“El alma debe disponer también de
cloacas donde verter sus basuras. Para este fin, pueden servir muchas cosas;
personas, relaciones, clases sociales, tal vez la patria e incluso el mundo, y,
por último, para los más orgullosos (es decir, para nuestros buenos modernos pesimistas), el buen Dios.”
-Nietzsche, El paseante y su sombra. Op. 46.
-Nietzsche, El paseante y su sombra. Op. 46.
Cuando era un niño pequeñito, buscando una pelota que se
había perdido, encontré un túnel de alcantarilla. Redondo, profundo, un
pasadizo secreto hacia un mundo desconocido que mi curiosidad infantil me exigía
explorar. Entré sin ninguna duda ni temor, tan solo iba a explorar algunos
cuantos metros, o al menos eso creía. Gateaba en el reducido camino circular,
un pequeño rio corría bajo mis manos, el sonido fluctuante de las aguas negras
corriendo por entre mis brazos hacía un ssssslaajjjjjjjjjjjjhhhhkua que parecía
semejar una sinfonía de acuáticos demonios. Llegue al punto donde la luz del
sol no llegaba más y la oscuridad absoluta llenaba el tunel. Me detuve por unos
momentos, planeaba volver... pero decidí seguir avanzando ciegamente hacia
mi destino misterioso. Había una brisa muy fresca, un suave silbido y el túnel
dejo de ser recto, me encontraba en una intersección donde el camino se
bifurcaba hacia la izquierda o derecha, aunque para decir verdad, ya no sabía
cuál era la izquierda y cual la derecha. Innumerables veces el camino se
bifurcaba en un sinfín de caminos, el túnel parecía ser un laberinto infinito.
A ese sentimiento de espacialidad inabarcable, se correspondía también una
temporalidad eterna. Ya no sabía cuánto tiempo había pasado desde que comencé
mi recorrido. Me sumergí completamente
en el silencio de este abismo, aprendí a disfrutar de las melodías subterráneas,
gotas de humedad cayendo hacia algún diminuto charco, una eclosión de musas que
cantan con el críptico eco de las profundidades de este inmenso inframundo. Ah!
los ruidos mudos que emiten las paredes de esta región incognoscible. La música
de este silencio me abrió los oídos al susurro reptante del caos que habita en
el interior de cada alcantarilla. Al recorrer los senderos negros de esta
cavidad inasequible, se han abierto las grietas que encerraban mi alma en el
cuerpo de un niño. Ahora lo recuerdo, sí, he recordado que en realidad, yo siempre
he sido este túnel infinito que habita en cada hueco, en cada hoyo, en cada
abismo que se asoma a la claridad de la vigilia. Soy la noche que te rapta al
momento de caer en las cloacas del alma. Así es, yo soy el túnel, yo soy el
vacío, yo soy el abismo. Pero a veces, sólo a veces, me gusta salir a explorar
el mundo externo, y me visto de alguno que otro filósofo, alguno que otro
poeta, alguno que otro niño y alguno que otro cuento.
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