni una pisca de miedo, ningún atisbo de temor. Sabía que todo esto era un sueño, y que las temibles amenazas, las más grandes catástrofes, las más oscuras maldades y las más dolorosas tragedias, terminarían por disolverse y disiparse en un parpadeo al despertar. Con esa consciencia lúcida nada podía afectarme, y decidí adoptar una última transformación. Ante los agitados vientos y la hiriente tormenta, me convertí en una inamovible montaña, que no necesitaba hacer nada más que ser y estar en la plácida serenidad, de mi estable calma. Y siendo montaña, me olvidé por completo de que había un conflicto, y cerré mi percepción ante cualquier amenaza. Para mí no había bien ni mal. Árboles cayeron, derribados por los agitados vientos Pero con el pasar del tiempo este árbol se convertía en hogar de animales e insectos, a su vez fecundando la tierra para que crecieran nuevas plantas. Murieron diversos animales, por los rayos provenientes de la tormenta eléctrica, o por el incendio que provocaron los truenos del caos. Y sus cuerpos en descomposición se llenaron de hongos, que regresaron los nutrientes a la tierra, abonando nuevamente el ciclo de la vida. Árboles, insectos, plantas y animales iban y venían, hacían su vida dentro de mí y también morían en mis entrañas. Una y otra vez, los seres que me habitaban aparecían y desaparecían, y yo no tenía que hacer nada. Quietud y silencio, la paz reinaba. Y ya no había en mí conciencia alguna de la mujer siniestra, ni de la bruja, ni la planta carnívora, ni dragona alguna, ni tormenta, ni nada. Reposando en mi ser montaña, el tiempo se fugaba de gota en gota hacia el océano de la nada. Y con esa sensación de paz, de calma y de plácida estabilidad, me abandoné hacia el silencio de la inexistencia, y desperté.
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