Tic, toc
Tic, toc
Tic, toc.
Tic, toc
Tic, toc.
-El Reloj.
Tic toc, tic toc, tic toc, ¡Tac! Algo
había fallado, algo estaba mal. “¡No puede ser! ¡No debe ser!” Decían todos los
engranajes, alarmados por que algo no estaba funcionando como debería ser.
“¿Quién fue?” Decía el engranaje más viejo, y buscaba inquisitivo aquella pieza
fallida. Todas las tuercas, las poleas, y demás piezas mecánicas estaban
enfurecidas, pues se había perdido el orden, la simetría. Todos temían que el
Gran Reloj se molestara, y buscaban a gritos al elemento de discordia. Un
pequeño tornillito mantenía el silencio, pues con tantos años de mecánicos
movimientos y de rutina repetitiva, se había roto la puntita y por eso ya no
podía seguir con la monótona vida mecanicista. Una polea acelerada descubrió su
paradero y se lo comunicó a los demás. Todos se disgustaron y le hicieron la
vida de cuadritos, y el pobre tornillito no podía hacer nada, más que someterse
al juicio de los demás. Y el tornillito se preguntaba a sí mismo: “¿Por qué soy
diferente? ¿Qué sentido tiene mi existencia defectuosa? ¿Si no soy útil a los
demás, entonces para qué seguir marchando al ritmo maquinal?”
Ah!
pero allá afuera los relojeros notaron lo asimétrico del sonido de este
peculiarísimo reloj y quedaron cautivados por su inigualable belleza. Y a todos
agradaba el ritmo de ese reloj tan único, tan inigualable. Y es así, como los
relojeros decidieron reconstruir todos los relojes del mundo, pues ahora, el
tiempo sería medido de otra manera, y al transformarse los relojes, también se
transformaron los metrónomos, y la música, y la danza, y el arte, y la
filosofía y la vida misma. El ritmo asimétrico se volvió paradigma, y todos los
aspectos de la vida se fueron ajustando, para que hicieran ese mismo sonido:
Tic toc, tic toc, tic toc ¡Tac!
Cuckoo!
-El
Cuckoo.