Monday, December 5, 2011

El Mundo Como Narrativa -La realidad literaria de George Berkeley-


“Hume noto para siempre que los argumentos de Berkeley no admitían la menor replica y no causaban la menor convicción. Ese dictamen es del todo verídico en su aplicación a la tierra; del todo falso en Tlon. Las naciones de ese planeta son –congénitamente- idealistas. Su lenguaje y las derivaciones de su lenguaje –la religión, las letras, la metafísica- presuponen el idealismo. El mundo para ellos no es un concurso de objetos en el espacio; es una serie heterogénea de actos independientes. Es sucesivo, temporal, no espacial.”
-Jorge Luis Borges, Tlon, Uqbar, Orbis Tertius

“Los metafísicos de Tlon no buscan la verdad ni siquiera la verosimilitud: buscan el asombro. Juzgan que la metafísica es una rama de la literatura fantástica. Saben que un sistema no es otra cosa que la subordinación de todos los aspectos del universo a uno cualquiera de ellos.”
-Jorge Luis Borges, Tlon, Uqbar, Orbis Tertius

Introducción:

Existen autores cuya propuesta es tan radical y tan ajena al pensamiento de su época, que logran impactar e inspirar las mentes de otras generaciones, para formular distintas pautas de pensamiento, quizás un poco divergentes de la propuesta original, pero finalmente se reconocen como hijas de dicha propuesta. Tal es el caso de George Berkeley, quien busca atacar las ideas imperantes de su época, la modernidad, que por empresa de los empiristas ingleses, la materia se iba perfilando como única substancia comprobable y en consecuencia, principio absoluto de la realidad. Debido a su vocación de obispo y su tendencia intelectual hacia la teología, Berkeley ejerce sus reflexiones filosóficas con la intención de hacer una apología de la religión y la doctrina cristiana, rescatar del escepticismo a los ateos y librepensadores, que a su parecer, son el producto de las ideas materialistas y racionalistas que los demás filósofos proponían. Así, Berkeley retoma el empirismo y lo lleva hacia unas consecuencias radicales, distintas a la de los otros pensadores occidentales de su tiempo, inesperadas por los precursores de dicha doctrina. 


La descripción del mundo que nos ofrece Berkeley, es la de un mundo enteramente espiritual, insubstancial, vaciado de toda solidez y firmeza real. Al no existir un mundo concreto externo al espíritu, lo único que podemos conocer son las ideas, signos lingüísticos con los cuales Dios se comunica con nosotros. Por esto, en mi opinión, la visión que nos propone Berkeley, es la de un mundo literario, cuyo componente fundamental ya no es la materia, sino que solamente existe el espíritu, aquella substancia cuya esencia es percibir. Lo que el espíritu percibe es un mundo de imágenes, de signos, de ideas. Dichas ideas poseen una gramática interna, una coherencia narrativa que permite leer el mundo como si fuera un texto, un mundo inmaterial y en consecuencia, lingüístico. Habitamos dentro de un , un gigantesco libro de la realidad, que solamente existe cuando alguien lo lee, cuando es percibido por algún espíritu. Vamos a ver primero como es que Berkeley llega a exponer y construir mediante sus argumentos dicho universo narrativo.

1.- El inmaterialismo fantasmagórico. 

Para Berkeley, lo único que podemos conocer son ideas. Las ideas son el objeto de conocimiento del entendimiento humano, y pueden ser: “ideas actualmente impresas en los sentidos, o ideas percibidas atendiendo a las pasiones y operaciones del espíritu, o finalmente, ideas formadas con ayuda de la memoria y la imaginación, ya sea componiendo, dividiendo o meramente representando aquellas percibidas originariamente en los modos mencionados.”[1] Es decir, que todo lo que percibimos se imprime como una imagen en la mente y es esta imagen, esta idea, la que conocemos por medio de nuestros sentidos, o nuestra imaginación, mas no podemos estar seguros de una existencia real fuera de nuestra mente, pues las mismas sensaciones son ideas. Si las ideas están dentro de nuestra mente, no podemos asegurar la presencia de objetos fuera de su percepción, y entonces no podemos afirmar la materia. Ya que cada experiencia personal, cada idea que penetra en nuestra mente es particular, concreta, única e inigualable, por lo que no podemos hacer abstracción, ni generalidad de las cosas, y el concepto de “Materia” es solamente una generalización, una deducción abstracta que derivamos de las experiencias particulares. La de Berkeley es una postura nominalista, que no cree en los universales, tales como la existencia, el mundo exterior, el tiempo, el espacio, la unidad, el ser y el movimiento, pues dichos conceptos universales son mera abstracción, ideas dentro de la mente, y eso desarticula la lógica aristotélica, pues ella trabaja con abstracciones. La lógica es el esfuerzo por ordenar el mundo y organizar la experiencia de manera arbitraria, el esfuerzo por pensarlo, no es posible sin la abstracción, sin ese olvido de las diferencias y las particularidades, para poder construir una generalidad. Pues lo único que podemos conocer son las ideas particulares y concretas, ninguna realidad abstracta, como la materia y la extensión. 

La solidez del mundo parece desvanecerse, pues lo único que experimentamos son las ideas. La mente que percibe es, por lo tanto, también de naturaleza incorpórea, sin solidez. Y en consecuencia, tan solo permanece el espíritu como fundamento ontológico de la realidad, y lo que conoce es una realidad enteramente particular, sin esencias y a esto se sigue que el universo entero es vacío, un abismo infinito en el cual solo existen imágenes, percepciones de una substancia inmaterial e incorpórea, fantasmagórica. De igual manera, sin esencias, no puede si quiera formarse un concepto sólido y firme como el suelo, el espacio, el cuerpo, etc.  Así, ni el tiempo ni el espacio, son reales, pues tan solo son ideas abstractas en nuestra mente y lo que nosotros llamamos “Movimiento” no es más que una ilusión, pues el espíritu no se desplaza de un lugar a otro, simplemente modifica su percepción de las ideas actualmente impresas en su mente. De la misma manera, el tiempo no es más que la sucesión constante de ideas que aparecen en la percepción del espíritu, es decir, los signos lingüísticos que acontecen en la conciencia del sujeto.

2.- La Percepción y las Ideas


Así, si no existe la materia, y la única realidad es el espíritu, que es el sujeto que percibe y de igual manera podemos llamarle Mente, Alma o “Psyche” osease, el YO que conoce las ideas y que opera sobre ellas en completa libertad, pues la naturaleza del espíritu es la actividad, frente a la pasividad de las ideas. Las ideas no pueden existir fuera de una mente, por lo que dependen de que un sujeto las perciba, y como solo existe la mente, es ella misma la causa de las ideas, de ella emanan y existen solamente mientras sean sostenidas por la percepción de algún espíritu. He aquí el postulado más importante de Berkeley: Esse es Percipi”[2] o sea: , pues todo lo que existe, existe dentro de alguna mente que percibe. Las Ideas son pasivas e inactivas, su esencia es ser percibidas, por lo que no pueden ser causa de nada. Así, no existe tal ley de causa y efecto, que también es una abstracción y más bien percibimos una sucesión de ideas. Hay dos clases de ideas: 

a) Las Ideas de la Imaginación: Estas son producidas por la voluntad del hombre y surgen a raíz de la memoria o las voliciones del espíritu. El espíritu puede provocar la aparición de Ideas dentro de su percepción por medio de la fantasía, las invoca a su antojo y de la misma manera las deshace. Pero por ser el hombre un ser imperfecto y limitado, de igual manera son las Ideas que este provoca, es decir, son débiles, inestables y hasta incoherentes. Pero también existen otra clase de ideas que no son provocadas por el hombre.

b) Las Ideas de Sensación: Estas son Ideas que no dependen de la voluntad del espíritu humano, y son mucho más perfectas, fuertes y estables que las ideas provocadas por el hombre.  Son percibidas por los sentidos y captadas por el entendimiento y puesto que las Ideas, por su condición pasiva no pueden ser causa de otras Ideas, entonces de ello Berkeley deduce que solo pueden ser provocadas por un espíritu superior y perfecto. Por supuesto, al ser Berkeley un religioso, identifica este espíritu supremo y absoluto con Dios. 

George Berkeley separa entonces dos grados de realidad y nos dice que lo que percibimos bajo la imaginación, es una realidad concreta, pero es tan débil e inferior, que las ideas provocadas por el hombre terminan disolviéndose en la nada. Por otra parte, lo que llamamos “Mundo Material” no es realmente tal, sino que son Ideas que Dios imprime en nuestra mente, y estas no se disuelven cuando no hay sujetos que las perciban, sino que permanecen existiendo debido a que Dios continua percibiéndolas. “Las ideas impresas en los sentidos por el Autor de la naturaleza se llaman ; y aquellas que aparecen en la imaginación, por ser menos vividas, regulares y constantes, son llamadas con más propiedad o de las cosas que ellas copian o representan.”[3] Así, toda la naturaleza e incluso nosotros mismos, somos productos de una voluntad superior e infinita que Berkeley identifica con Dios, el autor absoluto de nuestra existencia, el escritor del libro del universo, que nos crea y nos sostiene con su omnipotente lectura y su infinita percepción. 

3.- Las Reglas Gramaticales del Gran Narrador

De esta manera, Berkeley evita caer en un solipsismo en donde solo existe un espíritu que crea enteramente su realidad, pues al dejar de percibir una Idea, esta no necesariamente deja de existir, ya que puede que algún otro espíritu siga sosteniendo su existencia mediante su propia percepción. Y como Dios es el espíritu absoluto, omnipresente y omnisciente que sostiene todas las ideas y a todos los espíritus dentro de su percepción, es el mismo quien provoca las ideas de sensación en el espíritu humano. Berkeley nos dice que Dios es uno, eterno, perfecto y absolutamente libre. La sucesión y el orden de aparición de las ideas provocadas por Dios, es lo que los filósofos llaman las “Leyes de la Naturaleza”, son por así decirlo, la , el orden que se nos muestra constante y coherente, es producto de la voluntad de dicho espíritu absoluto, como una mente ordenadora de la realidad, misma que se encuentra creando (o narrando) las Ideas y sostiene la existencia de todos los seres. Pero Dios no se ve limitado o restringido por las mismas reglas de su propia creación, sino que también tendría la capacidad de modificar su propio orden e intervenir de una manera fuera del curso ordinario de las cosas, es decir, puede reescribir por completo las reglas y los sucesos, y tales modificaciones serían los llamados “Milagros”. Si Dios lo desease, podría borrar por completo nuestra existencia, y la del universo entero, re-escribir la historia y modificar el cuento.

Pero Dios no suele interferir con las reglas que el mismo ha establecido, pues más bien sostiene un orden constante y concatenado debido a su , pues a través de dicha secuencia, Dios se comunica con nosotros. “la conexión de las ideas no implica la relación de causa a efecto, sino solo de una marca o con la cosa significada. El fuego que veo no es la causa del dolor que sufro al aproximarme a él, sino el signo que me lo advierte.”[4] Podemos ahora afirmar que el mundo no es una realidad sólida y concreta, sino más bien una narrativa, un texto en el cual Dios nos ha insertado para la lectura del mismo y mediante las reglas gramaticales, la con la cual escribe el tejido textual del mundo y comunica su Palabra, dándose a conocer como el del universo. No existen leyes universales, sino combinaciones gramaticales de signos, ideas que se suceden la una a la otra en una secuencia coherente debido a que es una especie de lenguaje, de texto capaz de ser leído e interpretado. “La razón por la cual las ideas están ordenadas como las maquinas, es decir, en combinación regular y artificial, es la misma por la cual se combinan las letras para constituirse las palabras. Para que pocas ideas originales puedan significar un gran número de efectos y acciones, es necesario que se las combine en formas diversas, y para que su uso sea permanente y universal esas combinaciones deben ser hechas de acuerdo a (…) la ocupación del filósofo de la naturaleza debe ser buscar y esforzarse por entender ese del Autor de la naturaleza”[5]Algo muy similar piensan los místicos judíos con el estudio de la Kabbalah, pues consideran las letras hebreas como los moldes con los cuales Dios crea el universo entero. La combinación de las distintas letras (o signos visuales y sensoriales) genera sentido y realidad. De esto podemos deducir que lo que nuestra percepción capta, son letras, signos y que la sucesión de experiencias y de signos que acontecen en nuestra percepción, son un párrafo del gran texto en el que habitamos, un capítulo de nuestra propia historia, narrada por un ser superior. Pero este no es un texto muerto y frio, sino que es un texto vivo y presente, una narración constante que nos relata el Gran Narrador. 

4.-El Universo-Cuento y las Lecturas Personalizadas.

Podemos ahora entender de manera más completa la cosmovisión que nos propone Berkeley. Él nos propone una visión del mundo como texto, pues las ideas percibidas, son los signos con los cuales Dios se comunica con nosotros. La naturaleza de la realidad es entonces un constructo del lenguaje divino, y en consecuencia,  el universo es literatura. Y como cada experiencia es particular, única y originaria de cada espíritu, entonces el habitar en el mundo es darle una lectura distinta alrededor de la eternidad, pues el espíritu es inmortal y la aparente linealidad del tiempo es solo una ficción útil para recorrer una lectura personalizada del Universo-Cuento, darle un sentido único y particular. Pero ¿De qué se trata el cuento? ¿Qué sentido tiene? ¿Cuáles son las implicaciones de existir dentro de un mundo de ficciones?

Al quitarle sustancialidad y lógica al universo, lo que nos queda es un paradigma estético-narrativo, en donde la rigurosidad científica es más bien un estorbo y una empresa que aunque es útil para el confort humano, lo desvía del verdadero propósito, la causa final de todo lo existente.  Lo que Berkeley nos propone, es un sentido de la vida menos pragmático y más estético, recreativo y lúdico, enfocar la vida hacia las actividades que alimenten el alma de júbilo y que permitan el reconocimiento y adoración del autor del cuento en el que habitamos. “Al recorrer el libro de la naturaleza creo que estaría por debajo de la dignidad de la mente el pretender exactitud, reduciendo cada fenómeno particular a reglas generales, o mostrando como se desprende de ellas. Debemos proponernos fines más nobles, tales como recrear y exaltar el espíritu con el espectáculo de la belleza, orden, extensión y variedad de las cosas naturales (…) ampliar nuestras nociones acerca de la grandeza, sabiduría y beneficencia del Creador. (…) hacer hasta donde podamos que las diversas partes de la creación sirvan a los fines para los cuales fueron designados, es decir, para la gloria de Dios y para el sustento y comodidad nuestros y de nuestros semejantes.”[6]

Siendo Berkeley un obispo, aunque toda su reflexión filosófica sea desarrollada por medios empíricos y racionales, no puede dejar de un lado su Fe en la revelación, en un Dios providente que se comunica con su creación y los guía en el sentido de la historia, les da la pauta a seguir con respecto al bien y el mal y por lo tanto se inserta la ética como una de las reglas de la narración. De esa manera asegura a un Dios trascendente y personal como fundamento ontológico de todo su universo literario, es el Escritor, el Autor de la narrativa, que permite que cada espíritu recorra el eterno Universo-Cuento a su antojo, en una narración personal y única, adentrándose en la ficticia linealidad espacio-temporal tan solo como una modalidad del texto en la cual existe una comunicación, un dialogo entre el creador y la criatura, el escritor y sus personajes.

5.- Indagaciones Lúdicas de la ficción

Pero el Universo-Cuento se restringe por las reglas del Autor, por la ética, que se fundamenta finalmente en un argumento no racional, sino en la fe. Esto, a mi parecer se contradice con los mismos preceptos que Berkeley expone al negar los universales. Habría una incoherencia entre los argumentos racionales nominalistas y su fundamento ontológico basado en la fe. Claro que Berkeley nos podría contestar con un , y con esto salvaría toda su doctrina, eludiéndola de los terrenos de la razón y la filosofía, trasladándola al plano de la teología, pero tan solo por el gusto irresistible de poner a prueba su doctrina bajo los designios de la razón, la llevare hasta sus últimas consecuencias, eliminando el argumento de fe.

Podemos recordar que Berkeley elimina las esencias y los universales, pues son solo palabras y abstracciones que solo contienen realidad dentro del lenguaje humano y no existen fuera del ser pensante. Así mismo, podríamos pensar que el Dios trascendente es tan solo una abstracción, una idea dentro de la mente de un espíritu que la percibe. Puesto que solamente conocemos las ideas particulares y concretas, no podemos asegurar la existencia real de un Dios exterior. Por ello, el plano de lo trascendente se derribaría y no quedaría más que asumir que el principio ontológico que anima al Universo-Cuento, es inmanente. Y estando Dios dentro del mundo, los espíritus individuales son extensiones del mismo ser. El texto, entonces sería un texto co-creado por la infinidad de espíritus que por medio del lenguaje y el consenso ordenarían la realidad de las ideas. Ya Spinoza había llegado a un inmanentismo panteísta partiendo desde la razón, pero a diferencia de Spinoza, Berkeley agrega el elemento inmaterialista y nominalista, con lo cual modifica radicalmente la concepción del universo. En este caso, la ética cristiana, fundada en una revelación de un ser trascendente, ya no cabría como reguladora del comportamiento, pues desde un universo inmanentista, no existirían tales reglas del bien y del mal. Volvemos al punto en donde la realidad queda relegada bajo un paradigma estético-narrativo, pues en un mundo de ficción no habría necesidad de regular el comportamiento y toda clase de sentidos de vida podrían emerger, puesto que no existen las esencias, que dan un orden y generalidad universal, y en cambio nos quedamos con la pura experiencia particular y pluralista, donde cada paraje de nuestra existencia es único, personal e intransferible. Así, nos remitiríamos a un mundo capaz de crear experiencias fantásticas, pues los milagros caben dentro de la posibilidad de narrativa, y nuestra historia personal sería una co-creación de cada espíritu individual, en conjunto con el gran autor del universo-cuento. 

Conclusiones:

El fantástico universo literario de Berkeley, es sin duda una curiosidad extravagante para la filosofía occidental, que está acostumbrada desde el inicio de los tiempos a la idea de la presencia real y firme de la materia. Ya es una costumbre y un habito de nuestra mente el concebir a la realidad como una sustancia firme y absoluta, tangible y concreta, rara vez nos atrevemos a cuestionarnos sobre la posibilidad de un mundo contrario a nuestras creencias milenarias. Pero en Oriente, el devenir histórico ha sido completamente diferente, especialmente en la India, en donde las especulaciones y reflexiones de la mente se han dirigido siempre sobre un paradigma enteramente idealista y religioso, incluso místico, misma cosmovisión que han sostenido por milenios y han confrontado las consecuencias de dicho pensamiento. Esto es, hasta que fueron invadidos por los ingles alrededor del 1820, adquiriendo  e importando el pensamiento filosófico occidental, junto con sus prácticas mercantilistas y una organización social por medio de clases sociales, en vez de castas. Antes de esto, la tradición espiritualista e idealista de la India, llevaron a la segunda figura más importante (después de Gautama Buddha) del budismo mahayanna, el filósofo Nargarjuna, a negar por completo la realidad del universo, asumiendo que lo único real era la vacuidad de todas las cosas. Por supuesto, Nagarjuna entendió las implicaciones de dichas reflexiones, pues las consecuencias de un universo inmaterial y construido por el lenguaje, es un universo de ficción.  Berkeley no pudo llegar hasta dicha reflexión, debido a su fe en la doctrina cristiana, al menos no lo llega a concebir bajo los mismos términos, pero el universo narrativo, la realidad como un texto, son consecuencias innegables de su cosmovisión.


[1] George Berkeley. Principios del conocimiento humano. Ed. Losada: buenos aires, 2004. P.85
[2] Ibidem. P. 87
[3] Ibid. P. 104
[4] Ibid. P. 126
[5] Ibid. P. 127
[6] Ibid.

Sunday, April 17, 2011

: Símbolos, Sueños y Mitos: Una aproximación al otro lado del espejo.


1.-Realidad del Alma

El ser humano no se compone únicamente de la realidad física, material y corporal, pues esta es tan solo un aspecto de la existencia, el aspecto pasivo, que se sujeta a leyes y que se encuentra causalmente determinado por la irrompible cadena de causa y efecto. Aunque la materialidad del hombre y su participación en lo terreno es tan evidente que no requiere ser demostrado, existe también otro aspecto no tan evidente, oculto, misterioso y todavía desconocido. Un principio activo, que anima al cuerpo del hombre como ser vivo, que le permite ejercer operaciones que van más allá de lo material, como el abstraer, reflexionar, cuestionarse a sí mismo e imaginar. Todas estas cualidades se escapan del dominio de lo material y lo biológico, dependen de una operatividad inmaterial, intrínseca al ser humano, como principio vital que anima al cuerpo material, sin la cual el cuerpo se volvería inanimado, tal como sucede con la muerte, que petrifica el cuerpo humano y lo asemeja a cualquier piedra o mineral. A esta otra realidad del hombre, se le ha conocido históricamente como Alma, que proporciona razón de vida a la materia e infunde al hombre de un sentido en su existencia.

El hombre, en su relación con el mundo, no se conforma con la interacción meramente reaccionaria e instintiva como las demás razas animales, sino que ha desarrollado una nueva forma de existencia, mediada por aquel producto que lo vuelve único, diferente a las demás especies. “El hombre- dice Ernst Cassirer- ha descubierto un nuevo método para adaptarse a su ambiente. Entre el sistema receptor y el efector, que se encuentran en todas las especies animales, hallamos en el cómo eslabón intermedio algo que podemos señalar como sistema “simbólico”. Esta nueva adquisición transforma la totalidad de la vida humana. (…) El hombre no solo vive en una realidad más amplia, sino, por decirlo así, en una nueva dimensión de la realidad.”[1]  El hombre es entonces un ser anfibio, palabra que viene del griego αμφι, ('ambos') y βιο, ('vida'), o sea "ambas vidas" o "en ambos medios". Es decir, que es un habitante de dos clases de realidades enteramente diferentes. Sin duda nace y se desenvuelve dentro de un universo físico, tangible y concreto, pero al mismo tiempo habita en otra realidad que ya no es propiamente el universo físico, sino otra dimensión de lo real que alude a lo inmaterial, lo intangible y lo abstracto. Esto mismo nos menciona Cassirer con su afirmación de que el hombre “Ya no vive solamente en un puro universo físico sino en un universo simbólico. El lenguaje, el mito, el arte y la religión constituyen partes de este universo, forman los diversos hilos que tejen la red simbólica, la urdimbre complicada de la experiencia humana.”[2]  Es esta dimensión inmaterial, el plano donde se desenvuelve el Alma, o como la conocían los griegos: Psyche (ψυχή). La palabra Psyche, nos remite necesariamente a la disciplina moderna que se encarga de descifrar el Logos de la Psique. Me refiero a la psicología, y más específicamente la psicología profunda, que entiende a la psique como la totalidad de las fuerzas en un individuo que influyen en el pensamiento, el comportamiento y la personalidad, esto incluye tanto lo consciente, como lo inconsciente. Lo inconsciente, es aquella parte desconocida de la consciencia, la parte oculta, irracional y primigenia. 

Para poder conocer aquella realidad del alma, la luz de la razón nos es insuficiente en dichas profundidades abismales del interior del hombre. Sin duda, las nuevas fronteras ya no serán geográficas, sino psicológicas, mentales. Entonces, las grutas y los paisajes oníricos del Alma ya no pueden ser medidos con la misma mentalidad que con el mundo externo, pues la racionalidad pragmática no puede penetrar más allá de la superficie de lo visible. La comunicación entre lo consciente y lo inconsciente, requiere de un mediador entre ambos mundos. Para la psicología profunda, el medio que permite dicha comunicación entre el caótico mundo de lo inconsciente y la ordenada conciencia diurna, son los símbolos.

2.- Los Símbolos y el Puente Imaginario
 
Gilbert Durand, en su libro sobre la Imaginación Simbólica, explora esta cualidad del símbolo: “El dominio predilecto del simbolismo: lo no-sensible en todas sus formas; inconsciente, metafísico, sobrenatural y surreal. Cosas ausentes o imposibles de percibir”[3] El símbolo, evoca algo ausente, algo que no se termina de explicar con las palabras. Muestra realidades que van más allá de la comprensión enteramente racional. “El símbolo es, pues, una representación que hace aparecer un sentido secreto; es la epifanía de un misterio”.[4] Y en su función de representar lo inefable, abre las puertas a un dialogo racional, o mejor, a una relación entre el mundo de las palabras, el régimen diurno y aquello inalcanzable, misterioso, nocturno. El universo simbólico, matriz que envuelve al hombre, es el orden y tejido que da sentido a la existencia del hombre. Y es cierto, lo que menciona José María Mardones acerca de la función del símbolo, y yo lo ampliaría hacia el universo simbólico, como aquello que proporciona el sentido necesario para habitar cordialmente la existencia. “El hombre es un animal extraño: necesita eso que denominamos para poder vivir. Sin sentido el ser humano muere por depresión, suicidio o, sencillamente, inanición. (…) El sentido es así como el alimento del espíritu humano.”[5] Mardones menciona también, que la realidad física, el universo tangible, en su pluralidad de formas y su cruda exposición, se manifiesta como oscura, fría e inhabitable, y es la razón y más específicamente, la razón en su cualidad de interpretar lo simbólico, lo que logra tejer aquella substancia acogedora que llamamos sentido. “El sentido proporciona luz, orden, claridad, que equivale a la razón de ser de la vida humana.(...) El sentido es, el lado luminoso, ordenado, bello que justifica y legitima al ser humano en su aventura de la vida. El sentido proporciona sutura al descosido de la realidad rota; urdimbre y textura a lo inarticulado; junción a lo separado; relación e implicación al hiato del mundo; calor de hogar al desamparo.”[6]

El símbolo abre puertas de significado para aquello de lo cual la racionalidad pragmática no encuentra conexión. La ciencia, en su afán de explicar los meros fenómenos objetivos, fríos y aislados, no logra explicar más afondo el porqué de dichos fenómenos, mostrando únicamente la realidad desértica y carente de un sentido humano. Le hace falta esa cualidad religadora que le es perteneciente a otras disciplinas, como la filosofía, las artes y la religión, dichas disciplinas son capaces de producir símbolos, imágenes, signos y parábolas que intentan religar con lo inefable. El símbolo incluye en su comprensión todo el ser o al Uno-Todo. No habla únicamente a la razón, sino que engloba en su proceso comprensivo al mismo tiempo: conciencia e inconsciente, sentimientos y razón, sensación e intuición, mythos y logos. “El sentido se desvela en la relación. El medio relacionador es el símbolo.(…) Lo bello y lo religioso no son objetos, son una relación finalmente. El sentido es una relación ordenadora, juntora, articuladora, iluminadora e implicativa que vincula la escisión radical en que primariamente se nos manifiesta la realidad. No busca tanto la descripción del mundo en que vive el hombre, cuanto el cómo vive ese hombre en relación con dicho mundo.”[7]

Para esto, el alma se sirve de otra facultad del hombre para interactuar con lo profundo: esto es la imaginación. La imaginación procede de distinta forma que la razón, ya no con certezas ni conexiones lógicas, sino por intuiciones, por analogías y por metáforas.  Los símbolos son el objeto predilecto de la imaginación, que impregna los signos de un sentido que se encuentra determinado por la configuración temporal y el contexto cultural. La imaginación entonces es la llave que permite el salto análogo por medio del símbolo hacia lo inefable, lo infinito. Así, Mardones nos insta a rescatar la imaginación como una de las facultades humanas más importantes para la construcción de un significado y de una relación con el universo. “El ser humano a la búsqueda de sentido, del desvelamiento de un cosmos, un orden ausente, se ve impelido a usar su imaginación.”[8] La imaginación, es entonces una cualidad creativa y creadora, es decir, permite al hombre esta capacidad cuasi-demiurgica de moldear, dar un orden, un sentido a aquello que aparece sin una conexión aparente. La imaginación, siempre se presenta como una fuerza subversiva, que provoca una ruptura y una rebeldía, pues no se conforma con lo dado, sino que busca formas nuevas de explorar la realidad, abre caminos de forma innovadora y abandona el terreno de lo concreto para aventurarse hacia lo desconocido. “Es conveniente darse cuenta que este trabajo imaginativo acontece siempre dentro de un determinado ámbito o espacio de imágenes y hasta de cultura. Son imágenes ligadas que exploran posibilidades hasta lograr en el juego de la transgresión la emergencia de un sentido nuevo”[9] Así, al religar y juntar las distintas realidades, el hombre se vuelve en un conector, en un puente intermediario del universo simbólico, compuesto de ideas, de mitos, de representaciones y el universo físico de lo concreto, lo sensible y lo visible. El hombre, en su cualidad de ser anfibio, se vuelve también un transmisor, que interactúa en ambas realidades y que su existencia intermedia, lo sitúa en una posición fundamental, viéndose impelido a usar la razón y la imaginación en conjunto para formular el símbolo, que le permita crear nexos entre ambos universos. “La racionalidad simbólica se sitúa en el ámbito de un conocimiento indirecto y no sensible. El objeto de conocimiento simbólico, ya lo señalamos, se ocupa de la relación, entre lo objetivo y lo subjetivo, lo presente y lo ausente, lo material y lo espiritual, el destino y la libertad.”[10]  El hombre es entonces, un ser capaz de conectar ambas realidades y en este puente, en este balance y equilibrio de universos, encuentra un hogar, un sentido y un mundo cálido, humano. El símbolo, pues, participa también de lo eterno, de lo trascendente y de lo cósmico, pues tiene inherentemente la cualidad de significar una infinidad de cosas, de las cuales, el lenguaje selecciona y configura un significado adecuado a las determinaciones temporales de alguna cultura en particular o más aun, de una psique especifica. Pero nunca puede terminar de extraerse el significado completo y concreto de un símbolo, pues al participar de aquello que se escapa de las particularidades culturales, psíquicas y temporales, jamás se encuentra en ningún momento dado “El símbolo no puede ser tratado exhaustivamente por el lenguaje conceptual. (…) Muestra un arraigamiento pre-lingüístico, vital, cósmico, que nos remite a otras disciplinas para su análisis, como pueden ser el psicoanálisis o la fenomenología de la religión. (…) En su dimensión no verbal, apunta hacia los confines del discurso entre bios y logos. El símbolo religioso, por su parte, se encuentra ligado al cosmos, a la realidad totalizante y sobrepoderosa en su capacidad de significar.”[11]

El símbolo, tiene la función de conectar al ser humano con una realidad trascendente, supra-racional, de la cual el hombre se sirve para encontrar el puente que le permita descubrir un sentido a su existencia. Pero el significado extraído del símbolo, se adecua únicamente a esta realidad actual, presente y viviente, sin terminar de agotarse en su capacidad como significante y significador. “Efectuar una interpretación es un acto de constreñimiento sobre el símbolo: se le fuerza a expresar algo determinado”[12]. Por esto, aunque alguna cultura particular utilice algún símbolo con determinada significación, con el paso del tiempo y las transformaciones y revoluciones sociales y del conocimiento, el símbolo también transforma su significación, acomodándose para proveer este otro significado más adecuado a las nuevas formas de percibir el universo. Por esto, el símbolo se conserva de forma eterna, proveyendo una infinidad de significados. Los símbolos, a final de cuentas, son la manera en que nos podemos acercar hacia el conocimiento del alma, de la psique. Y la psique habita dentro de esta realidad que ya no es de índole exterior, sino más bien es una realidad que se encuentra en la interioridad del ser humano.

3.- Fantasias Arcaicas y el Inconsciente Colectivo 

La psicología analítica de Jung, menciona que cuando nos observamos a nosotros mismos en el interior, vemos imágenes que se mueven, un mundo de imágenes que generalmente conocemos como “Fantasía”. Pero las Fantasías, son hechos, son sucesos internos, tan reales como los sucesos externos, tienen su propia realidad. No son tangibles, y no son medibles por supuesto, pero sin duda ejercen cierta influencia hacia nuestro exterior. El mundo subjetivo, tiene validez en cuanto a que se fundamenta de la realidad interna, el mundo de la Psique. Pero con el concepto de lo inconsciente personal no se abarca la totalidad de la esencia de lo inconsciente, pues existen conjuntos de fantasías cuyas raíces inútilmente se buscarían en la historia previa individual. Estas son fantasías mitológicas, conjuntos que no están relacionados con ninguna vivencia de la existencia personal, sino sencillamente con los mitos.  Estas fantasías mitológicas: “proceden del cerebro: precisamente del cerebro, no de huellas mnémicas personales sino de la estructura heredada del cerebro (…) [tiene que ver] con una historia antiquísima, natural, transmitida de manera viva desde tiempo inmemorial, a saber: la estructura cerebral (…) El inconsciente yace enterrado en la estructura del cerebro y que solo manifiesta presencia viva en la fantasía creativa, es lo inconsciente supra-personal. [o colectivo] Vive en las personas creativas, se revela en la visión del artista, en la inspiración del pensador, en la vivencia interior de la persona religiosa”[13]

El inconsciente colectivo, a diferencia de la capa personal que se compone de particularidades, contiene dentro de sí, los universales, las ideas colectivas, las razones seminales, a las cuales Jung llama Arquetipos. Los arquetipos son esa parte de la mente inconsciente que es compartida con toda la humanidad, como producto de experiencia ancestral. Son una especie de estructura de esquemas a priori, que canalizan la circulación de energética y configuran las posibilidades de captación y expresión del sujeto. Estos procesos aparecen bajo la forma de temas arquetípicos universales y fueron incorporados al inconsciente colectivo por experiencias reiteradas, colectivas y significativas de la humanidad. En este sentido, los arquetipos pueden ser considerados como tendencias, potencialidades de realización que adquieren su plena significación cuando se expresan en la realidad del mundo perceptible.

Hay muchas cosas de las que no somos conscientes porque nuestra cosmovisión no les concede espacio alguno, porque la educación y la formación que recibimos jamás las han estimulado y, si acaso han aparecido en la consciencia como ocasionales fantasías, son inmediatamente reprimidas. La frontera entre lo consciente y lo inconsciente la determina nuestra cosmovisión.  Pero nuestra cosmovisión ha resultado ser demasiado estrecha para dar cabida a estas fuerzas en una forma cultural. “Lo inconsciente contiene también las fuentes oscuras del instinto y de la intuición; contiene la imagen del hombre tal como ha sido siempre desde tiempo inmemorial; contiene todas aquellas fuerzas que la mera razonabilidad, conveniencia y buen orden de la existencia burguesa nunca son capaces de despertar para que actúen de manera viva, aquellas fuerzas creadoras que, una y otra vez, consiguen elevar la vida del hombre a nuevos progresos, nuevas formas, nuevos fines.”[14]
La sociedad actual, absorta y concentrada únicamente en la conciencia diurna, lógica, publica y racional, ha olvidado la interioridad de su ser, ha ignorado y reprimido aquel aspecto sublime e imaginativo que proviene de las profundidades de su interior y por esto, ha vuelto inconsciente toda una gama de procesos internos, los ha enterrado en el inframundo de la conciencia, el otro lado del espejo. “Lo inconsciente es real, puesto que tiene efectos reales. Pero tiene en todo caso una clase de realidad distinta a la del mundo exterior, a saber, una realidad psíquica (…) como si nuestra conciencia estuviera entre dos mundos o realidades (…) Una mitad de las percepciones fluye hasta ella a través de los sentidos; la otra mitad, a través de la intuición, esa contemplación de procesos interiores estimulados por lo inconsciente. La imagen del mundo exterior nos permite entender todo como efecto de las fuerzas impulsoras físicas y fisiológicas; en cambio, la imagen del mundo interior nos hace entender todo como efecto de seres espirituales. La imagen del mundo que nos proporciona lo inconsciente es de índole mitológica. En vez de leyes naturales tenemos intenciones de dioses y demonios; en lugar de los impulsos naturales actúan almas y espíritus.”[15]
 
Al quedar estas potencias internas reprimidas, se esconden en lo profundo de la psique, como presencias ocultas que ejercen su influencia hacia el exterior de manera encubierta. Los dioses han sido interiorizados en patologías, sus mitos viven en nuestro comportamiento, reclamando reconocimiento. Sus refugios, ya no son los altares, los templos, los oráculos y cultos de misterio, sino la interioridad de la psique, como los síntomas y complejos que invaden nuestra consciencia. Aunque los hemos desterrado del mundo de lo visible, los Dioses siguen ahí presentes, ocultos en la psique. 

4.- Los Mitos y el Laberinto Interno

Dentro de nosotros mismos, se encuentra el país de las maravillas, los campos elíseos, Interzona y el país de nunca jamás. Existe un rico mundo de imágenes arquetípicas, un inmenso laberinto en nuestro interior,  escenario de la imaginación en donde encontramos toda clase de dioses y criaturas sobrehumanas, como duendes, hadas, sirenas, dragones, minotauros, etc. Todas estas criaturas, que se encuentran en el otro lado del espejo, en el terreno de la imaginación, el inframundo de la conciencia, son sin embargo símbolos de aquella realidad primigenia, del misterio de las profundidades del ser. Pero mientras que el sueño es solo un aspecto de estas profundidades del Alma, precisamente el aspecto subjetivo, personal, y privado, el filósofo e historiador de religiones americano Joseph Campbell nos menciona que: “Los sueños son los mitos personalizados, los mitos son los sueños despersonalizados; ambos, el mito y el sueño son simbólicos en la misma manera general de la dinámica de la psique. Pero en el sueño las formas son transformadas por los problemas peculiares del soñador, mientras que en el mito los problemas y soluciones se muestran como directamente válidas para toda la humanidad”[16] A partir de las indagaciones de la psicología profunda, con respecto a la manera de operar de la psique, se abre ante nosotros, toda una gama de conocimientos previamente encriptados, ocultos bajo el disfraz de lo literario, detrás del velo del simbolismo. “Con el descubrimientos de que los patrones y la lógica de los cuentos de hadas y de los mitos corresponden al sueño, las quimeras del hombre arcaico que hace mucho tiempo han sido desacreditadas, retornan dramáticamente al primer plano de la conciencia moderna (…) La mitología, en otras palabras, es psicología mal interpretada como biografía; historia y cosmología. La psicología moderna puede traducirlas devuelta a sus denotaciones propias, y así rescatar para el mundo contemporáneo una rica y elocuente documentación de las más intensas profundidades del personaje humano.”[17]
 
Entonces nos damos cuenta, que este laberinto milenario del alma, ya ha sido recorrido y explorado anteriormente. Toda narración mitológica es como un laberinto de acciones, luchas y pasiones que exponen el drama de la existencia humana en el mundo. “El propósito del mito propiamente, y de los cuentos de hadas, es el de revelar los peligros específicos y técnicas del oscuro interior (…) por lo tanto los incidentes son fantásticos e >irreales<: pues representan fenómenos psicológicos, no físicos”[18] Tan solo necesitamos seguir las pistas de Ariadna, aquella doncella sublime, el ánima, que nos muestra el hilo conductor de sentido, indicándonos el camino de regreso a casa, mediante el Logos y a través del Mythos. Este hilo conductor simboliza el sentido o dirección salvadora, la imaginación simbólica que nos guía por el laberinto de lo inconsciente, lo misterioso y lo desconocido. Así, la conciencia, identificada con todos los héroes de los cuentos y los mitos, pasa por toda una serie de pruebas y conflictos internos, para rescatar a la princesa, recuperar el tesoro perdido y vencer al tiránico monstruo que amenaza con destruir el orden de lo cotidiano. El héroe tiene que abandonar las certezas de su mundo cotidiano, el área de dominio, de confort y de estabilidad de lo diurno, para embarcase en una aventura hacia los confines de lo inexplorado, lo misterioso, lo nocturno. “La primera tarea del héroe es la de retirarse del escenario del mundo de los efectos secundarios, hacia la zona causal de la psique donde residen la verdaderas dificultades, y ahí a esclarecer  las dificultades, erradicarlas en su propio caso (dar batalla a los demonios infantiles de su cultura local) y atravesar hacia la imperturbada experiencia directa y asimilación de lo que C. G. Jung ha llamado las >Imágenes Arquetípicas<”[19]

 El héroe es el arquetipo de la conciencia que penetra en los confines de lo misterioso, en su afán de expansión y comprensión del universo que le rodea. En su búsqueda, el héroe se ira desprendiendo de aquellas determinaciones culturales que le atan a las visiones generales de su mundo, para adentrarse cada vez más en el misterio del alma “El héroes, es aquel que ha sido capaz de luchar más allá de sus limitaciones personales e históricas de lo generalmente valido, las formas normalmente humanas. Las visiones, ideas e inspiraciones de uno como tal, vienen prístinas de la fuente primaria de la vida y pensamiento humano” [20]

Así, el hombre que logra superar dichas limitaciones temporales y determinadas, logra dar ese salto análogo mediante el símbolo, encuentra esa fuente eterna y trascendente de significado, que nos permite la capacidad de renovar nuestra visión de las cosas y ensanchar los límites de nuestra comprensión del universo. “Todas las potencias de vida que nunca logramos traer a la realización adulta, esas otras porciones de nosotros mismos, se encuentran ahí (…) Si tan solo una porción de esa totalidad perdida pudiese desenterrarse hacia la luz del día, nosotros experimentaríamos una maravillosa expansión de nuestros poderes, una vivida renovación de la vida”[21]  La figura del héroe, que logra atravesar todas las dificultades y es iniciado en el misterio de la fuente inagotable, es todo artista, todo científico y todo filosofo que trasciende el plano de lo horizontal, del dinámico mundo en donde todo se encuentra en movimiento y regresa con un nuevo conocimiento, una nueva perspectiva, o una nueva manera de entender nuestra posición en el cosmos. “El mito es la apertura secreta a través del cual las energías inexhaustibles del cosmos se vierten en las manifestaciones culturales humanas”[22]

Conclusion:

Concluimos entonces, que la tarea del hombre es la de analizar los mitos que nos rigen en la actualidad, encontrar sus simbolos, descifrarlos, extraer significado y con ello transformar la visión del mundo, de manera que le permita encontrar los nexos necesarios para relacionarse con el mundo y habitar en un universo impregnado de sentido. José María Mardones nos reitera que “La racionalidad simbólica se sitúa dentro de las acciones transformativas del ser humano de construir un mundo humano, es decir, un mundo abierto. (…)La dimensión imaginal del pensamiento es fundamental para la donación de sentido y la superación de los límites de lo dado.”[23] Así podemos decir, que el hombre, como conector de mundos, se sirve de la razón y la imaginacion, en un proceso de interiorización, de llamado interno, para encontrar un puente que lo lleve a esa realidad mitológica y trascendente, al tiempo sagrado, de donde se extrae y se recupera aquella substancia que otorga sentido a nuestra existencia. 

Hay un mundo entero esperando a ser explorado, una realidad fantástica detrás del espejo de la conciencia, un universo interior, que nos llama a través de los sueños y nuestras ilusiones. Muchos son los llamados, pero poco los elegidos. Para acudir al llamado, habrá que recuperar los tesoros perdidos de la humanidad, aquello que ha sido invalidado por un racionalismo cientificista, que ha eliminado la subjetividad y la imaginación, alejándonos cada vez más de aquella interioridad del Ser. El llamado es diferente para cada quien y las señales las encontraremos en nuestras experiencias únicas, privadas e intransferibles. Así es que escucha bien estimado héroe, escucha tu interior.


[1] Ernst Cassirer – Antropología filosófica. Ed. Fondo de cultura económica. 1975. P. 47
[2] Ibídem P. 47
[3] G. Durand – La imaginación simbólica Ed. Amorrortu. 1971. P. 14
[4] Ibídem P. 15
[5] Jose Maria Mardones – La racionalidad simbólica Ensayo de compilación Sym-bolon. Universidad Nacional Autónoma de Mexico. P. 41
[6] Ibidem. P.42
[7] Ibid. P. 44
[8] Ibid. P. 48
[9] Ibid. P. 54
[10] Ibid. P. 57
[11] Ibid. P. 54
[12] Ibid. P. 62
[13] Carl Gustab Jung, Ensayo sobre lo Inconciente, p. 9
[14] Carl Gustab Jung, Ensayo sobre lo Inconciente, p. 18
[15] Carl Gustab Jung, Ensayo sobre lo Inconciente, p. 17
[16] Joseph Campbell, The hero with a thousand faces, Bollingen Series / Princeton. 1973. P. 19
[17] Ibidem. P. 256
[18] Ibid. P. 29
[19] Ibid. P. 17
[20] Ibid. P. 19 y 20
[21] Ibid. P. 19
[22] Ibid. P. 3
[23] Jose Maria Mardones – La racionalidad simbólica Ensayo de compilación Sym-bolon. Universidad Nacional Autónoma de Mexico. P. 26