“Yo y No-Yo”
Gottlieb Fichte y la
eterna búsqueda de lo infinito
“Mi tarea respecto a
ti, mi querido lector, es ésta: que te hagas propia e íntimamente consciente de
cómo procedes cuando piensas: Yo”
-Gottlieb Fichte, Ensayo de una nueva
exposición de la doctrina de la ciencia.
Introducción:
En el siglo XVIII, occidente estaba viviendo cambios muy drásticos
debido a la revolución francesa que en 1792 logra abolir la monarquía de
Francia, para proclamarse como una Republica. Alemania fermentaba una nueva cosmovisión
encabezada por los artistas, poetas y pensadores que caracterizaron la época
del llamado Romanticismo. Este
movimiento pretende efectuar una fuerza reactiva al dominante racionalismo de
la ilustración francesa y se caracterizaba por una constante búsqueda de la
libertad, la divinización de la naturaleza, la profunda necesidad del arte y
una insaciable sed por lo infinito. Bajo esta visión, el individuo se exalta
como reflejo micro-cósmico de la totalidad y la religión se considera como la
relación con lo Eterno e Infinito. Sumado a esto, el impacto ideológico
generado por la avasalladora filosofía trascendental de Kant en el auge de la
modernidad, sacudió el terreno intelectual de Alemania, provocando nuevas especulaciones
y un entusiasmo nacional por el conocimiento trascendental. En este clima
cultural se ambienta el círculo de los románticos, que se conglomeraron en Jena,
en cuya universidad impartieron clases Fichte y Schelling, y la mayoría de ellos
(Schegel, Novalis, Schleiemacher, Goethe) se reunieron con estos filósofos, que
finalmente fueron dando forma a lo que en la filosofía se conoce como el
Idealismo Alemán. [1]
En este ensayo, me centrare en el pensamiento de Fichte y más
específicamente su noción del , que desarrolla a partir de la unidad sintética
del de la filosofía Kantiana[2],
que podemos resumir de la siguiente manera: mediante las categorías
trascendentales del tiempo y el espacio, la conciencia puede captar esa unidad
que da orden y sentido a la realidad externa y se intuye como un fenómeno
trascendental del conocimiento de si-mismo que habita en un “Interior”, en un
y que en consecuencia se diferencia de la percepción externa de
, lo que esta fuera de mí, a lo que Fichte llamará el
. Así, Fichte encuentra en
la filosofía trascendental de Kant, el fundamento de su doctrina y el vehículo
que le permite fundamentar la libertad como objetivo último de su sistema.
1.- Uno de los hombres
más felices del mundo
Johann Gottlieb Fichte nació en 1762 en Rammenau, Alemania en
el seno de una familia campesina que vivía sumergida en la pobreza, por lo que
Fichte tenía que trabajar para ayudar a su familia, hasta que un aristócrata,
el barón Von Militz lo saco de su miseria tras escuchar a Fichte recitar un
sermón entero de memoria, con lo cual ya mostraba destellos de su aguda
inteligencia. El barón pago los estudios de Fichte en la facultad de Teología
de Jena, de donde se graduó en 1780. Posteriormente el ciudadano noble dejo de
proporcionarle la ayuda económica a Fichte, y este subsistió dando clases
particulares. En 1790 conoció la obra de Immanuel Kant y después de esto se
declaró uno de los hombres más felices del mundo.[3]
Influido por el determinismo de Spinoza, se siente liberado tras el
descubrimiento de la obra de Kant, y comienza la búsqueda de Fichte por la
libertad que tiende hacia lo infinito. Escribe en 1792 un texto llamado “Ensayo de una critica de toda revelación” que
presenta a Kant en Konigsberg y este le pide a una editorial que lo publique,
pues considera que es la primera persona que entiende a la perfección su
sistema. Sin embargo, Fichte no firma su libro y cuando se publica, el público
lo recibe como si fuese un escrito del mismo Kant. Pero Kant aclara que no es
suyo, sino de Fichte. En ese momento, Fichte se ve catapultado a la fama y
reconocimiento de los intelectuales de la época, por lo que es invitado por
Goethe a dar clases en la universidad de Jena, donde entabla una amistad con el
otro filosofo formador del idealismo alemán: Schelling. Después se traslada a
Berlín, donde entabla una amistad con algunos de los románticos. En 1808
escribe los “Discursos a la nación
alemana” donde problema la primacía espiritual del pueblo alemán. En 1810
es llamado por el rey para ser catedrático de la universidad de Berlín y más
tarde se vuelve rector de la misma, pero muere al poco tiempo, en 1814 debido a
la cólera.
2.- El
como principio absoluto
Fichte retoma la tarea de Kant de establecer los parámetros
para declarar a la filosofía como una ciencia y decide transformar el Kantiano en algo distinto, a saber, en un que
confirma un conocimiento absoluto, una intuición innegable de un Yo que se
percibe a sí-mismo y que demuestra el fundamento de toda la realidad. Con este
principio absoluto y único, comprueba que el razonamiento filosófico puede
llevar al entendimiento de algo innegable y por lo tanto, la filosofía puede
proceder como ciencia. Para demostrar su doctrina, Fichte habla al lector de
una manera muy personal, pues es consciente de que está hablando a un Yo, a un
ser que es reflejo de sí mismo, puesto que Fichte concibe al No-Yo, es decir, a
lo Otro, como una forma del para conocerse a sí-mismo. Así “en tanto tú te piensas, eres para ti no sólo lo pensante, sino al mismo tiempo
también lo pensado; pensante y pensado deben entonces ser uno; tu obrar en el
pensar debe volver hacia ti mismo: lo pensante”[4]
y este pensante, actividad dinámica que se auto-pone, es intuición de ese
principio supremo y absoluto, pues contiene dentro de sí aquello que piensa y
aquello que es pensado, es decir, en cuanto que es un sujeto que se toma a sí
mismo como objeto, se reconoce como principio creador de si-mismo, pues sujeto
y objeto proceden desde un mismo punto, saber, el que es “una conciencia en la cual lo subjetivo y lo
objetivo son uno y lo mismo(…). La conciencia de nuestro propio pensar es esta
conciencia[5]”.
Pero esta conciencia absoluta es incaptable debido a su actividad dinámica, que
se capta a sí-misma solamente en un determinado tiempo y espacio, pero que
jamás se puede captar en su esencia absoluta, pues es infinita. La
autoconciencia, como intuición inmediata, siempre se percibe a sí misma como un
Yo determinado, pues para captar al Yo hace falta una actividad de
desdoblamiento, de flexión sobre uno mismo y al captar al Yo, ya se capta a un
Yo pasado y no al Yo presente que se encuentra observando al Yo de hace algunos
momentos. Entonces, ese pensarse a sí mismo, es actividad constante, movimiento
interno del espíritu que se suelta del reposo de la determinación en la que se
encuentra, oponer a la inactividad una fuerza contraria, pues “esta agilidad no se deja intuir de otra
manera, y no es intuida de otra manera que como un “[6]
para ir en búsqueda del principio activo y creador del que es el
mismo, la autoconciencia y esta autoconciencia es actividad del
, fundamento absoluto de todo lo real.
3.-La Libertad y el
Pero este ponerse a sí mismo, no puede captarse como tal,
sino se opone a algo que no es sí-mismo. Es entonces que el , en su
actividad creativa, produce un , algo que está fuera de mí, un
exterior que delimita y determina al Yo precisamente para poder realizar el
acto de autoconciencia. Así, la oposición entre el y el
se revela la autoconciencia de un que contiene ambos
momentos y por tanto acontece aquella dinámica en la que las dos nociones se
contraponen para llevar a la conciencia a una superación de sí-mismo mediante
la confrontación de los límites del . El es entonces
una condición necesaria para que surja la conciencia, pues solamente podemos
reconocernos a través de algo que no es nosotros mismos. Gracias a la
alteridad, podemos entonces alcanzar nuestra libertad, pues la libertad es esa
autoconciencia que se aleja de los límites que se autoimponen como condición
necesaria del autoconocimiento. Pero tal libertad “está destinada a seguir siendo de modo estructural una tarea ilimitada
(el deber absoluto, o imperativo categórico de Kant). La infinitud del
es un infinito poner un para superarlo en el
infinito”.[7]
Con esto podemos entender que el se crea a sí mismo y a las
condiciones con las cuales se puede conocer a sí mismo. Dios es esa cualidad
creadora de sí-mismo en su división de sujeto y objeto, que mediante la
alteridad, mediante ponerse frente a sí mismo un , establece las
bases morales para alcanzar la libertad y ser merecedores de la felicidad, pues
la práctica del deber ser, es un
infinito tender hacia lo infinito, y por tanto, una religación con el aspecto
superior de sí-mismo, es decir, el . “Lo finito (el hombre) es momento necesario y estructural de Dios (de lo
absoluto como idea que se realiza en lo infinito).”[8]
Conclusión:
Fichte fue una figura muy importante para la formación del
idealismo alemán, y su recorrido filosófico por las regiones internas del
han puesto los peldaños por donde poco a poco ascenderá el espíritu
absoluto del que Hegel anunció su llegada. Un Ser que se conoce a sí mismo y se
diviniza mediante la autoconciencia, un Dios que habita en cada una de las
subjetividades y que en la superación de los límites que se autoimpone se
realiza como un ser libre, es el legado de Fichte, reflejo de una época que
aspiraba hacia lo infinito y que culmina con la realización de la máxima
realización de Hegel de que el espíritu absoluto se desenvuelve en tiempo y
espacio para observarse a sí mismo con respecto a la eternidad. Es una inmensa
labor aquella que propone Fichte, teniendo en cuenta que es un camino
interminable, con una visión de un futuro que jamás podremos alcanzar, pero que
más bien se enaltece en la realización de que no somos más que un proceso, un
proyecto inacabado e interminable, que como seres finitos no podemos más que
contentarnos con fragmentos, esbozos de la eternidad.
[1] Giovanni
Reale y Dareio Antiseri. Historia del
pensamiento filosófico y científico. Ed. Herder 1992.
[2] Kant,
Immanuel. Critica de la Razón Pura. Ed.
Porrúa. 1972
[3]Giovanni
Reale y Dareio Antiseri. Historia del
pensamiento filosófico y científico. Ed. Herder 1992.
p. 65
[4] Fichte,
Gottlieb. Ensayo de una nueva exposición
de la doctrina de la ciencia. Ed. UNAM, 2009. P. 57.
[5] Ibídem. P. 63
[6] Ibid. P. 66
[7] Giovanni
Reale y Dareio Antiseri. Historia del
pensamiento filosófico y científico. Ed. Herder 1992. P. 73
[8] Ibidem. P. 74
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