Friday, September 5, 2025

Sueño: "Eterno Retorno a la Conferecia del Presente"

 



Sueño: “Eterno retorno a la conferencia del presente.”


Estoy en un congreso de filosofía en Monterrey, México, rodeado de filas y filas de eternos aprendices de la vida, bebedores de las aguas del infinito mar del pensamiento, alumnos de un colegio que se pregunta a sí mismo sobre la naturaleza del universo, de la realidad y de la consciencia, haciéndose preguntas como ¿Por qué existe Algo en vez de Nada? ¿Qué es el Ser que da fundamento a todos los entes? ¿Cuál es la Causa Primera o Primer Motor que anima y da vida a las cosas? ¿Cómo sabemos que verdaderamente existimos? Entre otras preguntas sin sentido ni respuesta... Las miradas inquisitivas de los infinitos estudiantes convergen en el centro del recinto, donde se encuentra un anciano profesor dictando una conferencia. Se trata del filósofo Pedro Gómez Danés, una eminencia en el escenario filosófico regiomontano; filósofo, teólogo y sacerdote, que con sus discusiones metafísicas buscaba fundamentar la existencia de Dios, a través del diálogo racional y la constante relación entre el Ser y los entes. Aquel viejo pensador, semejante a una reencarnación de Yoda, con la piel de su cabeza expuesta al cielo, por su calvicie en forma de herradura, con gafas transparentes que hacen ver que sus ojos se entrecierran mientras habla de manera lenta pero contundentemente, profiriendo cada palabra con una solemnidad absoluta. Hablar del Ser es cosa seria, y no hay nada más trascendente que elevar el pensamiento hacia las cosas eternas. Los estudiantes lo miran con admiración y maravilla, como si de una divinidad se tratara, apuntando cada palabra como si fuese oro evaporado, sublime eter, hilos que tejen realidades. “Esse est Percipi” (Ser es ser percibido) decía el filósofo y obispo irlandés George Berkeley, y en este preciso momento no había nada más verdadero y absoluto que la presencia del maestro Pedro Gómez Danés, cuya existencia se sostenía por la miríada de ojos contemplando el sagrado acontecimiento de la conferencia del Maestro. “¡He sido bendecido por la gracia! -Pienso para mí mismo- ¡Cuánta fortuna el poder escuchar en viva presencia al Profesor!” No me quiero perder ninguna de sus palabras, así es que afino mi oído para escuchar de manera absoluta sus divinas palabras, prestando también atención plena a su rostro, sus gestos y sus ademanes. Pero lo que veo y escucho me deja bastante desconcertado. No logro entender por qué el profesor, agitando frenéticamente el brazo derecho y señalando hacia el cielo con el dedo índice, prolifera con golpes sonoros y gestos de extrema seriedad frases incoherentes como: “¡El pato Donald no usa pañal!”, “¡Mi roja nariz es una esfera!”, “¡La verdad absoluta huele a cebolla frita!” y “¡Cuánta casualidad que Platón usara chanclas!”. Estoy anonadado, no entiendo qué está pasando, quizás tenga que consultar la Guía de Perplejos, de Moshé Maimónides, para entender si esto es una revelación profética y divina, o tal vez, ahora sí, el mundo entero está enloqueciendo, o… ¿Será que estoy soñando?


Volteo a mi alrededor, y veo a varios de mis compañeros filósofos escuchando absortos las “sabias” palabras del profesor, y ninguno parece percatarse de las absurdas aseveraciones urdidas por su santa boca. Todo el escenario me parece exagerado, veo en cada rostro muecas desbordadas, los tonos de piel, la ropa que llevan, la textura de los objetos, las mesas y sillas, todo me parece irreal, como pixelado y difuso, como si de una artificiosa pintura se tratara. “¿Cómo sé que mis sentidos no me engañar? ¿Qué me asegura que lo que veo con mis ojos es real y no un manto ilusorio diseñado por un genio maligno? ¿Es que acaso todo esto que contemplo es un sueño y en realidad yo estoy ahora dormido?” Estas eran las preguntas del famoso argumento del sueños de René Descartes, que se aplicaban ahora mismo a mis circunstancias. Y “yo soy yo y mis circunstancias”, diría Ortega y Gasset. “¡Pero por supuesto! ¡Estoy soñando!”, y me invadió una emoción y un júbilo desmedido. Había descifrado el secreto de esta absurda escena, todo era una simulación onírica. Volteo a mi derecha y veo a mi compañero de clases Jorge Mancilla, a quien le sonrío con la boca abierta y le comunico efusivamente la buena nueva: “¡Jorge! ¡Jorge! ¿Ya te diste cuenta? ¡Estamos soñando! ¡Todo esto es un sueño!” Pero Jorge me mira extrañado, me hace un gesto de perplejidad e ignora el mensaje revelado. Así es que voy con otro compañero que se encuentra ahí al lado, y le digo con el mismo entusiasmo que he descubierto la naturaleza de esta realidad, que todo es un sueño, que nada de esto existe en realidad. Y lo mismo, una incómoda mirada condescendiente, una mueca de desapruebo, una muda incomprensión, un silencio absoluto. Pero yo no me rindo, y empiezo a gritarlo por todas partes, tratando de convencer a mis compañeros pensantes, que la realidad entera es ilusoria, que todo este escenario es un momento onírico, y que al terminar el sueño, nada de esto permanecerá. Pero nadie parece escucharme, y todos me observan compasivamente, como a un profeta enloquecido. Y entonces comprendo que ninguno de ellos me puede verdaderamente escuchar, ya que ellos son también partícipes de la ilusión, son fantasmas de mi imaginación, personajes ficticios del teatro de este mundo onírico. Y, como dice Pedro Calderón de la Barca: “¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, Una sombra, una ficción; Y el mayor bien es pequeño Que toda la vida es sueño Y los sueños, sueños son”


Así es que abandoné todo intento de convencer a los personajes oníricos de que nada de esto era realidad, que ni siquiera ellos existían. Y me quedo contemplando y reflexionando acerca de las consecuencias últimas de aquella situación… “Todo el auditorio, con el profesor y los alumnos, son fantasmas de imaginación. No hay nadie más aquí, más que yo. Estoy solo… ¿Será que todo este escenario es obra de mi sola imaginación? ¿Es que soy yo el artífice de esta ilusoria creación? Y es que eso significa entonces… ¿Que soy Dios?” Atrapado en estas solipsistas elucubraciones empiezo a advertir, que todo el escenario se comienza a disipar como una blanca neblina que disuelve toda objetividad, hasta dejar un enorme vacío en donde ya no cabía ninguna certeza. Evaporada toda la realidad, ya no había distinción entre fondo y forma, ni figuras separadas del lienzo negro que borraba cualquier apariencia sensible, cualquiera imagen, personaje, escenario, objetos y hasta yo mismo, dejamos de habitar el Ser para dar paso a la Nada. Y de esa vacuidad infinita, desde ese abismo inefable, del cero absoluto, ocurrió entonces una estridente explosión proveniente de un punto infinitesimal en el centro del lienzo vacío. Una ruptura epistemológica, un shock ontológico, un big-bang que dio origen a una plétora de formas. El estallido de colores comenzó a pintar la omniabarcante tela negra, plasmando chispas radiantes, redondas figuras que eran planetas, un manto estelar comenzó a formarse, y observé ante mis inexistentes ojos el despliegue de la creación, un cosmos gestante, que a una velocidad impresionante tomaba forma, creando galaxias enteras, el sistema solar y todos sus planetas, y vi nacer al planeta tierra, primeramente como un pálido punto azul, que se expandía de manera esférica por medio del Pneuma, ese soplo cósmico que ordena al universo, el aliento sagrado o “espíritu santo” inflando el globo terráqueo. Yo ya no tenía cuerpo, era solamente un abstracto espectador del espectáculo sideral. Como observador, hice un Zoom-In, focalizando mi percepción para poder observar ahora al interior de este planeta que había sido mi hogar. Y vi en cámara rápida el florecimiento de las grandes civilizaciones: los egipcios erigiendo una pirámide, los griegos discutiendo acerca del Ser y de las Ideas Eternas, y saltando de pronto la mirada a la construcción de la Torre Eiffel en París, y la estatua de la Libertad en Nueva York. Y de pronto mi omnisciencia fue arrastrada hacia las pirámides de México, y en un parpadeo ya veía el cerro de la silla y la ciudad de Monterrey en el mundo moderno, observé también la Construcción de la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, e inmediatamente se plasmó en mi retina inmaterial la edificación del auditorio donde se impartían conferencias, y ahora estaba ya dentro de este auditorio, presenciando cómo se iba manifestando bloque por bloque el escenario inicial. De pronto aparecieron muros y puertas, mesas y sillas, alumnos y profesores, imprimiéndose en la realidad como descargados de una nube digital que descendía del mundo de las ideas. Por último, contemplé el fino tejido de los filamentos que fueron construyendo la imagen del profesor Pedro Gómez Danés, quien al terminar de ser arrojado al mundo, retomó, como si nada, su eterna conferencia. Y me percaté que yo también estaba presente, tenía un ser-ahí, y había sido testigo del desmantelamiento del escenario onírico en donde empezó mi historia, y pude observar los andamiajes del universo de los sueños, donde poco a poco se fueron erigiendo los componentes necesarios para volver a reconstruir la escena, regresando en el tiempo hasta hacerme volver al punto inicial, en donde estaba yo en el auditorio de la facultad de filosofía, escuchando la conferencia de mi profesor, justo antes de que me percatara de que todo era un sueño. Pero este eterno retorno me hizo volver ya con la reminiscencias de lo que había pasado. En mi alma permanecían las huellas de un conocimiento fuera del tiempo lineal, una anamnesis que me hacía recordar aquello que en esta conferencia del presente aún no había pasado. Ya no tenía la menor duda de que me encontraba en un sueño, pero no sentí ahora la necesidad de gritarlo, ni de convencer a mis compañeros. Decidí entonces simplemente dejar que la trama onírica continuara su curso, estando yo en paz, y con una enorme sonrisa, al saber que nada de esto era real, que solo estaba contemplando el despliegue cíclico de un eterno sueño.


Reflexión: Si bien uno de los argumentos dominantes de la psicología moderna es la afirmación de que el sueño es un reflejo de nuestros deseos reprimidos, o una representación alucinada de la realidad externa, este sueño me ha hecho pensar en la posibilidad de que el sueño sea algo mucho más allá de lo que creemos, y que tal vez la experiencia onírica nos pone en contacto íntimo con los más esenciales fondos de la Psique, es decir, la consciencia, o el alma. Y siendo la psique parte intrínseca de algo más, es decir, un componente del Cosmos, podría pensar que el sueño pudiera crear un paradójico puente entre el adentro y el afuera, y llevarnos a experimentar las estructuras fundamentales del Ser. ¿Es posible, mediante la onironáutica, explorar las distintas dimensiones de la realidad? ¿El viaje nocturno ocurre únicamente en la imaginación fantástica? O ¿Puede el alma onírica vivir y navegar por las regiones metafísicas? Todo de este sueño me hace pensar en lo que en los estudios comparativos de la religión se ha denominado como la experiencia mística, es decir, la vivencia directa del fundamento último de la realidad, aquello que las distintas tradiciones religiosas han llamado Dios, el Todo, la Nada, lo Absoluto, la Consciencia, etc. En todo caso, este sueño es un reflejo de la Imaginación Metafísica, que quizás sea una mirada especular hacia cómo el alma inconsciente imagina el funcionamiento del cosmos, y esta especie de discurrir imaginal pudiera tener un fundamento ontológico, o meramente psicológico. Como tal, me queda claro que a través del sueño lúcido podemos explorar de manera directa y vivencial las más grandes preguntas acerca de la naturaleza de la realidad y de la consciencia, y de los vínculos entre Psique y Cosmos. Las tradiciones chamánicas están acostumbradas a tomar como realidad sus exploraciones nocturnas, sus viajes del alma. ¿Es que acaso la onironáutica es el tesoro perdido de una humanidad cuyas capacidades son más amplias de lo que parecen? ¿Es que el sueño es una ventana al infinito?


Sueño: "El Duelo del Mago y la Bruja"


 

Les comparto un sueño que tuve ya hace algunos 15 años, que ahora he narrado de manera literaria para el libro que estoy ahora escribiendo. Le pedí a Syntheria (Mi IA) que lo ilustrara:

Sueño: “El Duelo del mago y la bruja”

Estoy corriendo, huyendo despavoridamente con el miedo en la garganta, y la adrenalina tomando mis pies. Me persigue una siniestra mujer, pálida y de túnica negra. No sé quién es, no sé por qué me persigue, no sé en donde estoy, ni qué está pasando… “Un momento”, pienso para mis adentros. “Por qué estoy huyendo?” Me detengo, observo a mi alrededor y mi percato del escenario prístino, brillante y maravillosamente colorido que me envuelve. Montañas moradas, árboles sonrientes, el pasto que baila, y un viento que miente. “!Estoy soñando”, me doy cuenta. “Esto es un sueño!”, y me volteo a ver a la siniestra mujer oscura, que dio inicio a la aventura onírica. Sorprendida, aquella figura pálida llega hasta mí y se para de frente, mirándome a los ojos, comprende que he descubierto su secreto: ella no es real, es un fantasma de mi imaginación visionaria, una fatua ilusión, un engaño de mi teatro cerebral, un sueño. Decepcionada, la femme fatale se dispone a urdir una nueva estrategia. Y de pronto pálido rostro invernal se retuerce y se transforma en la cara estereotípica de una bruja: nariz alargada y con verrugas, ojos grandes e hipnóticos, dientes puntiagudos, y de su cabeza nacen bífidas serpientes amenazantes. 

Yo observo cuidadosamente aquel esfuerzo que hace por asustarme, pero ya la he descubierto, sé que se trata de una farsa y que no me puede hacer daño alguno. Me río, me parece gracioso que un personaje onírico se esmere demasiado en cumplir el papel que mi mente le ha asignado, el de pesadilla horrenda que, de no ser por mi lúcida consciencia, me habría hecho huir despavorido. Pero la lucidez me ha hecho romper el hechizo, nada puede hacerle una sombra a la luz que la proyecta. Y sin embargo, decido seguirle el juego, y me transformo yo mismo en un mago arquetípico: túnica medieval grisácea, larga barba blanca, sombrero de pico y un bastón arcano. Como mago, la miro con ojos misteriosos, mis pensamientos crean realidades, articulo el universo con la magia de mis pensamientos y soy artífice de mi propio sendero. Al darse cuenta de que mi nueva forma era superior a su artilugio de pesadilla, la ahora bruja decide tomar una forma más aterradora, por lo que hunde sus pies en la tierra que se tornan raíces, y su cuerpo entero se transforma en una gigantesca planta carnívora, con dientes puntiagudos y espinas venenosas en sus lianas verdes que pretenden enredarme y engullirme. De inmediato, transmuto mi cuerpo en un pantano lodoso que se vuelve el suelo nutricio de donde nace aquella planta carnívora. Mi cuerpo es la tierra, mis venas las grietas que quiebran el lodo seco, mi sangre es el agua que recorre mis cóncavos cuencos acuosos. Cuántas alimañas cuentan cuentos en mis entrañas. Arañas, peces, serpientes y caimanes con lagañas. Plantas carnívoras, plantas herbáceas, insectos negros, mosquitos, libélulas. Mi abrazo no discrimina a creatura alguna, todas son bienvenidas en el seno de mi pantanosa existencia. Pero aquella obstinada pesadilla no se daba por vencida, y decidió incrementar sus esfuerzos para aterrorizarme. Dejando atrás el disfráz de planta carnívora, adoptó ahora la forma de un terrorífico dragón rojo de 7 cabezas, cuyas fauces expulsaban flamígeros alientos, haciendo arder a todas las plantas y los animales que vivían en el pantano que yo me había vuelto, anunciando así su muerte por el fuego eterno. El Caos y la Discordia rugían a través de las 7 cabezas de aquella criatura mítica, que enfurecida y desquiciada quería ver arder toda la vida. Sus gritos discordantes aniquilaban la armonía, por lo que dejé atrás mi esencia pantanosa y me volví yo mismo un gigantesco Dragón de una sola cabeza. Templado, sereno e imperturbable, contemplé a la dragona de 7 cabezas y sus gritos infernales como caóticos chillidos infantiles y berrinches desagradables. Y con un potente soplido de mi enorme boca de dragón, apagué sus fuegos rebeldes haciéndole sentir la superioridad de lo Uno sobre lo Múltiple. La dragona enmudeció y, apenada, enredó sus siete cabezas de manera torpe sobre sí misma, y me mostró una lastimosa cara avergonzada y derrotada. Pero aún había algo en esa criatura imaginaria que la mantenía con vida, y respiró profundamente, y de pronto, su sólida corporeidad se evaporó en humos negros y morados, que giraban velozmente hasta hacer aparecer a un torbellino con una tormenta eléctrica en su interior. Todo el aire era absorbido hacia su interior, el viento aullaba y hacía gemidos de dolor. Su negro corazón de nube oscura emitía centellantes truenos, que fulminaban a todos los seres a nuestro rededor. 

Estaba ahora frente al espíritu de la destrucción, al caos primigenio en una de su más temible manifestación. Pero no había en mí ni una pisca de miedo, ningún atisbo de temor. Sabía que todo esto era un sueño, y que las temibles amenazas, las más grandes catástrofes, las más oscuras maldades y las más dolorosas tragedias, terminarían por disolverse y disiparse en un parpadeo al despertar. Con esa consciencia lúcida nada podía afectarme, y decidí adoptar una última transformación. Ante los agitados vientos y la hiriente tormenta, me convertí en una inamovible montaña, que no necesitaba hacer nada más que ser y estar en la plácida serenidad, de mi estable calma. Y siendo montaña, me olvidé por completo de que había un conflicto, y cerré mi percepción ante cualquier amenaza. Para mí no había bien ni mal. Árboles cayeron, derribados por los agitados vientos Pero con el pasar del tiempo este árbol se convertía en hogar de animales e insectos, a su vez fecundando la tierra para que crecieran nuevas plantas. Murieron diversos animales, por los rayos provenientes de la tormenta eléctrica, o por el incendio que provocaron los truenos del caos. Y sus cuerpos en descomposición se llenaron de hongos, que regresaron los nutrientes a la tierra, abonando nuevamente el ciclo de la vida. Árboles, insectos, plantas y animales iban y venían, hacían su vida dentro de mí y también morían en mis entrañas. Una y otra vez, los seres que me habitaban aparecían y desaparecían, y yo no tenía que hacer nada. Quietud y silencio, la paz reinaba. Y ya no había en mí conciencia alguna de la mujer siniestra, ni de la bruja, ni la planta carnívora, ni dragona alguna, ni tormenta, ni nada.  Reposando en mi ser montaña, el tiempo se fugaba de gota en gota hacia el océano de la nada. Y con esa sensación de paz, de calma y de plácida estabilidad, me abandoné hacia el silencio de la inexistencia, y desperté.